Caserta es una ciudad de la región de Campania conocida principalmente por tres cosas: su palacio real construido por Carlos III de España; la mozzarella de búfala, el oro blanco de la región, y por ser el hogar de los Casalesi, uno de los clanes mafiosos más poderosos del sur de Italia. En la clasificación anual de las ciudades más habitables elaborada por Il Sole 24 Ore, uno de los periódicos nacionales italianos, basándose en indicadores como la riqueza, el consumo, los negocios, el trabajo, la justicia y la salud, Caserta ocupa el puesto número 100 de las 107 provincias del país.
En la antigüedad formaba parte de la Campania Felix, una región rica y fértil a caballo entre Campania y otras dos regiones italianas, Lacio y Molise, pero hoy es un lugar industrial deprimido de explotación y desempleo. En el municipio casertano de Castel Volturno, el 18 de septiembre de 2008, la Camorra mató a seis migrantes africanos, víctimas de una disputa entre clanes. Pero también es una zona en la que la mafia nigeriana, la tristemente célebre Black Axe, se ha implicado de lleno pactando con los grupos criminales locales para compartir el tráfico de drogas y la explotación de la prostitución.
De acuerdo con esta descripción, se diría que Caserta es la puerta del infierno. Pero pintarla solo así es injusto, porque detrás de lo que se cuenta hay también una sociedad civil, un cuerpo sano de ciudadanos y administradores locales que colaboran para que las cosas progresen, y muchos habitantes honestos que trabajan cada día para mejorar la situación. Precisamente aquí es donde se asienta una particular comunidad para la que las palabras integración y compartir adquieren un profundo significado.
En medio de los edificios industriales y los campos agrícolas, cerca del enlace viario de la autopista, se encuentra la hermandad de muridíes senegaleses más importante del centro y el sur de Italia. Se trata de la asociación Jeque Ahmadou Bamba Mbacke Touba de San Nicola la Strada, un municipio suburbano de unos 20.000 habitantes, cercano a Caserta.
El muridismo (muridiyya en árabe) es una de las hermandades islámicas sufíes más extendidas. En Senegal reúne a más de un tercio de la población, principalmente de etnia wolof, y en Italia es la congregación más relevante representada en el país. Y aquí, en San Nicola la Strada, constituye una presencia establecida y reconocida. Murid significa discípulo, el que aspira al camino de la iniciación para seguir el sufismo, la vía del corazón. Hoy, en la sede de la hermandad hay docenas de personas esperando recibir paquetes de comida y artículos básicos destinados a las familias y a los más necesitados. Muchas de ellas son italianas.
“Para nosotros, la palabra ‘compartir’ es el fundamento de nuestra comunidad. Desde un punto de vista cultural, el término solidaridad forma parte de la naturaleza de nuestra gente, y allá donde vamos, lo ponemos en práctica. Al compartir, una persona aprende y enseña muchas cosas. Aquí repartimos comida a quienes la necesitan. Al principio solo venían senegaleses y extranjeros, pero ahora, como puede ver, está abierto a todo el mundo”, explica Moussa Diallo, mediador intercultural. Los artículos, proporcionados por la organización católica Banco de las obras de caridad de Caserta, se reparten una vez al mes.
“Con la covid-19, el porcentaje de personas que necesitan ayuda ha aumentado visiblemente. Esta pandemia ha tenido consecuencias. La primera es que hay más gente que no trabaja y que, sin embargo, tiene que llevar comida a casa. Sin trabajo, una persona no puede asegurar que su familia tenga comida en la mesa. El lado positivo, por encontrar alguno, es que está estimulando nuestro aspecto humano, el de la solidaridad, que debería existir con independencia de la crisis sanitaria. Compartir lo que tenemos es una necesidad, no una opción. Todos necesitamos que nos ayuden”. Moussa Diallo llegó a Italia procedente de Dakar hace 12 años. Entonces, la ayuda a los migrantes solía dejarse en manos de particulares o asociaciones, y no era fácil relacionarse con las instituciones.
