Soglio
Aquí, donde el país se va perdiendo
en empinada cuesta arriba, debes
decirle al sol que pare,
pues tú tranquilamente
quieres ver al verano
desaparecer a lo lejos,
ese colector de castañas
con el vivo sentido del final.
De modo que, el libro,
que se escriba solo,
al ritmo de la fuente,
hasta que el día, cansado,
compruebe en la hierba el discurso
de Dios, la oración rezongona de las piedras.
Sarajevo
La guerra ha dejado sobre la ciudad
el humo de carbón de leña,
se lo recibe con las manos abiertas.
Visito al poeta Izet Sarajlic
en el cementerio de los ateos.
No hablemos de justicia,
dice, es pequeña como una avellana,
y hueca. De su vecino
sólo enterraron la mano izquierda,
el resto fue inencontrable en la guerra.
El libro bosnio de los muertos se compone
de mil lágrimas elocuentes
que quieren desgastar la tierra
antes de la llamada del muecín.
Pasada la medianoche, una lluvia cirílica,
sabe a harina de avena y menta,
la sirve el diablo.
Madrid
¿Cuántos pasos me quedan de los asignados
en el libro mayor celestial?
¿Y estará previsto un aterrizaje suave
o una caída en picado? No quiero ser ya
ninguna de las dos cosas, ni presa ni cazador.
Dame unos pocos metros más, enséñame, por favor,
la clara huella del camino hacia allí,
donde me pierde y se divide.
Lo sé, vivir no es un cometido a largo plazo,
desde que perdimos el don de la inmortalidad…
aunque para un premio tan finito
la apuesta infinitamente alta
me parece excesiva.
Así que, caminemos juntos unos pocos metros
más, coge mi mano que busca a tientas la tuya,
pues probablemente estamos más unidos
de lo que tú y yo jamás sospechamos.
Düsseldorf
Recojo aquí las últimas palabras
antes de astillarse en el frío,
la palabrita paz, enjuta y temblorosa;
igualdad se ha quedado en los huesos;
la fraternidad se me ha atragantado.
El jardinero Maximilian Friedrich Weyhe
de Poppelsdorf, un alumno de Lenné,
me regaló un manojo de flores,
que junté a las palabras y lo tiré
todo a las turbias aguas del Rin.
Mi libro, lo tiré acto seguido,
así habría paz de una vez.
Traducción de Cecilia Dreymüller. Michael Krüger (Wittgendorf, 1943) es un prestigioso poeta, ensayista y crítico literario. Fue codirector, con Klaus Wagenbach, de la revista Tintenfisch y director literario de la editorial Hanser. La editorial Anagrama ha publicado en español sus libros El final de la novela y la trilogía formada por ¿Qué hacer?, ¿Por qué Pequín? y ¿Por qué precisamente yo?
Soglio
Hier, wo das Land sich steil / nach oben verliert, musst du / der Sonne sagen, / dass sie stillstehen soll, / weil du in aller Ruhe / dem Sommer nachsehen willst, / dem Kastanienpflücker/ mit dem hellen Sinn für das Ende. // Also soll das Buch sich / von selber schreiben, / im Rythmus des Brunnens, / bis der Tag, müde geworden, / im Gras die Rede Gottes nachliest, / das aufmüpfige Gebet der Steine.
Sarajevo
Der Krieg hat den Holzkohlenrauch / über der Stadt stehen gelassen, / man empfängt ihn mit offenen Händen. / Ich besuche den Dichter Izet Saralic / auf dem Friedhof der Atheisten. / Reden wir nicht von Gerechtigkeit, / sagt er, sie ist klein wie eine Haselnuss / und leer. Von seinem Nachbarn / ist nur die linke Hand begraben, / der Resta war nicht aufzufinden im Krieg. // Das bosnische Totenbuch besteht / aus tausend wortgewaltigen Tränen, / die wollen die Erde zermürben, / bevor der Muezzin ruft zum Gebet. / Nach Mitternacht ein kyrillischer Regen, / er schmeckt nach Hafermehl und Minze / und wird vom Teufel serviert.
