La poesía de un ‘caucus’, la prosa de una ‘app’

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El proceso electoral de la primera potencia del mundo empieza aquí. Una tarde de un gélido lunes de enero, en un discreto polideportivo universitario de Des Moines, una ciudad de 200.000 habitantes en el medio oeste de Estados Unidos. Aquí no hay urnas, sino unas vallas de atletismo, cada una con un folio pegado con el nombre de uno de los candidatos, que los voluntarios reparten por el césped artificial de la pista. Se vota caminando, se debate, se vitorea. Esto es un caucus, una de las asambleas de votantes en las que, en algunos Estados del país, como Iowa, se eligen los delegados que decidirán quién es el candidato del Partido Demócrata a las elecciones presidenciales.
Una casualidad de la historia convirtió a Iowa en el primer Estado de las primarias. Tras un cambio en las reglas de la contienda en 1972, la ausencia de habitaciones de hotel libres en Des Moines en las fechas que le correspondían al Estado obligó a adelantar el proceso, y así se convirtió en la primera parada y le cayó del cielo un negocio que se calcula en 11,3 millones de dólares solo en la última semana (sin contar con el impacto en publicidad). Pero su condición de primero no está exenta de críticas, entre otras cosas por la escasa diversidad el Estado, que no representa al conjunto del país, y el desastre del recuento que se produciría avanzada la noche no hace sino añadir controversia a ese caprichoso privilegio.

Esta es la primera vez para Joe Scheurenbrand, de 19 años, uno de los primeros en llegar a este caucus, que se celebra tres horas antes de que empiecen casi todos los demás, para permitir participar a quienes no pueden asistir a la hora convencional. “Votaré por Bernie Sanders”, dice. “Me han dicho que en este caucus hay muchos que apoyan a Elizabeth Warren y a Pete Buttigieg, pero creo que tenemos posibilidades”. Queda poco para saberlo. A las 16.30, un joven agarra el megáfono y anuncia: “Por la presente declaro abierto este caucus”.
Los 71 votantes congregados, abrumadoramente jóvenes y blancos, se sientan en la grada que ocupa uno de los lados del polideportivo. Tras aprobar al presidente y al secretario del caucus, el primero lee una carta del liderazgo del partido en Iowa, que llama a la unidad: “Podemos entrar como seguidores de uno u otro candidato, pero debemos salir unidos”. A continuación se ordena a los votantes que bajen a la pista y procedan a colocarse detrás de la valla con el nombre de su candidato. Empieza la fiesta. Para algunos más que para otros.
Tienen cinco minutos para colocarse. Los candidatos que en este primer alineamiento no superen los 11 votantes (15% del total) se considerarán “no viables” y quedarán fuera. Un total de 43 personas se colocan detrás de la valla del candidato Bernie Sanders. Detrás del de Elizabeth Warren, aspirante que le disputa a Sanders el trono de la izquierda, se sitúa una veintena. Buttigieg, con nueve, se queda a las puertas de la viabilidad. Tras la valla de Joe Biden, un solo hombre con traje y corbata que mira el móvil.
Es Jarad Bernstein, de 38 años. “Estamos en un campus universitario, no es nuestro terreno, así que no me sorprende que no haya mucha gente. Pero sí me sorprende ser el único”, reconoce, un poquito avergonzado.
¡Tiempo! La primera criba ha sido contundente. Solo quedan como viables Sanders y Warren. Los votantes de los inviables tienen 15 minutos para unirse a otro grupo o irse. Empieza la caza.
Bernstein se escaquea de los sanderistas que salen en busca de presas. Hace un rato confesaba que no tenía clara su segunda opción, pero sí que no sería Sanders. Se debate entre irse por donde ha venido o apoyar a Warren.
Un puñado de sanderistas elocuentes se concentra en los nueve de Buttigieg. Entre la derrota por los pelos y la brasa que le acaba de soltar una seguidora de Sanders para convencerle de que se una a ellos, Sam Sides, de 23 años, parece descolocado. “No lo tengo claro”, explica. “Me cuesta admitir que ya no esté Pete. No sé, puede que acabe decidiéndome por Bernie”.
Cuenta atrás. ¡Tiempo! Hay tres votantes que no se han ido con nadie. Bernstein se ha unido al grupo de Warren. Sides ha acabado en el de Sanders. Se diría que a regañadientes. Pero los vítores y abrazos con los que le reciben sus nuevos amigos logran arrancarle una sonrisa. Este caucus reparte siete delegados. Cinco van para Sanders y dos van para Warren.
Acaba la fiesta. Queda por determinar quién se ha divertido más: las decenas de periodistas que seguían como podían esta singular coreografía, o los votantes que los veían, como cada cuatro años, correr de una valla a otra armados con cámaras, móviles y cuaderno, intercambiando miradas de asombro. Pronto empezaban los demás caucus, de los 1.700 que se han celebrado por todo el Estado. Y, al final, el desastre del recuento, que seguía sin resolverse cuatro horas después del cierre de las últimas asambleas, debido a problemas con una aplicación informática que se estrenaba este año. Toda la artesanía y la belleza del proceso, estropeada por la tecnología. La poesía de un caucus, la prosa de una app.


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