EL PAÍS

La guerra en Ucrania debilita al motor franco-alemán en Europa y tensa la relación


Emmanuel Macron (izquierda) y Olaf Scholz, el 22 de enero en París.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)

Hay momentos en que la historia da un vuelco y todo un continente cambia: la invasión rusa de Ucrania de hace un año, la guerra, es uno de esos momentos. Es una fecha, según el ensayista Luuk van Middelaar, comparable a la caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético. “Un pequeño 1989″, describe Van Middelaar. Y, como en 1989, los acontecimientos de 2022 y 2023 hacen temblar uno de los fundamentos de la Unión Europea (UE): la amistad franco-alemana.

La guerra en Ucrania ha tenido dos efectos para Francia y Alemania, países que entre 1870 y 1945 se enfrentaron en tres contiendas y cuya posterior reconciliación impulsó la integración de Europa y la paz de la posguerra. El primer efecto ha sido el desplazamiento del centro de gravedad de la UE hacia el este del continente. Países como Polonia o los bálticos llevaban años alertando del peligro que representaba la Rusia de Vladímir Putin, frente a una Francia y una Alemania que contemporizaban con el presidente ruso. El tiempo ha dado la razón a los primeros.

La decisión alemana, la pasada semana, de autorizar el envío a Ucrania de los potentes tanques Leopard es el último ejemplo de este cambio en la correlación de fuerzas. Los países del flanco oriental de la UE, y Ucrania, llevaban tiempo reclamando una ayuda militar más robusta. Hoy, la Alemania que no hace ni un año se resistía a cortar sus lazos con Moscú y sentía alergia ante cualquier militarización de su política exterior, suministrará al país agredido un arma que puede resultar decisiva.

El segundo efecto de la invasión de Ucrania en el motor franco-alemán es que la guerra “exacerba las tensiones entre ambos que ya existían antes”, según Sophie Pornschlegel, analista política sénior en el laboratorio de ideas European Policy Centre en Bruselas. El pasado otoño, el cúmulo de desacuerdos obligó a París y Berlín a aplazar in extremis un consejo de ministros conjunto. El aplazamiento sacó a flote el malestar acumulado entre ambas capitales.

El 22 de enero, con ocasión del 60º aniversario del Tratado del Elíseo, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz, finalmente se reunieron con sus ministros e hicieron una exhibición de sintonía. Pero la jornada de reuniones terminó sin acuerdos ni propuestas ambiciosas para la UE. “Entre Francia y Alemania, un acercamiento en trampantojo”, tituló el francés Le Monde. Y el alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung: “Amistad sin dulces mimos”.

“Ambos siguen haciendo ver que son los mejores amigos, cuando claramente hay problemas”, analiza Pornschlegel. “Es bastante hipócrita, sabiendo que Macron y Scholz no se llevan bien. Hay partes del Gobierno alemán claramente proeuropeas y que quieren trabajar mejor con Francia: me refiero a Los Verdes. Ha habido esfuerzos en este sentido. Pero vista la situación política en Europa y las crisis que atravesamos, es irresponsable por parte de Francia y Alemania no trabajar más estrechamente. Hay mucho simbolismo, pero pocos avances”.

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El debilitamiento del motor franco-alemán en Europa y, al mismo tiempo, las tensiones entre ambos, abren interrogantes. ¿Seguirán pesando ambos países en el futuro como durante los 70 años anteriores de construcción europea? Y, en una Europa y un mundo en acelerada transformación, ¿podrán mantener la cohesión?

Visiones distintas

No sería la primera vez que se escribe anticipadamente el obituario del motor franco-alemán. Su historia es una historia de crisis. Precisamente porque ambos encarnan visiones distintas de Europa y el mundo, cuando se ponen de acuerdo logran impulsar Europa. Juntos, representan un 42% del PIB de la UE. Pensar que esta puede funcionar sin que el motor esté engrasado es una quimera. Pensar que con eso basta, también.

“Cada vez es más evidente que lo franco-alemán es necesario, pero insuficiente”, resume Arancha González Laya, decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de Sciences Po, en París, y exministra española de Asuntos Exteriores. Como ministra, ella impulsó una estrategia para que España tejiera alianzas con otros socios, más allá de la adhesión al motor franco-alemán.

González Laya habla de una “asincronía” entre ambos. “Cada uno tiene un ritmo político distinto”, explica. En Francia, un poder hipercentralizado con un presidente que afronta, en su último mandato, una notable contestación social. En Alemania, una coalición tripartita ―socialdemócratas, ecologistas, liberales― con intereses electorales y visiones de Europa distintas.

Hay algo más, un doble desconcierto francés. Ante una Alemania que se rearma y podría asumir su papel de potencia política y militar, además de económica. Y ante una Europa menos carolingia, más eslava y báltica. Una Europa, además, que mira, para su protección, hacia Washington. Ucrania ha dejado en suspenso los planes del presidente de la República para impulsar la autonomía militar europea. El diagnóstico de Macron en 2019 de una OTAN en estado de “muerte cerebral” ha quedado desmentido. Tampoco logra deshacer la sospecha, entre muchos socios, de que su europeísmo es, como dice Sophie Pornschlegel, una manera de “usar la UE para su interés nacional”.

Mientras que en Alemania suele hablarse de “motor franco-alemán”, en Francia se habla de couple: pareja o matrimonio. Una visión práctica; la otra, romántica. Siguiendo con la metáfora, el matrimonio estaría cambiando de vivienda y sufriendo el estrés que esto conlleva. “En una pareja”, dice Luuk van Middelaar, “y en plena mudanza como ahora, hay muchas irritaciones”. Añade: “Pasan por un momento difícil desde el inicio de la guerra, porque esta guerra afecta a dos de los tres temas más difíciles entre alemanes y franceses: la energía y la defensa. El tercer tema sería el dinero y el euro, pero esto ya está más o menos arreglado”.

Con la pandemia y los planes de rescate, la UE y el motor franco-alemán dieron un salto adelante. Pero la guerra ha expuesto, en materia energética, la distancia entre una Francia que apuesta por las centrales nucleares, y una Alemania que abandona la energía nuclear y se replantea el modelo de las últimas décadas basado en la dependencia de Rusia. También afloran las diferencias en materia militar: Francia, dotada de la bomba atómica, se reclama de la tradición gaullista de la “potencia de equilibrio” entre las superpotencias; Alemania se siente más apegada a la OTAN y EE UU.

En París, al abordar con responsables políticos la relación con Berlín, se escucha un lamento repetido: las deliberaciones dentro de la coalición alemana complican la comunicación. Con Scholz, canciller desde diciembre de 2021, Macron no ha logrado establecer la comunicación que tenía con su antecesora, Angela Merkel.

“El año 2022 es un pequeño 1989″, explica Van Middelaar, fundador del Instituto de Bruselas para la Geopolítica y uno de los intelectuales que piensa la Europa actual con más dedicación. “Quizá no es tanto, pero pertenece a estos grandes acontecimientos que tocan a todos los equilibrios dentro del continente, incluido el equilibrio franco-alemán. Y si recordamos todas las dificultades por las que pasó la pareja franco-alemana en aquella época, entre Helmut Kohl y François Mitterrand, quienes, hay que recordar, eran amigos desde hacía tiempo y habían trabajado juntos… El 24 de febrero pasado, Macron y Scholz prácticamente no se conocían. No hay ni la misma confianza ni intimidad entre ambos. Y esto hay que tenerlo en cuenta también”.

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