La vida oculta y cosmopolita de Ramón de la Serna



El escritor Ramón de la Serna y Espina (1894-1969). / Europa PressDos famosos escritores se interpusieron de alguna manera en el despegue de la carrera literaria de Ramón de la Serna y Espina (1894-1969), una de las voces más cultas, cosmopolitas y desconocidas del siglo XX español.Nació y murió en Chile, se formó en Londres, en París y en el Berlín de los años veinte, en cuyos círculos bohemios entabló amistad con los pintores Vasili Kandinsky y Paul Klee. Hablaba siete idiomas, tradujo al español Tipos psicológicos de Carl Jung, trabajó como articulista y crítico, publicó dos novelas, no logró que se representaran sus obras teatrales y también mantuvo, desde la temprana adolescencia, una complicada relación de admiración y rechazo con su madre, Concha Espina.De espíritu independiente y carácter marcado, a los 13 años rogó a su madre que le dejase marchar a LondresLa escritora que salió del pueblo cántabro de Mazcuerras con su esposo y tuvo a sus dos hijos mayores —Ramón y Víctor— en Chile, trasladó a la familia de vuelta a España, se divorció y arrancó una fulgurante carrera literaria, que la llevó a ser tres veces candidata finalista al premio Nobel. Su primogénito quiso alejarse y, aunque colaboró con ella literariamente más adelante aquello solo complicó las cosas. En una visita a Berlín cuando él residía allí parece ser que Concha Espina llevó a su hijo a visitar al doctor Freud, que emitió un sucinto diagnóstico: “Temperamento terrible, nada que hacer”. Aquella visita acercó, sin embargo, a De la Serna a la hipnosis un asunto que interesó mucho al joven escritor en ciernes.El otro autor con quien tuvo cierto solapamiento y quien por mera coincidencia frenó, en cierto modo, su reconocimiento fue el prolífico creador de las populares y admiradas greguerías, Ramón Gómez de la Serna. Miembro también de la generación del 14 y casi con el mismo nombre, muchos ni siquiera repararon en que había otro Ramón de la Serna (sin el Gómez), que escribía con una pluma “eficaz y mordaz”, como apunta la estudiosa Daniela Agrillo.Tras siete años de trabajo, esta especialista italiana ha compendiado, anotado y prologado La torre invisible. Antología esencial, volumen editado en la colección Obra fundamental de la Fundación Santander, en cuya sede ayer se presentó a la prensa. “Hemos querido recuperar a este gran intelectual, absolutamente desconocido y verdaderamente hispanoamericano”, señaló Javier Expósito, responsable literario de la Fundación Banco Santander.En algo más de 500 páginas el nuevo libro presenta la novela Chao, la obra de teatro Bores (dedicada a la independencia de Venezuela), el cuento inédito Puente Rojo, y otros artículos y críticas, algunos de los cuales nunca llegaron ver la luz. Porque, aunque nunca dejó de escribir, el esquivo y complicado De la Serna optó en sus últimos años por renunciar totalmente a ser publicado. “Este libro es casi un prólogo, porque su obra es mucho más extensa”, apuntó ayer Alfredo Pérez de Armiñán, sobrino del escritor y custodio de su archivo.En 1980 Pérez de Armiñán recibió los papeles de su tía Eva Cargher, viuda de De la Serna. Judía alemana de origen rumano, conoció al escritor en los años veinte en Berlín y le siguió y cuidó. Tuvieron una sola hija que falleció a los dos años, un asunto sobre el que Ramón de la Serna guardó un estricto silencio. Poco antes de morir también le pidió a su esposa que quemara todos sus papeles. Ella decidió salvarlos y los trajo a Madrid, donde pasó sus últimos años en la antigua casa de Concha Espina en la calle Alfonso XII. “Era misteriosa y lejana pero entrañable y todos en la familia eran conscientes de que gracias a ella Ramón pudo desarrollar su personalidad”, apuntó Pérez de Armiñán, que se refirió a las notas y apuntes en español y en alemán que el escritor le dedicó a su esposa, algunas de las cuales se incluyen en el nuevo libro.A la sombraAunque empezó a escribir para periódicos desde Berlín, a diferencia de su hermano Víctor, Ramón era “un escritor de creación y su mayor empeño eran las novelas y sobre todo las obras de teatro. Entraba en el mundo literario desde los márgenes y no le gustaba ampararse en la fama de su madre, ni siquiera asistía al salón literario que ella organizaba: los miércoles de Concha Espina”, señaló Pérez de Armiñán.De espíritu independiente y carácter marcado, a los 13 años rogó a su madre que le dejase marchar a Londres con unos amigos de ella. Pasó 10 años fuera, algunos junto a su padre en México y Cuba, y cortó prácticamente la comunicación con la familia hasta su regreso. En la Universidad Central en Madrid no duró mucho por enfrentarse a un profesor al sentir que discriminaba a una de sus escasas compañeras. Y en aquellos años también colaboró con Concha Espina en el libro que dedicó a los mineros, El metal de los muertos, algo que ella le reconoció en una dedicatoria.Lo que no parece que le reconociera fue su aportación posterior en los cuentos de Copa de horizontes, unos relatos que la escritora no quiso incluir en sus obras completas, lo que levanta ciertas dudas sobre la autoría. “En los cuentos la impronta de Ramón es más marcada; puede que él los escribiera y ella los publicara porque necesitaba cumplir con algún compromiso”, sugirió Pérez de Armiñán. “Pero había otros conflictos. Él era el más culto, quizá el más genial, pero también el más difícil de los hijos, y tenía relaciones personales desmesuradas”.Pasó la Guerra Civil en Madrid y en 1939 De la Serna se fue a Chile. ” Se sentía profundamente incómodo en un continente, no solo un país, que pensó que entraba en una fase de locura”, cuenta su sobrino, y añade que era un representante de la llamada tercera España.Para la antóloga Agrillo fue un incomprendido tanto por su familia como por sus coetáneos, y por eso se aisló. “Huyó de la familia y de España, primero en Inglaterra y luego en Alemania. Se amargó por la falta de reconocimiento. Tenía envidia del éxito de su madre y su hermano porque era consciente de su propia valía. Fue un gigante mutilado con una vasta cultura y una pluma maravillosa con la que escudriñaba el alma humana”.


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