Madrid
Wie viele Schritte sind mir noch zugemessen / im Himmlischen Hauptbuch? / Und ist eine sanfte Landung geplant / oder ein Absturz? Ich will beides nicht mehr sein, / weder Beute noch Jäger. / Gib mir noch ein paar Meter, bitte zeig mir / die helle Spur des Wegs bis dahin, / wo sie mich verliert und sich spaltet. / Ich weiß, Leben ist kein langfristiges Unternehmen, / seit wir die Gabe der / nsterblichekit / verloren haben – aber mir scheint, / der unendlich hohe Einsatz / auf endlichen Gewinn ist zu hoch. / Also lass uns noch ein paar Meter gemeinsam / gehen, nimm meine tastende Hand, / denn wahrscheinlich sind wir uns näher, / als wir es je ahnten zu sein.
Düsseldorf
Ich sammle hier die letzten Wörter ein, / bevor sie in der Kälte brechen, / das Wörtchen Friede, / bgehärmt und zitternd, / Gleichheit, nur noch Haut und Knochen, / die Brüderlichkeit steckt mir im Hals. / Der Gärtner Maximilian Friedrich Weyhe / aus Poppelsdorf, ein Schüler von Lenné, / schenkte mir ein Bündel Blumen, / die legt’ ich zu den Wörtern und warf / dann alles in den trüben Rhein, / mein Buch warf ich gleich hinterher, / denn es sollt’ endlich Ruhe sein.
Michael Krüger, uno de los grandes de la lírica alemana actual, publica un libro “transnacional”. Los versos salen de su diario viajero de 2018, “el año en el que la Europa oficial perdió la cabeza”. Según el autor, “todo el Este se hundía en una ciénaga autoritaria de derechas. En España crecía el odio entre Barcelona y Madrid e Italia estaba gobernada por una coalición cuyo único fundamento era la xenofobia”
Europa, explicada por sí misma
Cecilia Dreymüller
No es frecuente encontrar un libro en verso con visión de conjunto transnacional. Un libro donde el preciso radar del poeta detecte en las finas roturas del aquí y allá los grandes desmoronamientos de nuestro tiempo. Y los sepa enlazar con reflexiones sobre enfermedad y muerte sin caer en el lamento o el sentimentalismo, sino, al contrario, haciéndolo con la levedad natural del que no le da importancia. Ni a su visión ni a su muerte: lo primero que hace Michael Krüger en el posfacio de Mi Europa -el poemario más reciente de una de las grandes figuras de la poesía alemana- es disculparse por el pomposo título del libro.
Tampoco quiere llamar poemas a “lo que los ojos arramblaron” en paseos por ciudades y campos durante poco más de un año. Fiel a la tradición alemana de la poesía ocasional, Krüger presenta “textos” sacados del diario de 2018, mientras su trabajo de turbina literaria le llevaba de Múnich a Sarajevo, de Salamanca a Darmstadt o de Zürich a Varsovia. Allí, como de pasada, ha recogido las “lecciones de los robles” (“Cuando las hojas tocan su réquiem / coincide lo más sublime con el final”) o la “sabiduría de los pájaros” (“No tiene residencia fija / su canto, ni papel pautado”). Pero no como intelectual turista de lujo a lo Cees Nooteboom, o explicador universal a lo Enzensberger, sino como un paseante melancólico, pero invariablemente curioso y empático que igual intenta descifrar el mensaje de los recogedores de basura en una madrugada urbana, que de “una lluvia cirílica” en un cementerio, o de una pared de granito.
Al referirse al contexto político de ese 2018, sin embargo, Krüger se pronuncia de forma ya nada lírica: “Es el año en el que la Europa oficial perdió la cabeza. Todo el Este, empezando por Alemania, pasando por Polonia, Hungría y Rumanía hasta Rusia, se hunde en una ciénaga autoritaria de derechas. En España crece el odio entre Barcelona y Madrid; Italia está gobernada por una coalición cuyo único fundamento común es la xenofobia; en los Balcanes no paran de pelearse”.
La poesía tardía del combativo europeo Krüger, quien con una larga docena de poemarios ha dejado su inconfundible impronta de dibujante impresionista on the road, conmueve con su proximidad humana y sinceridad. Depurada y concentrada hasta los límites del mutismo, balancea tranquilamente entre el interrogante y el hallazgo filosófico. Sin pretensiones. “Debemos hablar del mundo de un modo / que se explique por sí mismo”. Michael Krüger sabe hacerlo.
Mein Europa. Gedichte aus dem Tagebuch. Michael Krüger. Haymon Verlag, Innsbruck-Wien. 248 páginas. 24,00 euros.
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