La falta de lluvias y el descenso del agua embalsada acrecientan el miedo a la sequía en España


Otra vez hay que mirar al cielo en espera de unas lluvias que eviten que las restricciones de agua se generalicen a partir de la primavera en España. La falta de precipitaciones desde el otoño se ha acentuado este enero, cuando en el conjunto del país ha llovido solo una cuarta parte de lo normal, según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Esto hace que los pantanos, lejos de estar llenándose como debería estar ocurriendo en esta época, se vacíen. La semana pasada las reservas de agua volvieron a caer y estaban al 44,8%, casi 15 puntos por debajo de la media de los últimos 10 años. O, explicado de otra forma, los pantanos almacenan ahora casi un 25% menos de agua de lo normal.

Rubén del Campo, portavoz de la Aemet, resalta que las “precipitaciones están claramente por debajo desde el inicio del año hidrológico”, que arranca el 1 de octubre. Si se toma como referencia el periodo comprendido entre 1981 y 2010, en los últimos cuatro meses “ha llovido un 36% menos” de lo normal. Los pronósticos, aunque siempre pueden fallar, son malos, advierte Del Campo. A corto plazo (para esta semana), se esperan muy pocas lluvias. A medio plazo (para todo febrero), “los modelos de previsión apuntan a lluvias por debajo de lo normal en la mayor parte de España”. Y a largo plazo (para los próximos tres meses) los modelos señalan que hay un 50% de posibilidades de que las precipitaciones estén por debajo de la media y solo un 20% de que estén por encima.

Entre octubre y abril es el periodo en el que en España se registran el 75% de las precipitaciones de todo el año. “Si en esos siete meses no cae la mayor parte de las lluvias, en el resto de los meses es difícil compensar, porque el verano casi siempre es muy seco”, cuenta Del Campo.

Leandro del Moral, catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla y miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua, lo explica de otra forma: “Como no llueva, la cosa se va a poner muy cruda”. Este experto se refiere a uno de los puntos rojos que hay en estos momentos en el mapa hidrológico del país: el Guadalquivir, donde desde noviembre está declarada la situación de sequía extraordinaria en el 80% de la cuenca. El año pasado ya se redujo un 50% el agua para los cultivos de regadío, recuerda Del Moral. Y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ha anunciado esta semana que, ante la persistente falta de lluvias, las restricciones van a aumentar. De momento, el abastecimiento urbano está garantizado para dos años. “Eso sí se aprendió de las grandes sequías de los años noventa, el regadío nunca puede dejar a las ciudades sin agua”, apunta Del Moral.

La situación en la cuenca del Guadalquivir, donde los pantanos están al 28,6%, no está motivada solo por el déficit de agua de los últimos cuatro meses. Las lluvias están por debajo de lo normal desde hace más de un año. Lo mismo ocurre en el otro punto rojo del mapa de alerta por sequía del país: el Alt Empordà (Girona), donde la Agencia Catalana del Agua (ACA) declaró en octubre la alerta por sequía en los 22 municipios que se proveen del acuífero del Fluvià Muga. Esa alerta sigue vigente ante la ausencia de lluvias y se mantienen las restricciones. Por ejemplo, se limita el consumo global de agua por persona y el uso del agua para el riego agrícola, la ganadería y la industria.

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Joan Planas, de 36 años y doctor en Biotecnología, hace ocho años que está al frente, junto a su hermano, de una explotación familiar ganadera de 500 cabezas de vacas lecheras en Vilanova de la Muga, Peralada (Alt Empordà). Sus 150 hectáreas de cultivos les hacen “casi autosuficientes”. Empezaron a notar la sequía en la cosecha de verano. A mitad de agosto se les acabó el cupo de agua del pantano de Darnius-Boadella. “La situación en la que estamos ahora no se había visto nunca”, asegura. Recuerda que años atrás tuvieron que reducir la producción, pero “si sigue como está el pantano, no habrá agua para repartir, ni campaña”. Tanto él como sus vecinos tienen campos en los que no ha crecido ni la mitad de lo plantado.

Las localidades que dependen del pantano Darnius-Boadella, que está al 41%, tienen asegurado el consumo humano un año, “pero si no llueve en los próximos meses, con las reservas actuales no se podrán garantizar las necesidades de riego para la campaña de verano”, asegura la ACA. Este es el caso de la explotación de Planas. En septiembre plantaron forraje y trébol y esperaban lluvia y una buena cosecha. Pero no llegó y parte será destruida. Ya tenían que haber cortado una de las tres cosechas anuales que da el trébol, “pero no se ha podido”, lamenta Planas. Sus cultivos alimentan a las vacas. “No sabemos si podremos plantar el maíz en primavera”, explica el ganadero, que se confiesa “asustado” por no tener suficiente reservas de forraje para alimentar al ganado. “Tendremos que comprar heno y pienso, pero la base de la subsistencia de nuestra empresa, debido al precio que se paga por la leche, es no tener costes en la alimentación de los animales”, apunta.

En Galicia, aunque no se ha llegado a la situación de Cataluña y Andalucía, la Confederación Hidrográfica de Miño-Sil está “vigilante” ante un invierno inusualmente seco y unas reservas que desde octubre son casi un 45% inferiores a la media histórica. “Las previsiones a corto plazo señalan que el mes de febrero continuará seco”, indican también desde la confederación. La última sequía que sufrió Galicia se remonta al otoño y el invierno de 2017, cuando se llegaron a secar manantiales que habían abastecido a aldeas durante generaciones.

Sergio Vicente-Serrano, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología, del CSIC, resalta que España todavía está lejos de los niveles de sequía de 2017, cuando la emergencia por la falta de agua se generalizó en la Península. “Una sequía no se produce solo por un mes seco”, advierte este investigador. Aunque añade: “Si febrero sigue siendo seco, entraremos en una sequía agrícola”. Y esto afectará a los cultivos de secano, como los de cereales, que se podrían perder.

Cambio climático y usos del agua

Cuando se habla de sequía hay que mirar hacia el cielo, pero también a la tierra, hacia los usos que se le da al agua embalsada en España. Julio Barea, responsable del área de aguas de Greenpeace, no solo culpa de esta situación a la falta de precipitaciones, también a la gestión: “Parecemos Finlandia, autorizando cada vez más usos”.

Barea, como Del Moral, apunta directamente a los cultivos de regadío, que en España consumen más del 80% del recurso embalsado. En las últimas décadas, los regadíos han vivido un proceso de modernización. “Pero no ha ido acompañada de una reducción neta del uso de agua”, explica Del Moral. “Lo que se ahorra con la modernización no se deja en los embalses, sino que sirve para aumentar la superficie de riego en otros lugares”, añade este catedrático. “No se gestiona bien un recurso que cada vez va a ser más escaso”, lamenta Barea.

El investigador Sergio Vicente-Serrano sostiene que algunos modelos señalan que las precipitaciones podrían reducirse debido al calentamiento global durante este siglo, aunque “existen incertidumbres” sobre esas previsiones a largo plazo. Pero, aunque no se produjese ese descenso de la pluviosidad, “las sequías serán más severas” en España, explica Vicente-Serrano. Porque se espera que haya un mayor estrés hídrico por el aumento de las temperaturas por el cambio climático. “La cantidad de agua que demanda la atmósfera debido al calor será mayor, las reservas caerán y los ríos serán los principales damnificados”, señala este investigador, miembro también del IPCC, el panel de expertos internacionales que asesora a la ONU en materia de cambio climático.

Con información de Sonia Vizoso.

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