La nieve encerró una semana a Miguel Ángel con sus ovejas


Miguel Ángel Lizama lleva una semana durmiendo entre montañas de paja junto a sus mil ovejas. Este ganadero de 59 años ha vivido atrapado desde el jueves pasado en una nave de Bello (Teruel), que alcanzó durante la madrugada los 19,4 grados bajo cero. La nieve ha colapsado los accesos y Lizama teme por los animales, que requieren de su atención constante. Por eso ha sacrificado su tranquila vida en la cercana Calamocha, donde reside solo, para instalarse en el gigantesco pabellón teñido de blanco junto a su ganado ovino. El hombre no ha podido ni ducharse ni cambiarse de ropa desde entonces. El cansancio y las temperaturas gélidas no han podido con él: “Estoy muy entretenido. ¡Al día le faltan horas!”, asegura el turolense.

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Este aragonés convive bien con la soledad: “No he echado de menos a la gente”. El mayor problema ha sido el sigiloso frío: “Lo coges sin enterarte”. Sus labios amoratados y con llagas, junto a los pies empapados por caminar sobre la nieve, delatan las extremas condiciones que ha soportado con una sencilla sudadera y un abrigo. No le importa demasiado: “En peores plazas he toreado”. Lizama, de mediana estatura y delgado, bromea con la incipiente barba que asoma en su enjuto rostro. El animoso ganadero, con la cabeza protegida por un gorro negro, recuerda que cada cordero lo venderá por unos 75 euros, un buen motivo para no perder la fuerza. Hace falta mucha energía para encender pequeños fuegos y descongelar así el agua, almacenada en depósitos, que beberá su rebaño. Él se ha alimentado con comida que tenía guardada por si acaso.

El lugar donde ha estado confinado se ubica al final de un camino congelado en el blanquísimo exterior del pueblo. El alcalde de Bello, Jaime Barrado, y el ganadero Amado Lizama relatan que el hielo y el manto de nieve hacían “inaccesible” el tránsito normal hacia la nave, pues el tramo despejado pronto termina y exige un tractor con una pala para transitar entre la gélida senda.

El hombre atrapado no se ha alejado de su rebaño por la combinación de los efectos del invierno y las atenciones que los animales requieren. “He atendido unos 90 partos”, precisa un hombre ocupado. La vigilancia es intensiva porque incluso de madrugada hay alguna que reclama ayuda. Su hermano y el alcalde detallan que estos mamíferos son muy sensibles y necesitan atenciones más específicas que, por ejemplo, los cerdos: a estos les sobra con un silo que les surta de cereal y agua. Por tanto, Lizama ha permanecido junto a ellas y solo se ha alejado cuando, en muy breves periodos de tiempo, iban a buscarlo con un tractor para que comiera rápidamente algo caliente en el pueblo antes de dejarlo allí de nuevo.

El riesgo de que la ruta fuese de nuevo inaccesible o que alguna desgracia ocurriese en la nave a causa del extremo temporal impedía siquiera que durmiera en su casa. Las ovejas actúan como estufa sin necesidad de enchufe. Cada noche se tumbaba sobre las pacas de paja y descansaba hasta que salía el sol. Su única preocupación ahora, dice sin rodeos, es colocar a sus animales en el mercado. Miguel Ángel es de los pocos profesionales a los que contar ovejitas no le da sueño.

Los pastores conocen bien las bajas temperaturas. El marroquí Ahmed Ouigil, que pisa la nieve con sus chanclas sin inmutarse, comenta que las ovejas estabuladas no sufren tanto el frío porque los rebaños proyectan calor animal. La nieve, tan habitual en los cuatro años que acumula en Teruel, le recuerda a su El-Ksiba natal en las montañas del Atlas. La hija de su compatriota Hicham Ouhassou también se ha acostumbrado. Farah tiene ocho años y sonríe con su gorro blanco y abrigo fucsia mientras explica que se lo pasa pipa en esta estampa invernal. Los hijos de Ahmed e Hicham han permitido que haya niños que jueguen con la nieve acumulada en el patio del colegio cerrado hasta su llegada a Bello.


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