La paradoja de la pandemia

Varios jóvenes con mascarilla en el festival Cruïlla de Barcelona celebrado en julio.
Varios jóvenes con mascarilla en el festival Cruïlla de Barcelona celebrado en julio.Marta Pérez / EFE

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Los efectos de la pandemia sobre la estructura de edades resultan paradójicos. La tasa de morbilidad y mortalidad se concentra en las personas mayores, sobre todo en países como el nuestro donde los servicios de atención primaria y las residencias de ancianos han colapsado a causa de su infradotación crónica. Pero el impacto social de la pandemia, en términos de empobrecimiento relativo y pérdida de oportunidades vitales, se concentra en la transición juvenil entre la emancipación familiar y la integración adulta. De ahí la paradoja de que los mismos jóvenes que son inmunes a los efectos biológicos del virus sean las principales víctimas de sus efectos sociales.

Esto se entiende mejor con la metáfora de la pandemia como guerra contra el virus, pues en toda guerra, las principales víctimas son los jóvenes que deben renunciar a su propia integración social para dejarlo todo y partir al frente a jugarse la vida. Es lo que sucedió en nuestra guerra civil, cuando cayeron en picado las tasas de empleo, nupcialidad y natalidad truncando el ciclo de vida de toda una generación. Y lo mismo ha ocurrido ahora con la pandemia de la covid, que al estrangular la enseñanza superior y las oportunidades de empleo ha destruido los planes vitales de emancipación familiar e integración social de toda una generación de jóvenes, determinando en 2020 una caída del 46% en la nupcialidad y del 6% en la natalidad. Y como sabemos por el efecto del abandono del empleo por la maternidad, causante de la brecha de género, estas quiebras de las carreras vitales de los jóvenes son auténticas bombas de relojería que ejercen múltiples efectos retardados sobre el resto de su ciclo de vida. Un bloqueo de la emancipación juvenil que amenaza con quebrar el metabolismo generacional.

En esto además llueve sobre mojado, pues los efectos sociales de la pandemia sobre los jóvenes no sólo se acumulan a los que ya sufrieron por la crisis del euro, de 2009 a 2013, sino que además afectan a una juventud como la española que ya venía siendo desde la transición a la democracia la más incapacitada de Europa para proceder con éxito a su emancipación familiar y su integración social. Basta para ello con analizar los datos europeos comparados del Índice de Desarrollo Juvenil, donde España siempre figura a la cola en materia de abandono escolar, empleo precario y dependencia familiar. Algo ahora agravado por los dos hachazos sufridos con la crisis del euro y la covid.

Con el problema añadido de que esta discriminación de la juventud no es denunciada como tal por ningún partido ni por tanto reconocida y combatida por ningún gobierno. En España no ha habido nunca política juvenil digna de ese nombre, y por eso no hay rentas juveniles de inserción ni vivienda protegida en alquiler. Algo que debe reprocharse tanto al Partido Socialista, con tantos años gobernando, como al propio Podemos, que nació precisamente como el partido de los jóvenes, pero que nunca se ha dedicado a serlo, prefiriendo comportarse como adalid de los sindicatos y las guerras culturales.


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