La razón cósmica de Antonio Escohotado


Bien sabía que contemplar la muerte sin serenidad es lo más parecido a sabotear la vida. Por eso se fue a vivir los últimos meses a Ibiza, donde estuvo preparándose para entregar su figura al recuerdo, por decirlo con las mismas palabras que utilizó en su día para realizar la introducción a los Principia de Newton; uno de sus textos más bellos y didácticos publicado a principios de los años ochenta. No fue el único.

Porque Antonio Escohotado dejaría muchos más textos de igual calibre en el corpus de su obra; una obra inmensa y variada que abarca distintas dimensiones científicas, desde la economía a la física, pasando por la sociología hasta alcanzar su trabajo más reconocido: Historia general de las drogas; un estudio que traspasa los límites de la antropología para servir como modelo científico y contribuir, con ello, a la vigilia del entendimiento.

La filosofía fue para Antonio Escohotado razón de ser y de estar en el mundo, una manera de vida donde combinaba las tres virtudes clásicas: verdad, belleza y bondad. Cualquiera que se acerque a sus textos advertirá que la sintaxis de su prosa no puede separarse de la ética de la misma, y que la búsqueda de la verdad no es otra cosa que la búsqueda de la lógica. Sus oraciones gramaticales son limpias y precisas, con un gusto por el detalle más propio de un literato que de un filósofo. Sin duda alguna, la sintaxis era su fuerte.

Volviendo a la introducción de los Principia de Isaac Newton, viene al dedo señalar cómo Escohotado nos presenta a Newton un 15 de abril de 1726; siendo Newton un “venerable anciano” de 84 años. Le faltaba un año escaso para morir, y Newton recibía en Kensington al médico y arqueólogo inglés Mr. William Stukeley para conversar con él y confesarle que “estaba en la misma situación que cuando se le vino a la mente el concepto de gravitación”.

A partir de aquí, Escohotado se desata y viaja a través del tiempo y de la “estela de sacrificios” que han ido produciéndose a lo largo de la Historia, sumándose unos tras otros durante más de 3.000 años hasta llegar a la manzana de Newton, el punto de no retorno donde se empieza a confiar en una rara sensibilidad humana que bien podría llamarse “la razón cósmica”, y que servirá para iluminar al mundo acerca de la verdad sobre el mysterium magnum. Newton despejaría la incógnita señalando que el único misterio que envuelve el Universo es que no hay misterio, y que los principios del mecanismo eterno que mueven el mundo poco o nada tienen que ver con supersticiones atávicas y otros asuntos por el estilo.

Tras los primeros párrafos, Escohotado se arranca con esmero histórico a hablarnos de las edades del cielo y de sus distintas interpretaciones, todo un recital que nos lleva hasta la China del año 2608 antes de Cristo, donde los matemáticos respondían con su vida ante el emperador si erraban en la exactitud de las predicciones. De esta manera, Escohotado nos va introduciendo en una de las obras fundacionales de la ciencia, despejando arcanos matemáticos a la vez que no escatima ejemplos para hacernos fácil lo difícil.

El citado texto merece ser destacado en esta sección por dos razones, la primera es por su contribución al estudio de las ciencias. La segunda es para dar a conocer la obra de Escohotado a todas aquellas personas que aún no han leído algo suyo, pues, en esta introducción a Newton desarrolla las tres virtudes a las que hacíamos alusión al principio: ética, estética y lógica.

Combinando dichas virtudes, Escohotado nos educa de manera didáctica acerca de la dimensión temporal que alumbra la bóveda celeste; una dimensión que él mismo acaba de traspasar por el simple hecho de morirse. Descanse en paz.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento

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