La mecha anuncia el cohete


Todo ha cambiado. Hasta las victorias más dignas de ser celebradas se tienen que vivir en soledad. Segundo día de julio. Juega la Real. Y el apartamento de Benidorm, presa de la soledad. Sin veraneantes guipuzcoanos a los que dar la bienvenida con 35 grados a la sombra. Todo ha cambiado. En Anoeta hay más movimiento, pero sin alardes. Un poco de vida por el partido, a la mitad de temperatura que en el Mediterráneo y los decibelios de la megafonía medio afónicos. Sin querer destruir por completo un silencio que estremece.



Es el fútbol sin mascarilla y en un estadio para 39.500 espectadores hay unas 200 personas. Muy esparcidas a lo largo y ancho de un escenario en el cada segundo pasa un ángel, de tan desangelado que se encuentra. Valga la contradicción.

Luca
Sangalli, el entusiasta de la Real por naturaleza, no se desmarca de la primera línea de la grada ni en el calentamiento, con una aparatosa protección en la rodilla operada. Durante el partido se desgañita. Sin cesar de sentir qué significan para él sus colores. No es el único que grita. Llorente, también, pero por motivos diferentes: el dolor tras una violenta entrada. Moyá es otro que se deja oír. Hay una defensa que organizar. Merino, mientras, le pide a Portu con el grito en el cielo que le presione al central del Espanyol.

Desde el área técnica de la banda, Imanol alterna la supervisión con la orden. Una voz desgarrada en busca de la identidad. Se le escucha con nitidez por la ausencia de espectadores. Sin embargo, la competición es la misma: unas veces se acierta, otras no se obedece. De ahí que Monreal le achaca a Willian
José que no haya penetrado a rematar un centro medido desde la banda. No hay secretos.

La Real jugaba en casa y el Espanyol, fuera. La irreconocible realidad, en cambio desfigura la condición local y visitante. No existe la ventaja del anfitrión. El factor del visitante gana enteros. El ambiente que aportan suplentes y desconvocados neutraliza las diferencias. Todos animan igual. Todos aprietan al árbitro con la misma intensidad.

Y en mitad del silencio, una mecha. Es el anuncio de los cohetes. Entre los dos que se lanzaron por el primer gol de Willian
José, irrumpió el VAR. Cinco minutos después, un respingo fatídico. Gol del Espanyol. Y cuando todo parecía camino de la perdición, el proyectil de Isak. Se escuchó todo.


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