La vida a deshoras en el mundo al revés

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El multimillonario Jeff Bezos tras su vuelo a la frontera del espacio el pasado 20 de julio.
El multimillonario Jeff Bezos tras su vuelo a la frontera del espacio el pasado 20 de julio.JOE SKIPPER / REUTERS

Uno no se levanta exactamente pensando en sus opciones de medalla, esa expresión que con los Juegos Olímpicos volvemos a oír como si fuera lo más natural del mundo, tener ese tipo de perspectivas, sino que uno se levanta con una lista de cosas anodinas para hacer, que al final del día sigue igual. Vives un poco derrotado. Además hay noticias que te dejan aún más confuso. Sobre todo cuando relacionas unas con otras y el cuadro general es absurdo, casi dan ganas de no relacionar nada. Un ejemplo. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, viaja al espacio diez minutos (y alguien pagó 23,7 millones de euros pero luego le venía mal, quizá pensó que la auténtica experiencia de lujo era pagar y no ir). Luego una investigación de la televisión británica Itv cuenta que una planta de Amazon en Escocia, una que han tomado como muestra, destruye cada año un millón de objetos, cosas que no ha vendido y estorban, sin ni siquiera abrir las cajas. Aquí uno puede pensar de Bezos: este ya está preparando su fuga del planeta para cuando esté lleno de basura, tiene sentido. Pero es que luego baja y le regala 85 millones al cocinero José Andrés, un tipo que no puede ser más majo, para dar de comer a quien pasa hambre. Entonces ya no sabes qué pensar, si quiere vivir en este planeta o no.

Mientras, en Canadá a los alces se les derrite la cornamenta con temperaturas de 50 grados y en Alemania cae un chaparrón que en cinco minutos deja aquello como un Haití cualquiera, solo que con gente rubia y de ojos azules, que paga sus impuestos. Se nota su desconcierto en las entrevistas, lo que están pensando: se supone que aquí no pasan estas cosas, como si fuera un error de guion o deba tener la culpa un ministro. Ya, es que a lo mejor es mucho suponer. La sensación del mundo al revés aumenta con otro giro semántico loco: la palabra de la semana es “contrarrevolucionarios”, que es lo que llama el Gobierno de Cuba a los cubanos que salen a protestar porque su vida es una mierda.

A nivel casero, pones la lavadora acojonado, pensando si será el equivalente a un kilo de angulas. Pero vamos a ver, si de toda la vida poner la lavadora ha sido una cosa de lo más normal. Ahora te mueves a deshoras como un ladrón, y eso te hace ir aún más desacompasado con la vida real. Aunque de todas formas no duermes con el calor que hace. Te asomas a la ventana mirando al cielo como Tintín en La estrella misteriosa, pensando que esto no es normal, y a ver si cae un meteorito o algo anormal que le dé sentido. Y a ser posible que lo certifique el profesor Porfirio Bolero y Calamares, de la universidad de Salamanca, que salía en ese tebeo como eminencia científica. Menos mal que esta vez los Juegos Olímpicos son de madrugada, con esa cosa mágica de que pones la tele a las tres de la mañana y hay una bielorrusa batiendo el récord de lanzamiento de martillo, y te quedas ahí pegado intrigado con lo curioso que es todo. Y al alba te despierta el suave chapoteo de una eliminatoria de cuatro con timonel. Es agradable saber que hay gente dando lo mejor de sí misma mientras tú no haces nada. Si ahora dijeran, como eso de que la llegada a la luna fue un montaje, que en realidad las etapas del Tour nunca terminaron y se paraban a 50 kilómetros de la meta, en una gran conspiración, me lo creería. Por una sencilla razón: nunca vi un final de etapa, solo he supuesto que ocurrían. Ah, qué esplendorosas siestas las del Tour, siempre caías dormido. Ha sido una aportación esencial para relajar al mundo, deberían darle el Nobel de la Paz.

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