Cierra la puerta de su habitación con rabia y sin medir la fuerza de su portazo. Se oye un golpe seco en la mesa de su escritorio y silencio sepulcral. Sin entenderlo muy bien tú te quedas al otro lado de la puerta intentando serenarte, con la sensación de acabar siempre igual.
Acompañar a un adolescente es una tarea ardua, repleta de retos diarios, de estrategias por aprender. No es fácil entender por qué nuestros hijos adolescentes en ocasiones se muestran tan irreverentes, irascibles y les cuesta tanto escuchar nuestras opiniones. No es fácil aceptar que hayan crecido tan rápidamente y necesiten volar fuera del nido.
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Un adolescente es un volcán en erupción que estalla a menudo sin poder entender muy bien el motivo, un cóctel de emociones desbocado que intenta comprender un mundo que va a toda velocidad. Una persona que experimenta una metamorfosis de cambios y va tejiendo su propia identidad. Con sentimientos poco modulados, confusos y llenos de contradicciones.
Una persona que piensa que en ocasiones el mundo gira en contra de él, con poca capacidad para la autocrítica y para gestionar la frustración.
La adolescencia es la etapa en la que nuestros hijos necesitan de nuestro cariño, comprensión y empatía aunque en ocasiones no parezca así. Que les acompañemos con calma y respeto, que entendamos sus cambios de humor y les ayudemos a poner freno a su impulsividad.
Nuestros hijos necesitan que expresemos nuestro amor de forma incondicional a diario, que consensuemos normas, que flexibilicemos límites. Que no les ahoguemos con nuestras expectativas o juicios de valor. Precisan toneladas de miradas que acojan, palabras que entiendan, abrazos que protejan.
Pero no es nada fácil conseguir acompañarlos con tranquilidad cuando se pasan muchas horas encerrados en su habitación, enganchados a su móvil o a la consola, cuando te sientes herido con sus constantes cuestionamientos, cuando deciden esconderse detrás de su silencio.
Uno de los principales motivos de preocupación de las familias con hijos adolescentes es la falta de comunicación. A menudo las conversaciones con ellos quedan relegadas a monosílabos como “sí” o “no”, a la sensación que los jóvenes construyen un muro para que no sepamos nada de su vida.
Nuestros hijos adolescentes muchas veces se muestran reticentes a hablar con nosotros, a compartir qué les inquieta, a expresar todo aquello que les recorre por dentro. En ocasiones por miedo a sentirse juzgados, a que puedan tener repercusiones negativas según lo que nos expliquen o podamos compartirlo con terceras personas y violemos su intimidad.
También les asusta que podamos reaccionar de forma desproporcionada ante sus confidencias o que les etiquetemos por los errores que cometen.
La comunicación debe continuar siendo uno de los pilares más importantes en nuestro acompañamiento durante esta etapa y por esta razón debemos encontrar estrategias que nos permitan crear nuevos canales de comunicación.
Es esencial que nuestros hijos se sientan escuchados, reconocidos y respetados. El problema no reside en lo que decimos sino en la forma en la que lo hacemos.
¿Cómo podemos conseguir una comunicación eficaz con nuestros hijos?
1. Seamos conscientes de nuestras propias emociones y estados de ánimos. Si nosotros no estamos bien, ellos tampoco lo estarán.
2. Hablemos con ganas de entendernos, sin interrogaciones, ironías, tonos acusativos o comparaciones. Con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad. Tengamos siempre muy presentes las características propias de la etapa que están viviendo.
3. Busquemos espacios diarios para poder hablar sin prisas, donde podamos compartir aquello que nos preocupa o nos ilusiona de forma distendida. Respetemos la intimidad que necesitan, sus ritmos vitales, dejémosles que experimenten sin sentirse vigilados. Aceptemos que no siempre querrán hablar cuando nosotros lo propongamos.
3. La escucha atenta y activa debe ser la base de nuestra comunicación. Abramos conversaciones bidireccionales, eliminemos los gritos que distancian, ayudemos a nuestros hijos a reconocer sus emociones y a gestionarlas correctamente. Pidamos disculpas cuando nos equivoquemos.
4. Cuando veamos que la conversación con ellos se vaya complicando y estemos a punto de perder el control, dejemos tiempo para serenarnos evitando así decir improperios. Retomemos la conversación cuando hayamos recuperado la calma hablando de las emociones que hemos sentido y reflexionando acerca de lo ocurrido.
5. Mostremos interés por todo aquello que les gusta y demos importancia a todo lo que nos cuentan. Mostrarnos cercanos y disponibles nos ayudará a abrir nuevos canales de comunicación. Utilizar interjecciones como “ya veo” en o “vaya” nos permitirá demostrarles que les prestamos atención.
6. Seamos el mejor de los ejemplos a la hora de gestionar los conflictos, de controlar nuestra ira, pactemos fórmulas asertivas que satisfagan a ambos lados. Controlemos nuestros impulsos escuchando sus quejas con cariño, valorando sus propuestas, mostrándonos empáticos con sus preocupaciones. Convirtámonos en un modelo de respeto, amor y comprensión.
7. Aceptemos a nuestros hijos tal y como son, apreciando todo lo bueno que tienen fortaleciendo así su autoestima. Un adolescente con una sana autoestima se respeta, valora y toma decisiones de forma autónoma. Valoremos todos los esfuerzos que realizan con palabras que empoderen.
8. Dejémosles que tomen sus propias decisiones para que vayan diseñando su propio camino. Asumamos que a menudo se equivocarán, enseñémosles que el error es imprescindible para aprender. Mostrémosles que confiamos en ellos, eliminemos de nuestras conversaciones los reproches o los juicios de valor sobre sus conductas.
9. Compartamos con ellos todo aquello que sentimos, nos gusta o nos preocupa. Expliquémosles nuestros retos o dificultades, compartamos con ellos nuestro día a día, hagámosles partícipes nuestra forma de ver la vida. Ofrezcámosles realizar actividades juntos que fortalezcan nuestra relación.
10. Repitámosles a diario que estamos a su lado de forma incondicional, pase lo que pase, hagan lo que hagan sin juicios. Creando vínculos de confianza, estableciendo lazos íntimos y auténticos que creen el ambiente idóneo para expresarse libremente.
11. Mostrémonos cariñosos y con mucho sentido del humor. Nuestros hijos han crecido mucho pero aún necesitan sentirse protegidos con nuestros abrazos y besos. Utilicemos el WhatsApp para enviarles mensajes que creen complicidad.
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