La irrupción de las megaconstelaciones de satélites privadas, el nuevo foco de la basura espacial

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Escombros producidos por la ruptura o el choque de satélites abandonados en la órbita terrestre.
Escombros producidos por la ruptura o el choque de satélites abandonados en la órbita terrestre.ESA

Hasta hace unos años, los objetos que se lanzaban al espacio no estaban diseñados para volver a la órbita terrestre y vagaban por el espacio cuando terminaba su vida útil. Algo similar ocurrió con la nave que despegó el 28 de abril con el objetivo de poner en órbita la futura estación espacial china. Una vez cumplida la misión, cayó sin control sobre el océano Índico, lo que hizo que la NASA acusara al gigante asiático de comportarse de manera irresponsable. “Está claro que China no está cumpliendo con los estándares responsables con respecto a su basura espacial”, dijo entonces Bill Nelson, máximo responsable de la agencia. En mayo de 2020, Pekín protagonizó un incidente casi idéntico, aunque esta vez los restos cayeron sobre Costa de Marfil. A principios de junio, la Estación Espacial Internacional, detectó daños importantes en su estructura externa, sin que sus astronautas supieran cuándo ni cómo se habían producido. Estos hechos, aunque parezcan distantes, tienen un mismo protagonista: la basura espacial que se acumula alrededor de la Tierra y que se está convirtiendo en un auténtico problema para los diferentes actores del cosmos.

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Estos desechos provienen de la explosión de baterías o tanques de combustible de satélites o cohetes abandonados, y que se multiplican al chocar con otros cuerpos. Según las estimaciones de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), hay unos 7.200 satélites en la órbita terrestre, aunque solo alrededor de 4.300 funcionan. Otra estimación, basada en modelos estadísticos, cifra en unos 130 millones la cantidad de objetos de menos de 10 centímetros. La masa de todos estos cuerpos ronda las 9.400 toneladas, casi como la Torre Eiffel (10.100 toneladas).

Una estimación basada en modelos estadísticos, cifra en unos 130 millones la cantidad de objetos de menos de 10 centímetros. La masa de todos estos cuerpos ronda las 9.400 toneladas, casi como la Torre Eiffel

Las diferentes agencias se comprometieron a retirar los desechos en un plazo de 25 años desde que dejan de ser útiles, tal y como figura en la normativa de la Oficina del Espacio Exterior de la ONU. El problema, según David Galadí, de la Sociedad Española de Astronomía (SEA), es que estos plazos nunca se cumplen. “Lo bueno sería que este tipo de maniobras fueran obligatorias”, dice. Según el Informe Anual sobre el Entorno Espacial elaborado por la agencia europea, “más de la mitad de los agentes espaciales cuyas misiones no caen de nuevo a la Tierra y se desintegran al terminar su vida útil no intentan deshacerse de sus misiones de forma sostenible”. Las cifras mejoran, pero no lo suficientemente rápido. Tim Flohrer, director de la Oficina de Desechos Espaciales de la ESA, cree que van por el buen camino: “Todo el mundo está preocupado y se lo toma en serio. Creo que deberíamos mantener esa actitud”.

Sin embargo, según Galadí, el papel que juegan las agencias espaciales “empieza a ser minoritario”. El también coordinador de ICOSAEDRO, un grupo de trabajo de la SEA que estudia el impacto de las constelaciones de satélites, considera que la voz cantante la llevan actualmente las compañías privadas: “La entidad que más satélites activos tiene a día de hoy es la empresa de Elon Musk. Y la segunda es OneWeb [otra corporación]”. En 2020, el lanzamiento de satélites se multiplicó por tres con respecto al año anterior, según la ESA. Este aumento se explica por el crecimiento exponencial de los satélites con fines comerciales. Starlink, la compañía de Musk, tiene planeado lanzar 12.000 satélites con los que ofrecer internet a casi todo el planeta, de los cuales ya están en órbita más de 1.500. El dueño de Amazon, Jeff Bezos, quiere mandar otros 3.200 con la misma finalidad. Por su parte, la agencia espacial china anunció 40 lanzamientos para 2020. Mientras, India anunció que realizaría 36 misiones entre 2020 y 2021.

Tanto la empresa de Musk como OneWeb promueven la retirada de los objetos una vez dejan de funcionar. “Hasta ahora lo están cumpliendo y los hacen descender en cuestión de semanas o meses”, cuenta Galadí sobre Starlink. Miquel Sureda, doctor en ingeniería aeroespacial e investigador de la Universidad Politécnica de Cataluña, asegura que estas empresas cumplen las normas, pero el problema de fondo es la ley. “En el momento en el que no tienes un satélite, sino miles, la ley tiene que mirar a la constelación como un conjunto”, dice el divulgador científico. “Lo que para un satélite parece de sentido común y es posible, para una megaconstelación aparecen nuevos riesgos y nuevos retos que hay que tener en cuenta”, comenta.

Ubicación de la constelación de satélites de Starlink según el estudio de la Sociedad Española de Astronomía.
Ubicación de la constelación de satélites de Starlink según el estudio de la Sociedad Española de Astronomía.SEA / SEA

El investigador subraya otra razón por la cual la legislación actual no es eficaz frente a las megaconstelaciones. “Cuando un satélite se desintegra en la atmósfera no pasa nada. El material se volatiliza y sus partículas se quedan en suspensión. Pero cuando tienes miles de satélites reentrando, tienes que preguntar qué efecto tiene desintegrar miles de satélites al año en órbitas sensibles”, dice Sureda. Algo similar ocurre con la contaminación lumínica que generan esos satélites al reflejar la luz y que es otra de las principales críticas de los científicos. En este caso, Elon Musk anunció que rediseñaría sus aparatos para hacerlos menos brillantes.

Sureda considera que la legislación internacional “se ha quedado obsoleta” en este aspecto, aunque cree que incluso actualizándola, sería insuficiente. “Se necesitan políticas activas, como mandar misiones que puedan limpiar parte de la órbita”, dice. En 2019, la ESA anunció para 2025 la puesta en órbita de un satélite capaz de recolectar estos residuos. La misión ClearSpace-1 pretende hacerse con los restos del cohete Vega, lanzado en 2013, y que se encuentra a unos 700 kilómetros de altura. Para la NASA, lanzar una misión de limpieza sigue siendo “un desafío a nivel técnico y económico”.

“Lo que para un satélite parece de sentido común y es posible, para una megaconstelación aparecen nuevos riesgos y nuevos retos que hay que tener en cuenta

Miquel Sureda, investigador de la UPC

Si no se toman medidas, puede producirse lo que se conoce como síndrome de Kessler, por el cual los objetos de una misma órbita chocan constantemente, creando un efecto dominó que dejará algunas áreas totalmente inutilizables. “Como individuos, el riesgo de sufrir las consecuencias de esta contaminación es insignificante, pero si pensamos en nuestra dependencia de la infraestructura espacial para nuestras vidas diarias (navegación, comunicación global, etc.), estos servicios esenciales tienen un impacto enorme en nuestra vida diaria. Hay un riesgo de que las infraestructuras espaciales dejen de estar disponibles para todo el mundo”, dice Flohrer.

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