“Soy un hombre que dejó su país con la esperanza de encontrar algo mejor. Aquí, en Italia, he pasado por muchas dificultades, igual que tantos otros que llegan sin ningún punto de referencia. Sin embargo, el instinto de supervivencia que adquirí en mi país de origen me ha permitido salir adelante. Ir a la escuela y aprender italiano fue el primer paso hacia la integración. En esta sociedad he encontrado muchos brazos abiertos, y al contrario, otros que te rechazan”, relata Diallo.
El fundador de la hermandad muridí fue el jeque Ahmadou Bamba, un personaje mítico y un elemento fundacional de la identidad senegalesa y de la resistencia pacífica al colonialismo francés a finales del siglo XIX. En 1895, Bamba fue detenido por la Administración francesa y deportado a Gabón durante siete años, de 1895 a 1902.
La congregación se basa en tres pilares: el amor, el trabajo y el conocimiento. “Como dijo nuestro líder espiritual, nuestra doctrina es trabajar como si nunca fuéramos a morir y rezar como si fuese el último día de nuestra vida. Para nosotros, esto significa que el trabajo y la oración deben ir siempre juntos, en ello consiste la dignidad del ser humano. Así es como los muridíes vivimos el sufismo. Somos seres humanos como los demás, pero queremos estar lo más cerca posible de Dios. Si tengo que comparar el sufismo con algo, me imagino dos carreteras: una es una nacional y la otra es una autopista. En la primera no se paga nada, pero se tarda más en llegar al destino. En cambio, en la autopista se paga, pero es más rápida. El sufismo es una autopista hacia Dios”, ilustra Assane Ouad, presidente de la asociación.
Mientras habla, uno de sus hermanos sirve café tuba en una taza. Es un café especiado, peculiar, fuerte. “Lo utilizamos para permanecer despiertos durante las sesiones de oración y canto, que pueden llegar a durar toda la noche”, explica. La estructura que acoge a la congregación es un edificio que se compró por unos 300.000 euros. “Aquí, en Campania, agrupamos a unas 1.500 personas y pronto vamos a renovar este sitio porque queremos emplear una parte como albergue para los que necesiten una cama y para los invitados, y también queremos crear una biblioteca abierta a todo el mundo. La mayoría de nuestros miembros vende en el mercado, pero también hay hermanos que trabajan en el campo”.
Alguien que conoce bien la realidad laboral de este rincón olvidado del sur de Italia es Malik Diaw, psicólogo y sindicalista. Diaw es el asistente espiritual de Serigne Mame Mor Mbacké, el más alto cargo religioso de la comunidad islámica muridí senegalesa, y también el coordinador de las hermandades muridíes en Europa. “Llegué a Italia en 1989 para estudiar psicología en la Universidad de Nápoles. Empecé como voluntario en centros de recuperación de toxicómanos. Fui el primero en traer aquí a toda mi familia, algo que en esa época no estaba bien visto, incluso en nuestra comunidad. Ahora llevo varios años trabajando en la oficina de extranjeros de un sindicato, la Unión General del Trabajo (UGL, por sus siglas en italiano)”, cuenta.
Y sigue: “En todo el sur, pero especialmente en Campania, hay circunstancias que dificultan que los inmigrantes sean autónomos, tengan autoestima y se organicen. Mis hermanos que trabajan en el campo tienen que batallar con el trabajo forzado y la explotación, incluso por parte de sus propios compatriotas, que es la mayor tragedia, y lo que intentamos combatir junto con otros movimientos locales a favor de los derechos. Es una zona muy complicada, lo sabemos, pero a través de las instituciones estamos intentando actuar también en zonas en las que antes era imposible entrar, promoviendo iniciativas a través de las escuelas, por ejemplo”.
Mientras habla, Malik sacude continuamente las cuentas de su misbaha, el instrumento de rezo parecido al rosario cristiano. El almuédano llama a la oración del viernes. “El sufismo es el acto místico del islam, es la exclusión del mundo exterior. Es una vida interior que uno intenta cultivar dentro de sí mismo y transmitir no solo con las palabras, sino demostrando la fe interior que vive. Llegar a ser un sufí significa que no hay nada más que Dios. Espero llegar a serlo. El trabajo es lo primero para nosotros, hay que vivirlo, sentirlo y estar satisfecho con él, porque para nosotros, los muridíes, la satisfacción de estar vivo solamente nos la puede proporcionar el trabajo”.
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