La final fantasma


Hoy era el gran día para toda una generación, o más. Real y Athletic debían jugar una final de Copa en La Cartuja de Sevilla que ahora se ha convertido en fantasma. No se sabe cuándo se va a jugar, dónde se va a jugar, si se va a jugar con público o si se celebrará a puerta cerrada. La gran ilusión de todo un pueblo convertida en entelequia por obra y gracia del coronavirus.



El fútbol profesional, en su indisimulado afán de jugar a toda costa y salvar los millones televisivos de esta temporada, va posponiendo el hipotético regreso de la competición a la vez que el calendario avanza de forma inexorable, comiéndose los posibles plazos. Mayo como posible retorno a los entrenamientos y junio y julio para competir, a puerta cerrada, es el escenario más viable ahora. ¿Pero y si no se puede?

LaLiga no tiene prisa para jugar. Se trata de consumir esta campaña como sea. No hay fecha de caducidad ya que para eso se liberó todo el verano y el calendario de selecciones. Se podría jugar hasta en otoño, en un momento dado. Es casi seguro que las competiciones europeas de la próxima temporada tampoco se jueguen mientras no haya Ligas. ¿Pero y la final de Copa?

La final, favorecida porque es un solo partido que puede ubicarse en cualquier momento, corre el riesgo de desnaturalizarse por completo si separa tanto de sus fechas originales. Sobre todo si se quiere jugar con público. Ahora se apunta a septiembre como nueva hipótesis en la que ubicarla pero la sugerencia forma parte de la huida hacia delante en la que está inmerso el fútbol. Es imposible que en septiembre se pueda jugar con público. ¿Y entonces? Quizás, por duro que sea, lo mejor es jugarla a puerta cerrada para que el potencial deportivo de los equipos se parezca lo máximo posible al que tenían cuando lograron el pase a la final.

OTRO TIPO DE PROFESIONAL

El futbolista es admirado y envidiado, casi a partes iguales, porque representa eso que la mayoría habría querido ser. Desde fuera sólo se tiende a reparar en los beneficios, incontables, que tiene su profesión sin prestar atención a los peajes que pagan a cambio de ser unos privilegiados. Ahora que están confinados, por ejemplo, están siendo objeto de críticas al entender parte de la sociedad que no deberían exhibir sus espectaculares domicilios (no todos) que, por otra parte, se los han ganado de forma legítima. Pero en lo que no se suele poner el acento es en las obligaciones que acarrea su profesión. El jugador debe ahora mantener los mismos hábitos en unas condiciones objetivamente mucho más complicadas para, por ejemplo, no ganar peso, algo que no es fácil. Son objeto del constante control de los médicos de los clubs y hay técnicos, como
José
Bordalás,
que les piden fotos encima de la báscula a diario. Si se vuelve a entrenar, además, LaLiga quiere que estén dos semanas concentrados, sin salir de su habitación más que para ejercitarse. No todo es de color de rosa y, sin embargo, la mayoría lo cumple a rajatabla porque el perfil de la profesionalidad del futbolista y los medios que tiene ha mejorado notablemente. Hace unas décadas está situación habría sido mucho más difícil de llevar a cabo.

Los que mejor deben de llevar este confinamiento, seguramente, son los jugadores que estaban lesionados hace algo más de un mes, cuando todo se detuvo. Este parón les va a permitir recuperarse a todos y, en el mejor de los casos, aspirar a jugar lo que quede de temporada. Illarramendi y Zurutuza, por ejemplo, podrán jugar la final de Copa cuando para ellos jugar hoy habría sido una quimera.

Chimy Ávila no jugó los octavos de final de la Copa en Anoeta porque cinco días antes se había roto el cruzado, ante el Levante, en el mejor momento de su carrera. Le quería el Sevilla y hasta sonaba para el Barça. No han pasado ni tres meses y su recuperación es espectacular. Ha obtenido un permiso para ir a un centro de rehabilitación y asegura que en julio estará para jugar. Brutal.




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