La risa de Emilio Aragón

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Estuvo Emilio Aragón en La resistencia y David Broncano se embriagó con el buen olor que desprendía. Olor de santidad, suponemos. A estas alturas, Emilio Aragón en un plató es casi una aparición mariana. “¿Te puedo hacer una felación?”, le preguntó Broncano. En términos metafóricos, ya lo era, pues el invitado estaba promocionando su vuelta al circo televisivo en Movistar +, pero bastó una mención explícita para romper el rito. Lo que era una charla amable devino entrevista incómoda. No tanto como cuando Carlos Alsina desquicia a los políticos, aunque hubo un poco de tensión. A contrapié, Emilio Aragón solo pudo reír.

Fue una risa significativa. El niño travieso de la tele de hoy desafiaba al gamberro de la tele de ayer, ya convertido en tótem y ajeno a los códigos punk. Emilio Aragón explotó al principio de su carrera la faceta de niño bueno del que no se esperaban salidas de tono, porque los payasos lo habían educado muy bien. Su metamorfosis fue menos descacharrada que la de Miley Cirus, pero igualmente eficaz. La gracia de Ni en vivo ni en directo era ver a Milikito en rebeldía abierta contra su destino. Antes de convertirse en el yerno de España en Médico de familia, fue un antecedente de Broncano, un humorista que patrullaba los límites de lo incomprensible a la sombra de los Monty Python. Su sketch en portuñol de “menos samba y mais trabalhar” podría funcionar hoy en La resistencia y enfadar a la embajada de Brasil, a los militares y a las escuelas de baile.

Si yo fuera Broncano sentiría nostalgia anticipada. La risa de su invitado ante la propuesta felatriz anticipa su propia risa dentro de unos años, cuando el gamberro oficial del futuro le invite para rendirle homenaje y le cambie el paso de tal modo que solo pueda responder a carcajadas.

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