La Real retorna a la gloria

“Unidos somos imparables”. La frase de un renqueante Asier
Illarramendi tras recibir el trofeo que proclama campeón de Copa a la Real por tercera vez en su historia resume a la perfección el momento de fortaleza que vive la Real Sociedad. Asentada en sus más profunda raíces y con un modelo de club moderno y ambicioso, la entidad txuri urdin se reencontró ayer con la gloria superando en la final de La Cartuja al Athletic con un gol de Oyarzabal. La victoria no es sino la consecuencia del camino recorrido, lo que le desde ayer le permite cerrar con honor la brillante historia de la entidad en los años ochenta y reabrir los libros de oro del club para inscribir el nombre de este grupo de futbolistas que han vuelto a hacer a la Real campeón. Y que quieren que no sea la última copa que levantan.

El trofeo de campeón lo levantó Asier
Illarramendi, simbólico y e necesario gesto ya que el mutrikuarra es el último eslabón de la cadena que permitió a la Real sobrevivir en los años de plomo. Los que refundaron el club, haciéndole pasar de Segunda División a la Champions y ahora, finalmente, a volver a ser campeón. Pero ésta es la Real de Mikel
Oyarzabal, el eibarrés es el capitán ‘in pectore’ de esta muchachada que ha devuelto la gloria a la Real con un fútbol moderno, versátil, atractivo, valiente y eficaz. Y el artífice de todo ello es un Imanol
Alguacil que cogió el equipo en enero de 2019 y en 27 meses ha puesto la guinda a la obra que empezó a esculpir con aquel primer triunfo en el Santiago Bernabéu el día de Reyes de hace dos años. Desde ayer, el de Orio es el cuarto entrenador campeón en la historia de la Real junto a Berraondo, Ormaetxea y John
Toshack. Está en la historia para siempre.

Unidos son imparables

Y por encima de todos ellos, Jokin
Aperribay, el presidente que hizo resurgir a la Real de las cenizas. El título de Copa termina por coronar el camino recorrido por la entidad de Anoeta en los trece años de mandato del debarra en los que primero ascendió, después metió a la Real en la Champions y finalmente ahora la ha vuelto a hacer campeón 34 años después a la entidad txuri urdin.

La Real, seguramente, no hizo su mejor partido pero volvió a ser campeón fiel a su estilo. Con valentía, llevando el peso, intentando ser protagonista con el balón. Y lo hizo con una puesta en escena cargada de simbolismo. Oyarzabal quedará a la historia como el jugador que, con su gol, le dio un nuevo título al club pero el hecho de ser campeón con jóvenes canteranos como Gorosabel, Le
Normand, Zubeldia, Zubimendi, Guevara o Barrenetxea, apoyados por futbolistas de máximo nivel como Silva, Merino o Monreal, habla de lo que quiere ser la Real y de cómo quiere acercarse a ser competitiva en la elite. Con un modelo de juego que aune el orgullo de la casa, con la calidad de lo mejor que se pueda adquirir en el mercado y, sobre todo, con una ambición que permite asegurar que en los próximos años aún quedan historias maravillosas por escribir. Incluso el hecho de que el penalti lo hiciera Iñigo Martínez tuvo algo de justicia poética ya que el ondarrutarra no quiso formar parte voluntariamente de esa forma de entender la vida.

Ha hecho falta esperar 34 años. No se puede decir que ha merecido la pena ya que a todos nos habría gustado ser campeones antes pero sí por algo ha merecido la pena esperar es por construir el modelo de club y de equipo que tiene esta Real, que enorgullece tanto a su gente, y que si bien seguramente había merecido ser campeón antes, ayer demostró que, como dijo Asier
Illarramendi, unidos son imparables.


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