La pandemia y los Juegos de Tokio mantienen en la incertidumbre la próxima temporada de la NBA


El 9 de julio llegó junto a sus compañeros a la burbuja que dispuso la NBA en Disney World, Orlando. Con una gorra en la que se leía More than an athlete (más que un deportista) y una mascarilla de color morado que apenas dejaba entrever su rostro, LeBron James hizo saber que, a los 35 años, estaba decidido a asumir el desafío más complejo y heterogéneo de su dilatada carrera, un reto inédito en la historia del deporte mundial. Se veía en la obligación de afirmarse como el mejor enganche posible de la NBA en tiempos de pandemia, de canchas sin público, de reivindicaciones sociales llevadas a cabo en medio de una tensión extrema. Y al mismo tiempo asumía el desafío de devolver a lo más alto a los Lakers, justo después de la muerte de Kobe Bryant, con el 17º título que iguala a los Celtics en la cima de la NBA, y revelarse una vez más como el más grande, al menos en los tiempos que corren, con su cuarto título y su cuarto MVP —el primero en conseguir esa combinación con tres equipos distintos— en su décima final.

LeBron siempre estuvo en el punto de mira de quienes ponían en duda que en la Conferencia Oeste, siempre más exigente que la del Este, en la que había desarrollado toda su carrera, continuara siendo el Rey; también de quienes le reprocharon por no meter siquiera a los Lakers en los playoffs en su primera temporada en Los Ángeles, o de los muchos que empezaban a observar algún signo de declive en su dilatada carrera, como su mal balance defensivo en una serie de partidos. El domingo, 95 días después de haber llegado a la burbuja de la NBA, LeBron cuadró un balance impecable.

Los Lakers arrollaron a Miami Heat en el sexto partido de la final, mucho más de lo que se pueda deducir por el marcador final (93-106), ya que antes del descanso el partido estaba prácticamente resuelto. Era el 4-2, la confirmación de los pronósticos desde que los Lakers incorporaron a Anthony Davis en julio de 2019 y la promesa cumplida cuando todos ellos quedaron consternados por el fallecimiento del icono de la franquicia y del deporte mundial, Kobe Bryant, y su hija Gianna, en un accidente de helicóptero el 26 de enero. “Te prometo que continuaré tu legado”, dijo LeBron en memoria del jugador que dejó una herencia de cinco títulos y que mereció que fueran retiradas las dos camisetas que llevó, el número 8 y el 24, durante las 20 temporadas que jugó en los Lakers.

“Pensar que tengo algo que demostrar me alimenta personalmente”, admitió LeBron a la conclusión del sexto y definitivo duelo ante los Heat. “Me alimentó durante este último año y medio desde la lesión [la pasada temporada se perdió 27 partidos]. Me animó porque, llegado a este punto, no importa lo que haya hecho en mi carrera, todavía hay pequeños rumores, dudas, comparaciones con la historia: si éste ha hecho esto y aquél, aquello. Tener eso en mente, decirme a mí mismo ‘¿por qué no voy a tener algo que demostrar?’, me da energía”.

Dúo con Anthony Davis

La fuerza, calidad y eficacia de El Rey quedó definida una vez más con un triple doble en el partido definitivo: 28 puntos, 14 rebotes y 10 asistencias. Hubo durante el desarrollo de las finales quien especuló con la posibilidad de que el MVP fuera para Anthony Davis, también brillante, decisivo en alguno de los partidos. Pero no hubo discusión posible porque LeBron cuadró una vez más unas cifras asombrosas: 29,8 puntos, 11,8 rebotes y 8,5 asistencias de promedio en los partidos de la final.

Fue el primer título para Anthony Davis, el número uno del draft de 2012 y siete veces all star, que, tras siete temporadas en Nueva Orleans , apostó de manera tan decidida por los Lakers que la NBA le sancionó con 50.000 dólares por hacer público su deseo antes del tiempo reglamentado, en enero de 2019. La labor del ala-pívot de 2,08 metros y 27 años ha resultado vital para el éxito de los Lakers. En el sexto partido ante los Heat, sumó 19 puntos y 15 rebotes y, en las finales, promedió 25 puntos y 10,7 rebotes.

Davos y LeBron compartieron equipo en la selección de Estados Unidos que ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012. El dúo que han formado en Los Ángeles ha sido determinante, comparado a menudo con el que formaron en su día Shaquille O’Neal y Kobe Bryant. “A veces no puedes explicar qué te vincula con alguien. Hay ciertas cosas que simplemente sabes, conoces ese tipo de vibración en una relación personal. Lo primero que pienso en relación a AD es en el respeto, en no tener ego, en desafiarnos el uno al otro. Quiero que sea mejor que yo, y él quiere que yo sea mejor que él”, dice LeBron, clave en la operación que llevó a Anthony Davis a los Lakers, a cambio de Lonzo Ball, Josh Hart, De Andre Hunter, Brandon Ingram y varias primeras rondas de futuros draft.

No hubo resquicio para la duda en el sexto partido de la final, ni rastro de la réplica planteada por los Heat en los cinco anteriores. Los Lakers les arrollaron. Ya antes del descanso la diferencia había alcanzado los 30 puntos (64-34) y mediado el tercer cuarto, los 36 (82-46).

Frank Vogel, el entrenador que eligieron los Lakers después de seis temporadas fuera de los playoffs, introdujo algunos retoques. Anthony Davis dejó el marcaje de Butler a LeBron James. El pívot recuperó la marca de Adebayo. Y Caruso apareció por primera vez en el equipo titular en los playoffs, en detrimento de Dwight Howard. Los Heat, que recuperaron a Goran Dragic, lesionado desde el primer encuentro de la serie, se estrellaron contra la defensa de los Lakers. Butler, el jugador clave para que los Heat llegaran tan lejos, solo lanzó 10 tiros de campo y tres tiros libres y se quedó en 12 puntos. El ataque de los Heat quedó muy limitado y solo destacó Adebayo con 25 puntos, 10 rebotes y cinco asistencias. En cambio, los Lakers, además de LeBron y Davis, contaron con la formidable aportación de Rajon Rondo, con 19 puntos, cuatro rebotes y cuatro asistencias, y de Caldwell-Pope, con 17 puntos.


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