Pier André Lhomme, vecino de Châteaudun, acude a la iglesia para realizar unos trabajos de restauración.

La Francia vacía ante las elecciones: “Todos los jóvenes se van de Châteaudun”

Pier André Lhomme, vecino de Châteaudun, acude a la iglesia para realizar unos trabajos de restauración.
Pier André Lhomme, vecino de Châteaudun, acude a la iglesia para realizar unos trabajos de restauración.ÓSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Va un notario por la calle cargado con una escalera muy larga. Y no es un chiste. El periodista no sabe aún que se trata de un notario jubilado, pero aborda al caballero de la escalera. Luego ambos conversan en una iglesia con un pasado inquietante. Así comienza una jornada nostálgica que gira en torno a lo que fue Châteaudun, la ciudad que vota (más o menos) como el conjunto de Francia, a lo que pudo haber sido y a lo que es ahora. “Todos, todos los jóvenes se van de Châteaudun”, se queja el notario.

Resolvamos de entrada la cuestión de la escalera. El notario, Pierre-André Lhomme, lleva la escalera a la iglesia de la Madeleine, la más antigua y grande de la ciudad, para que se pueda adecentar la parte superior del pórtico antes de Semana Santa.

La Madeleine es una iglesia impresionante pero su historial de desgracias no aconseja encaramarse a sus muros. Nació como capilla merovingia en el siglo VI. Sucesivas ampliaciones demostraron que se alzaba sobre un terreno inestable. Se derrumbó dos veces durante el siglo XIII. El coro y el deambulatorio se hundieron en 1522. Un pilar cayó en 1692 sobre los asistentes a una misa. En 1742 se perdió el campanario. La decoración interior fue destruida durante la revolución de 1789. Y en 1940 un bombardeo alemán (agravado por el hecho de que alguien había aparcado junto a la puerta un camión de combustible) arrasó de nuevo el templo.

El notario, católico, y el periodista se sientan frente al altar. “Nací en Étampes, a medio camino entre París y Châteaudun, en 1948. Mis padres eran agricultores. Llegué a esta ciudad en 1983, con mi diploma de notario. Aquí me quedé y aquí nacieron mis cuatro hijos. Una se casó con un notario, otra es enfermera, otra es abogada y el cuarto se hizo monje. Todos se fueron. Por desgracia, Châteaudun dejó hace tiempo de ofrecer oportunidades. Todos, todos los jóvenes se van”.

Los argumentos que desgrana el notario valdrían para cualquier ciudad de la España vacía o vaciada. El tren de alta velocidad que pasa a 20 kilómetros de distancia pero no se detiene, la vía férrea a París que sigue sin estar electrificada, la progresiva desaparición de la industria local, el cierre de comercios por la competencia de un puñado de grandes superficies instaladas a varios kilómetros, la juventud que se va…

Cuando el joven notario Lhomme llegó a Châteaudun, la población era de 18.000 habitantes. La ciudad crecía y se daba por supuesto —porque era lo que calculaban las autoridades de París— que en pocos años se llegaría a los 25.000, pero hoy son apenas 13.000. La industria de armamento y los cuarteles militares formaban el eje económico de la ciudad. “Fue un gran error desmantelar todo eso, el país debe ser capaz de defenderse y ahora, con la amenaza de Rusia, lo comprobamos”, explica. “Nos sentíamos instalados en la estabilidad perpetua, en la paz y el progreso eternos, y tomamos muchas decisiones equivocadas”, añade.

Los recuerdos

Puestos a rebuscar en el pasado, la residencia de ancianos Léo Lagrange (casi contigua al cementerio, pero muy limpia y ordenada) almacena un montón de recuerdos. Madame Lauy, que apenas lleva dos meses en la residencia, llegó a Châteaudun en 1956, “cuando había mercado todos los días, y no solo los jueves como ahora”. Madame Bezaet —”ya siete años como clienta de esta casa”— se queja de que antes había seis zapaterías, de las que queda solamente una. “¿Y la ropa? ¡Ya no puedo comprarme ropa! Hay que ir a esos comercios grandes que están lejos, en la carretera, y ¿cómo llego yo hasta allí?”, exclama Madame Hadder.

El grupo de ancianas inicia una conversación sobre lo animada que era la vida y el ambientazo de los sábados por la noche en las diversas salas de baile. “Todo se estropeó a partir de 1968″, zanja Madame Bezaet, “desde 1968 esto no levanta cabeza”.

Se niegan rotundamente a hablar de política; una, porque no le interesa; las otras dos, “porque acabaríamos enfadadas”. Ha sido mencionar las elecciones presidenciales y hacerse el silencio, aunque acto seguido se explayan sobre las elecciones del día siguiente, en que se elegirá al “consejo rector” de la residencia (con puestos para varios internos), y discuten sus preferencias. Ni hablan de política ni quieren fotos. “Haber venido antes, joven. Hace 40 años, por ejemplo”.

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