La gran reválida de Luis Enrique

Tres años y once meses después de asumir el cargo de seleccionador de España, Luis Enrique Martínez afronta su primer gran torneo internacional con la misión de situar a la Roja en el mismo escalafón que las grandes potencias del continente. El técnico asturiano llega a la Eurocopa al frente de un proyecto ilusionante pero todavía bisoño, plagado de incógnitas y con el recuerdo muy presente de los fiascos consecutivos en Brasil 2014, Francia 2016 y Rusia 2018.

Por el camino la Selección ha perdido gol, juego asociativo, desequilibrio individual y capacidad de intimidación y en esta delicada tesitura Luis Enrique emerge como el padrino de la nueva camada liderada por los Olmo, Pedri, Ferran, Pau y Rodri, obligada a dar un paso al frente para consolidar una transición generacional que se está estancando más de lo debido.

Para tener opciones de tocar metal en una gran cita internacional es indispensable contar con una generación consagrada que llegue en el punto justo de cocción, jugadores diferenciales y un entrenador con personalidad que sepa lidiar con la presión en un escenario donde no hay margen de error. Ensamblar estos tres factores decisivos y presentes en los últimos grandes campeones (España, Alemania, Portugal y Francia) será responsabilidad de Luis Enrique, consciente de que tiene por delante uno de los grandes retos de su carrera como entrenador.

La entereza de Lucho

No hay que olvidar lo que ha sufrido Luis Enrique para llegar hasta aquí: Tomó las riendas de la Roja tras el disparate de Krasnodar; abandonó la selección en marzo de 2019 de manera abrupta por la grave enfermedad de su hija, que falleció en agosto; antes, en junio, renunció al cargo de manera definitiva y la Federación le dio los mandos de la nave a su segundo Robert Moreno, interino hasta entonces de manera circunstancial; en septiembre Lucho decidió regresar y en octubre se hizo oficial su vuelta y la salida de Moreno, con acusaciones de deslealtad mediante. Sin tiempo para hacerse de nuevo al cargo, irrumpió la pandemia de covid.

Dicen quienes mejor le conocen que el seleccionador ha regresado con el mismo ímpetu y su personalidad intacta (para lo bueno y para lo malo) de la que hizo gala desde su etapa como jugador. Lucho sigue siendo Lucho. En la gestión del vestuario, en su ambición por seguir ganando y en el trato con la prensa, indiferente a debates y polémicas que siempre ha considerado estériles porque no le ayudan a lograr sus objetivos.

Luis Enrique aguantó impertérrito el chaparrón tras la tormenta desatada por dejar en tierra a Ramos y por no llamar a ningún jugador del Madrid, hecho inédito en la historia de la selección en los grandes torneos y que además le confronta con un sector de la prensa que cubre a la selección y que le esperará con el cuchillo entre los dientes en cuanto vengan mal dadas.

Sin el ascendente de Sergio Ramos en el vestuario y a la espera de Busquets, su extensión en el campo, Luis Enrique asume el liderazgo de una Selección que llega a la gran cita sin miedos ni complejos, a imagen y semejanza de su entrenador. Para lo bueno y para lo malo, Luis Enrique será siempre Luis Enrique


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