La Real en estado puro


Hubo un tiempo en que se puso de moda llegar a la conclusión de que la Real es un equipo perdedor. En los primeros compases del Siglo XXI, cuando el subcampeonato de la que pudo ser la tercera Liga dio paso a una época de zozobra, descapitalización de los enseres básicos del club y el descenso. Fue un borrón considerable, pero no se ajusta a la historia de la entidad. Ni por asomo. La Real ha ganado mucho y ha sabido triunfar sobre el alambre.



Que se lo digan a los campeones de los 80: un título en el suspiro final de la Liga, otro en la última jornada, otro en la tanda de los penaltis. ¿Se puede ser más fiable cuando más aprieta la tensión del momento? Ahora que el equipo recuperó ayer algunos de sus atributos vitales, no es mal día para aprobar la licencia que otorga el derecho a soñar. A lo grande. Sin miedo a nada. Como siempre que este club conoció a la gloria.

La noche fue una colección de las esencias más puras de la Real. Todas las reminiscencias de las eras doradas se dieron un garbeo por el entregado Anoeta, un rugido inaudito de 31.000 gargantas. Estaban viendo que once jugadores, 14 con los tres que saltaron al campo en la segunda parte, se iban dejando la piel en cada pequeño fragmento de la aventura.

La exitosa mezcla se recita con el sonido melancólico de la música que no se olvida. Los seis canteranos de la alineación –Gorosabel, Zubeldia, Aihen, Guevara, Oyarzabal y Barrenetxea– defendieron el escudo sin menospreciarlo un solo segundo, acertando en la mayoría de sus intervenciones y concentrados en cada milésima del partido contra un duro adversario que no regaló el resultado. El mandamiento fue cumplido a rajatabla gracias a que los fichajes decidieron en las jugadas que marcaron la eliminatoria. Remiro salvó una pifia con 1-1, Merino aguantó el pulso de la medular, Odegaard llevó la manija e Isak fue el héroe del gol. La Real en estado puro.

Coraje y calidad

El 3-1 fue clarividente, la Real aspiró a lograrlo con su propuesta valiente,pero ganar no fue sencillo. Los de Imanol necesitaron apelar a sus mejores armas para dejar en la cuneta a Osasuna. La intensidad para igualar el hambre pamplonica fue la primera consigna.

La velocidad que faltó a ratos en la creación fue compensada con un coraje avasallador, merced al que Isak marcó el 1-0, instantes después de fallar dos manos a mano. La Real arrollaba a Osasuna.

Cuando el asunto se afeó con el tanto del empate, fue Odegaard y se puso el frac. Le entregaron la batuta y dirigió la orquesta, con una banda que no desafinó más. Gorosabel se comió la banda, Zubeldia se asentó atrás y de Guevara en adelante, el buen gusto por el fútbol moderno engulló a Osasuna. Con el coraje de los grandes competidores y la calidad de los artistas. Para que los 31.000 se fueran soñando a casa. Cada uno de una generación y todos contentos, identificándose con su Real.


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