La lucha de los vendedores de prensa frente a la covid-19

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Jose Marcos, delante de su quiosco en Príncipe de Vergara el pasado jueves.
Jose Marcos, delante de su quiosco en Príncipe de Vergara el pasado jueves.INMA FLORES / EL PAIS

¿Estudiar o trabajar? José Marcos no tuvo dilema. Su padre, albañil, se estaba quedando ciego cuando vio pasar la oportunidad de hacerse con una licencia de vendedor ambulante de periódicos. Corrían los años sesenta del siglo pasado en la capital de España. Época dorada del papel prensa. La radio dominaba las ondas por encima de la televisión. El colegio le gustaba más bien poco y en casa andaban asfixiados. Por eso a los nueve años el niño estaba ya voceando las cabeceras en la calle. Esa fue su tabla de multiplicar. No se le olvida. La suelta de carrerilla. De mañana: Arriba, Ya, ABC, Marca y As. De tarde: Informaciones, Alcázar, Madrid y Pueblo. A tres pesetas el ejemplar. También rememora las triquiñuelas para sobrevivir a la picaresca de esos guardias que querían un peaje por dejarle pregonar tranquilo con el manojo de diarios que llevaba bajo el brazo. Recuerda que su padre le daba al uniformado de turno 50 pesetas semanales y el As. Todavía no tenían un puesto de los que llamaban “situado” y que se obtenía a través del montepío, predecesor de la actual asociación de vendedores. Su primer quiosco no era más que una caseta de tablones cosidos con clavos. José muestra orgulloso un retrato de entonces enseñando un ejemplar del Ya a la cámara.

En recuerdo de aquellos que trataban de enganchar a los viandantes aireando los titulares a gritos, cada año se celebra el día de los vendedores de prensa. El pasado 5 de octubre las asociaciones del sector fueron recibidas en la Puerta del Sol por la presidenta Isabel Díaz Ayuso y en Cibeles por el alcalde José Luis Martínez-Almeida. Es un acto que se repite cada año. La foto protocolaria, las sonrisas y la tradicional entrega de la prensa del día junto al ramo de flores. Pero también reivindicaciones, pues se sienten abandonados por las instituciones y las empresas. Ahora mismo tienen permiso para lucir publicidad cultural y creen que el yugo del cierre se aligeraría para muchos si pudieran tener permiso para ampliar a publicidad genérica. Solo en la capital hay 350 quioscos, de los que 32 han tenido que echar el cierre por la crisis generada por la pandemia, cuyo mazazo ha reducido las ventas aproximadamente en un 50%. Han sido considerados servicio esencial durante la pandemia y han tenido que seguir funcionando entre el vacío de calles del estado de alarma. La mayoría sobreviven reinventándose con productos que van más allá de los periódicos y las revistas. La Comunidad de Madrid acaba de lanzar una campaña de apoyo a los quiosqueros.

Hoy, con 62 años y más de medio siglo después de empezar siendo un chavalillo, José Marcos sigue a pie de oficio cada día. Su horario es de 6,30 a 19,30 “sin parar”. Ya no lo hace en aquel puesto medio ambulante de la calle Gabriel Lobo, 10, entre las casas de la colonia de la Cruz del Rayo. Ahora ha salido a la anchura de las aceras de Príncipe de Vergara a la altura del Auditorio Nacional. Y ya no tiene necesidad de vocear las cabeceras. Claro, que se queja con amargura de que cada vez menos gente se mancha los dedos de tinta al pasar las páginas. Las yemas se deslizan ahora sobre las pantallas, que a él le reportan poco. Habla de esas ventanas digitales con cierto recelo. De hecho considera la revolución digital de los últimos años como una primera pandemia. La actual del coronavirus es la que les ha dado la puntilla. Calcula que las ventas en general se han hundido en los últimos años un 70%. Pero “ningún año como este”. ¿Solución? Como el virus ha alejado al cliente de toda la vida del quiosco, para sobrevivir ahora reparte él a diario la prensa a empresas y particulares.

“Estoy a punto de irme de aquí. Del quiosco, no del mundo”. La sorna le sirve a Román Barcón, de 62 años, para dar una idea de su hastío. Se puso a vender prensa a los 24, cuando dejó a medias Geografía e Historia para salir adelante económicamente. Cierra dentro de unos meses y no tiene quién quiera el traspaso. En tiempos la venta daba para sacar adelante a la familia, pero sus hijos “por suerte desde el minuto uno” estudiaron y encontraron trabajo. Su quiosco se encuentra en la calle Bravo Murillo junto al Mercado de Maravillas. Empezó alquilándolo pero acabó siendo de su propiedad. Ahora no tiene quien le suceda. Antes estaba todo el día, pero ahora no le merece la pena. A las tres echa el cierre. “Esto ya no es lo que era”. Su discurso es una retahíla de quejas.

Barcón, que es vicepresidente de la Avppm, asegura que solo de la venta de prensa no pueden vivir aunque los periódicos siempre tendrán que seguir expuestos. Para que los quioscos no desaparezcan definitivamente están obligados a reinventarse y ofrecer otros productos. La inmensa mayoría lo hacen. “Todo empezó con los chicles”, recuerda José Marcos. Es fácil toparse hoy quioscos en zonas turísticas como Gran Vía o Cibeles con postales o imanes de recuerdo o, por ejemplo, al que se encuentra cerca de un colegio ofrecer material de papelería. La licencia actual les permite vender alimentos que vengan ya envasados, agua o refrescos, pero no cerveza. Además, añade Barcón, la publicidad genérica sería “un salvavidas” para evitar cierres. Durante la pandemia “se nos ha considerado servicio esencial y no se nos ha ayudado en nada”. Lamenta que las ventas hayan bajado y haya “ofertas bestiales” para los clientes que se pasan a la prensa digital. “Estamos muy dolidos”.


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