Las vacunas, nuevo factor de desigualdad

"Queremos una vacuna", dice un cartel en una manifestación en Petroria (Suráfrica) para demandar un buen plan de vacunación.
“Queremos una vacuna”, dice un cartel en una manifestación en Petroria (Suráfrica) para demandar un buen plan de vacunación.SIPHIWE SIBEKO / Reuters

Hasta ahora, el éxito en la lucha contra la pandemia ha dependido básicamente del seguimiento de las normas de protección. El hecho de que el virus fuera una amenaza que se expandía a través del contacto con los demás, nos igualaba a todos frente al riesgo. En el discurso público se impuso el principio de la solidaridad y el deber de protección de los más vulnerables. Pero ahora, con la llegada de las vacunas, ese paradigma se ha quebrado. Ya no vamos todos en el mismo barco. La incapacidad de articular un mecanismo que garantice una mayor producción y un reparto equitativo de las vacunas se ha convertido en un nuevo factor de desigualdad, una nueva brecha que incide tanto en el derecho a la salud como en las perspectivas económicas. Aquellos países que no tengan acceso a las vacunas sufrirán más tiempo y con mayor intensidad las secuelas de la pandemia.

El Banco Mundial prevé para este año una importante recuperación de la economía global, pero el crecimiento, como advertía The Economist, dependerá como ya ocurrió en los años setenta con el petróleo, de un solo insumo: las vacunas. La tasa de vacunación marcará la capacidad de recuperación. Las diferencias son abismales: mientras Reino Unido tiene ya casi un 50% de la población totalmente inmunizada y Estados Unidos más del 45%, en África apenas se llega al 1%. En las 29 economías más pobres, entre las que se cuentan 23 países subsaharianos, solo el 0,3% de la población ha recibido una dosis y en muchos casos no está garantizada la segunda. El resultado es que mientras las diez economías con mayores tasas de vacunación crecerán este año una media del 5,5% según el Banco Mundial, las diez con tasas más bajas solo lo harán en un 2,5% de media.

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Los países pobres no pueden comprar vacunas y muchos ni siquiera pueden hacer frente a los costes de distribución de las que reciban a través de Covax, una iniciativa tutelada por la OMS para canalizar vacunas a los países sin recursos. Según cálculos de CARE, una organización humanitaria que trabaja en más de cien países, por cada dólar invertido en una vacuna hay que gastar cinco en la complicada logística necesaria para inocularla a toda la población.

Es ya muy evidente que la actual capacidad productiva no va a cubrir las necesidades. La Universidad Duke estima que se necesitarán 11.000 millones de vacunas para inmunizar al 70% de la población mundial pero Covax ni siquiera puede garantizar los 2.000 millones de dosis que había de repartir en 2021. La situación es muy inestable. La Fundación Gates había donado 300 millones de dólares al Serum Institute de la India para que fabricara vacunas de Astra-Zeneca para los países pobres, pero buena parte de la producción la ha retenido India para vacunar a su propia población tras el brutal rebrote de hace un mes.

Mientras se discute con pasmosa lentitud si es mejor la exención de patentes o un sistema de donaciones que no dañe las expectativas de beneficio de las grandes farmacéuticas, las brechas vacunales se agrandan peligrosamente. Con la paradoja de que permitir que el virus siga circulando por una parte del mundo supone darle la oportunidad de mutar y generar nuevas variantes resistentes a las vacunas que requieran dosis de refuerzo o nuevas formulaciones, lo que de nuevo llevaría a los países ricos a una subasta al alza para acaparar las nuevas vacunas. El actual planteamiento garantiza perspectivas boyantes para la cuenta de resultados de unas pocas compañías, pero a costa de permitir una espiral insoportable de desigualdad.


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