La Kenia campesina también espera la vacuna del coronavirus


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El año 2020 fue difícil para el mundo. En las zonas rurales de Kenia, con la población más envejecida y menos recursos, era importante para todos mantener la covid-19 bajo control. Los confinamientos de las principales ciudades funcionaron casi a la perfección para que el patógeno no llegase al campo, pero ahora, con la política de apertura, las escuelas de nuevo en funcionamiento y las vacunas encargadas, la población rural es más optimista. “Me gustaría que me vacunasen, y espero que sea gratis. Si no, tendré que prepararme para el gasto para mi familia”, insiste Mary Wanjiru, una madre soltera con tres hijos de Lobere, un pueblo del condado de Laikipia.

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Wanjiru oyó hablar de la vacuna en las noticias, pero no dieron mucha información. “Si la dieron, yo no la oí. ¿Cuándo va a llegar? ¿A quién se la pondrán primero? ¿Hay planes de inmunizar?”, pregunta. Según esta mujer, su pueblo no ha sufrido los efectos de la covid-19. “Lobere está densamente habitado, y la mayoría de la gente está siempre en sus tierras. Por eso uno puede pasarse una hora andando por aquí y no encontrarse a nadie por la calle. Conozco a todo el mundo y no sé de nadie que se haya contagiado, o que la enfermedad le haya afectado”.

El condado de Laikipia tiene una población total de 518.560 habitantes y 149.271 hogares con una media de 3,4 personas por hogar; la densidad de población es de 54 habitantes por kilómetro cuadrado. Wanjiru explica que el Gobierno se ha tomado muy en serio las medidas de precaución, como el uso de mascarilla y el lavado de manos. Los kenianos evitan el contacto y la mayoría de las familias han optado por adquirir instalaciones para lavarse. “En todas las ofertas para trabajar en el campo, la mascarilla es obligatoria, sobre todo si los empleados son más de cinco“, precisa. “Cuando estoy cerca del centro del pueblo, siempre llevo mascarilla; está lleno de gente, todo el mundo lanza el aliento a todo el mundo, así que no me la quito. También me la pongo cuando voy a la iglesia. En el pueblo, todos nos protegemos, pero también está la policía para garantizar que respetamos la obligación de llevarla y el toque de queda”.

Además, una ventaja para la población es que no hay visitantes ocasionales. “No viajamos mucho”, afirma Wanjiru, que asegura poner mucho cuidado con las personas procedentes de las grandes ciudades, sobre todo de Nairobi. “En el pueblo de al lado he oído hablar de jóvenes a los que han traído de vuelta de la ciudad para enterrarlos a causa de la covid-19, así que cada día rezo para que los hijos de nuestros vecinos que están en las ciudades estén a salvo. De todas maneras, también esperamos que se queden allí y no traigan el virus”, confiesa.

Ahora que los centros de enseñanza vuelven a abrir, Wanjiru piensa que será un gran problema para Lobere. “La reapertura de los colegios significa mucho movimiento, ya que los padres llevan a sus hijos a diferentes centros de toda Kenia. Los desplazamientos en masa en vehículos públicos podrían traer al pueblo los primeros casos de covid, pero confiamos en que los que lleven a sus hijos sean especialmente cuidadosos”.

Wanjiru espera que el Gobierno haya tomado suficientes precauciones para que los niños estén seguros, o que los vacunen a ellos primero. “Ojalá los niños estudiaran en sus pueblos para evitar demasiados desplazamientos a otro condado. Yo quería visitar a mis padres durante las vacaciones de Año Nuevo, pero decidí no hacerlo, ya que tendría que haber utilizado el transporte público, y en esa época del año todo el mundo viaja. No voy a poner en peligro la salud de mi familia poniéndome enferma yo”. Por último, añade que confía en que el país siga cumpliendo estrictamente las medidas de prevención para frenar la propagación de la enfermedad mientras espera las vacunas.

Cuando el coronavirus llama a tu puerta

Charles Kariuki, maestro jubilado y empresario del pueblo de Mwenje, también en el condado de Laikipia, cuenta lo mucho que sufrieron sus nervios cuando su hija menor contrajo la covid 19. “Era noviembre, y no quería que nos preocupáramos. Esperó a estar fuera de peligro para contárnoslo. Su enfermedad fue leve y no necesitó hospitalización, pero siguió tosiendo al menos hasta dos meses después”.

Kariuki recuerda que, cuando en Kenia se informó de los primeros casos y se anunciaron los confinamientos, pidió a su hija que se marchara de Nairobi y volviese al pueblo. “Tengo otros tres hijos, pero son mayores”, cuenta. “Me preocupaba que mi hija se contagiara, y se contagió, pero no sabe con seguridad cómo. Doy gracias de que esté bien”.

