La última resurrección de Tiger Woods

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El número 320 del mundo ha dejado las muletas. Una malla compresiva le cubre la pierna derecha, destrozada en un accidente de tráfico el pasado 23 de febrero. Viste ropa deportiva. Camina sin problemas. A veces, se apoya en un palo de golf mientras observa practicar a su hijo Charlie, de 12 años. Tiger Woods ha vuelto… a dejarse ver. Fue el pasado fin semana, en un torneo júnior en Florida en el que ejerció de padre. Su imagen de nuevo en un campo, aunque no fuera jugando ni entrenando, ha devuelto la gran pregunta: ¿regresará el mito a la competición? Nadie lo sabe, seguramente ni siquiera él.

Fue con su hijo Charlie con quien Tiger Woods jugó un campeonato por última vez. Un torneo familiar, en diciembre, que para el ganador de 15 grandes constituyó “un recuerdo para toda la vida”. Dos meses después, en las afueras de Los Ángeles, El Tigre perdió el control de su vehículo en una carretera cuesta abajo. Conducía a 140 kilómetros por hora. El límite era 72. El coche quedó destrozado. Tiger salvó la vida pero la pierna derecha crujió: fracturas de tibia y peroné y lesiones graves en los huesos del pie y el tobillo. La carrera de uno de los grandes atletas de la historia se tambaleaba una vez más, a los 45 años y con un historial clínico detrás que hubiera retirado a cualquiera: cinco operaciones de espalda, cinco de rodilla.

Tiger, el pasado fin de semana en Florida.
Tiger, el pasado fin de semana en Florida.

“Esto es lo más doloroso que he sufrido nunca. Mi objetivo número uno es caminar. Dar un paso”, confesó Woods antes del verano, apoyado en dos muletas. Había regresado de los infiernos con una increíble victoria en el Masters de Augusta de 2019, un triunfo que ahora adquiere más grandeza porque pudo haber sido el último gran capítulo de una trayectoria única. Por delante tiene hoy otro milagro, alargar una carrera en la que se acaban de cumplir 25 años de su debut profesional (29 de agosto de 1996).

Si logra volver a competir, para él hay dos citas mayúsculas en 2022. En abril el Masters de Augusta, su jardín, allí donde podría tener una oportunidad de retar a los mejores jugadores del mundo, más fuertes y preparados que nunca, amos de un golf de pegadores. En julio, la 150ª edición del Open Británico en la cuna de Saint Andrews. “Ojalá puede tener la retirada que sueña, la que soñamos todos, cruzando el puente del 18 de Saint Andrews y diciendo adiós de la manera correcta”, expresó recientemente el número uno mundial, Jon Rahm; “me encantaría verle ganar de nuevo, pero siendo realista, solo espero que tenga una vida sana como padre de familia. Ha dado tanto a este deporte que cada día recordaremos a Tiger Woods. Él es la razón por la que a mi edad, 26 años, mis hijos seguro, y también los hijos de mis hijos no tendrán ningún problema económico”.

Pese a los buenos deseos del mundo del golf, las dudas todavía son muchas. A la dificultad de la rehabilitación se unen sus antiguos problemas con los medicamentos contra el dolor, que en el pasado ya le crearon una dependencia para paliar unos calambres en la espalda que apenas le permitían moverse con normalidad. Un asistente a una de las cenas de campeones del Masters de Augusta recuerda que el Tigre bajaba las escaleras “como si fuera un anciano” debido a sus problemas físicos. En 2017 fue detenido en Florida a las tres de la madrugada por conducir bajo los efectos de esos opiáceos. En los análisis encontraron una mezcla salvaje de varios productos para soportar los dolores.

Para un golfista diestro como Tiger, la pierna derecha es la menos importante, porque es la izquierda la que aguanta más presión en el movimiento explosivo del swing. Con esa ligera ventaja, y tras volver a caminar sin ayuda, la leyenda afronta el gran interrogante: regreso o retirada. Después de tantas resurrecciones, Tiger juega un partido que pocos creen que pueda ganar.

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