Las máquinas inteligentes expulsarán a los oficinistas



La automatización física del siglo pasado perjudicó en gran medida a los obreros, pero las próximas décadas de automatización inteligente afectarán primero a los empleados de oficina. La verdad es que estos trabajadores tienen mucho más que temer de los algoritmos que existen hoy que de los robots que todavía hay que inventar.
En resumen, los algoritmos de IA serán para muchos oficinistas lo que los tractores fueron para los trabajadores agrícolas: una herramienta que aumenta de forma drástica la productividad de cada trabajador y que, por tanto, reduce el número total de empleados necesarios. Y a diferencia de los tractores, los algoritmos pueden enviarse instantáneamente a todo el mundo sin coste adicional para su creador. Una vez que el software ha sido enviado a sus millones de usuarios —empresas de preparación de impuestos, laboratorios de cambio climático, bufetes de abogados— se puede actualizar y mejorar de continuo sin necesidad de crear un nuevo producto físico. (…)
Mientras que el algoritmo digital correcto puede impactar como un misil en el trabajo cognitivo, el asalto de la robótica contra el trabajo manual está más cerca de la guerra de trincheras. A largo plazo, creo que el número de puestos de trabajo en riesgo de automatización será similar para China y Estados Unidos. El mayor énfasis de la educación estadounidense en la creatividad y en las habilidades personales puede conceder cierta ventaja laboral en una línea de tiempo suficientemente larga. Sin embargo, cuando se trata de adaptarse a estos cambios, la velocidad importa, y la particular estructura económica de China le dará algo de tiempo.

Si no se controla, la IA agudizará la desigualdad y abrirá una brecha entre las potencias, EE UU y China, y el resto del mundo

Cualesquiera que sean las diferencias entre China y Estados Unidos, éstas serán mínimas en comparación con el resto del mundo. A los emprendedores de Silicon Valley les encanta describir sus productos como que “democratizan el acceso”, “conectan a las personas” y, por supuesto, “hacen del mundo un lugar mejor”. Esa visión de la tecnología como una panacea para las desigualdades en el mundo siempre ha sido algo así como un espejismo melancólico, pero en la era de la IA podría convertirse en algo mucho más peligroso. Si no se controla, la IA agudizará dramáticamente la desigualdad tanto en el plano internacional como en el nacional. Abrirá una brecha entre las superpotencias de la IA y el resto del mundo, y puede separar a la sociedad por motivos de clase con líneas divisorias que imiten la distópica ciencia-ficción de Hao Jingfang.
Como tecnología y como industria, la IA gravita de manera natural hacia los monopolios. Su dependencia de los datos para la mejora crea un círculo vicioso: mejores productos llevan a más usuarios, estos usuarios dan lugar a más datos y esos datos conducen a productos aún mejores, y por tanto a más usuarios y datos. Una vez que una compañía da un salto y se pone en cabeza, esta clase de ciclo repetitivo puede convertir ese liderazgo en una barrera infranqueable para otras empresas.
Las compañías chinas y estado­unidenses ya han dado un impulso a este proceso, adquiriendo una enorme ventaja sobre el resto del mundo. Canadá, el Reino Unido, Francia y algunos otros países acogen talentos y laboratorios de investigación de alto nivel, pero a menudo carecen de los demás ingredientes necesarios para convertirse en verdaderas superpotencias de la IA: una gran base de usuarios y un vibrante ecosistema empresarial y de capital riesgo. Aparte de la compañía DeepMind en Londres, aún no hemos visto que surjan empresas innovadoras de IA de estos países. Los Siete Gigantes de la IA y una parte abrumadora de los mejores ingenieros de IA ya están concentrados en Estados Unidos y China, construyendo enormes almacenes de datos que se alimentan de una variedad de diferentes mercados verticales como los coches autónomos, la traducción de idiomas, el reconocimiento facial, el procesamiento del lenguaje natural, etcétera. Cuantos más datos acumulen estas compañías, más difícil será para las empresas de cualquier otro país competir.

A medida que la IA extienda sus tentáculos a todos los aspectos de la vida económica, los beneficios fluirán a estos bastiones de datos y talento de la IA. PwC calcula que Estados Unidos y China están listos para hacerse con el 70% de los 15,7 billones de dólares que la IA añadirá a la economía mundial en 2030, y que sólo China se llevará siete billones de dólares. Otros países se verán obligados a recoger las migajas, mientras que estas superpotencias de la IA impulsarán la productividad en sus países y cosecharán los beneficios de los mercados de todo el mundo. Es probable que las compañías estadounidenses reclamen muchos mercados de los países desarrollados, y los gigantes de la IA de China tendrán una mejor oportunidad de conquistar el sureste asiático, África y Oriente Próximo.
Me temo que este proceso exacerbará y hará crecer de forma significativa la brecha entre los que tienen IA y los que carecen de ella. Mientras que los países ricos en IA obtendrán ganancias asombrosas, aquellos que no hayan cruzado cierto umbral tecnológico y económico retrocederán y se quedarán rezagados. El hecho de que cada vez más la fabricación y los servicios sean realizados por máquinas inteligentes ubicadas en las potencias de la IA hará que los países en desarrollo pierdan la única ventaja competitiva que sus predecesores utilizaban para impulsar el desarrollo: la mano de obra barata en fábricas.
La gran población de jóvenes solía ser la mayor fortaleza de estos países. Pero en la era de la IA, ese grupo estará formado por trabajadores desplazados que no podrán encontrar un empleo económicamente productivo. Este cambio radical logrará que dejen de ser un motor de crecimiento y los transformará en responsabilidad en el libro de contabilidad pública; y una obligación potencialmente explosiva si sus Gobiernos son incapaces de satisfacer sus demandas de una vida mejor.
Privados de la oportunidad de salir de la pobreza, los países pobres se estancarán en tanto en cuanto las superpotencias de la IA despegarán. Me temo que esta creciente división económica obligará a los países pobres a una situación de dependencia y sumisión casi total. Sus Gobiernos pueden intentar negociar con la superpotencia que suministre su tecnología de inteligencia artificial, el mercado comercial y el acceso a los datos para obtener garantías de ayuda económica para su población. Cualquiera que sea el trato que se cierre, no se basará en la voluntad o la igualdad entre las naciones.
Kai-Fu Lee es un empresario y escritor estadounidense nacido en Taiwán experto en inteligencia artificial. Este extracto es un adelanto editorial de su libro Superpotencias de la inteligencia artificial, de Ediciones Deusto, que se publica el 11 de febrero.


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