Según el empresario, un amigo suyo de una localidad cercana también contrajo la covid-19, y estuvo hospitalizado varias semanas. “Estuvo dos veces en el hospital por problemas respiratorios. Sospecha que se contagió de los obreros de la construcción de Nairobi que trabajaban con él. Sé que es normal que muchos habitantes del pueblo desconfíen de los forasteros de las grandes ciudades, pero yo no desconfío porque mis hijos y mis nietos viven en ellas. Me enfadaría mucho si aquí se sintiesen marginados o rechazados”.

Kariuki toma las precauciones necesarias para protegerse. “Siempre llevo puesta la mascarilla y me desinfecto constantemente. Todas las casas tienen una instalación para lavarse. Yo tengo una en la tienda. En la iglesia, en el centro de la ciudad y en los campos donde trabaja mucha gente también hay. Estoy deseando que la vacuna llegue a nuestro país. Sé que el mundo se curará. Espero que no perdamos a demasiada gente”.

Lucy Mwara, una trabajadora eventual del pueblo de Matwiku, en el condado de Laikipia, recuerda la primera vez que oyó que un keniano se había contagiado de covid-19. “Me asusté mucho y llamé a varios amigos para que mirasen las noticias. Creía que en diciembre estaríamos todos muertos. Estaba muy asustada, pero ha llegado el nuevo año y aquí estamos. Hemos perdido a algunos kenianos, pero las cosas van mejor de lo previsto”.

Cuando cerraron los colegios, se sintió más tranquila e hizo que sus dos hijos adolescentes se confinasen. “No los dejaba salir a jugar. También les prohibí que visitasen a su abuela en el pueblo de al lado a no ser que yo los acompañase y pudiese vigilarlos”, recuerda Mwara. “Aunque no conozco a nadie en nuestro pueblo que se haya contagiado de covid, corre el rumor de que un joven del pueblo de al lado vino de Nairobi a recoger su cosecha, y al cabo de una semana más o menos murió por complicaciones respiratorias. La mayoría de la gente cree que murió a causa de complicaciones de la covid porque su funeral fue raro, pero solo son rumores”.

A Mwara le preocupa que, con la reapertura de los colegios, los desplazamientos de la gente hagan que el virus se propague más lejos

A Mwara le preocupa que, con la reapertura de los colegios, los desplazamientos de la gente hagan que el virus se propague más lejos. “Me preocupan mis hijos, quiero protegerlos. Por eso les he pedido que cumplan estrictamente las normas del Gobierno hasta que podamos vacunarnos”, admite.

Según Mutahi Kagwe, secretario del Gabinete de Sanidad, el Gobierno de Kenia ha encargado 24 millones de dosis de la vacuna. Mientras, busca formas de asociarse con las empresas chinas que han desarrollado vacunas contra la covid-19. Kagwe explica que el preparado de Oxford-AstraZeneca es mucho más barato y fácil de almacenar que los de otras empresas farmaceúticas.

Durante el entierro de su prima Grace Nyawira en el pueblo de Mutwewathi, en Mukurweini, condado de Nyeri, Kagwe declaró que las vacunas adquiridas por el Gobierno llegarían al país en febrero. También instó a los padres y a los maestros a asegurarse de que los niños llevan mascarilla como parte del uniforme escolar.

Teresia Wanjiku, una pequeña agricultora de Lobere, en el condado de Laikipia, cree que Dios la ha protegido del contagio de covid-19. “En este pueblo nadie ha enfermado, y espero que sigamos así. De todas maneras, estamos deseando que lleguen las vacunas. Las necesitamos para que podamos volver a confiar en los que vienen de fuera. Los forasteros pueden estar contagiados y contagiarnos a nosotros, porque muchos no llevamos mascarilla”.

Wanjiku piensa que su forma de vida rural influye en que no utilicen esta forma de protección. “Las interacciones son mínimas, porque de día todo el mundo está ocupado trabajando el campo, y por la noche estamos demasiado cansados para los encuentros sociales. Así que la mayoría del tiempo la pasamos con la familia. Pero en las reuniones en la iglesia o en el centro de la ciudad, donde hay mucha gente, llevamos mascarilla”.

Según la agricultora, no hay mucha información sobre la vacuna, pero espera que cuando por fin llegue al país, haya más. “A lo mejor es que me he perdido las noticias sobre las vacunas. Si los colegios no abrieran, no me preocuparía demasiado el tema, pero mis hijos van a volver al colegio, y tengo miedo por ellos”.

Su miedo es que los niños que van al colegio puedan contagiarse de covid-19. “Quizá se debería haber retrasado la apertura de las escuelas hasta que llegue la vacuna. ¿Cómo van a mantener la distancia social si no hay aulas ni dormitorios construidos?”, se pregunta.

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