Latinoamérica, la prioridad olvidada de Biden

Latinoamérica, la prioridad olvidada de Biden

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Pese al sol radiante de Los Ángeles, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se ha pasado toda la semana poniendo al mal tiempo buena cara. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, le dejó plantado y aun así en la ceremonia inaugural de la Cumbre de las Américas apareció repetidamente en la pantalla gigante del Teatro Microsoft. En las sesiones plenarias, mientras Biden llamaba a la unidad, le llovían las críticas de sus invitados.

Pese a ello, en la cena del pasado jueves, en la idílica Villa Getty de Malibú, Biden prefería seguir viendo la botella medio llena. “Tenemos algunos desacuerdos, pero estamos de acuerdo en lo esencial”, decía en su corta bienvenida antes de dar cuenta de una delicada ensalada, un fletán del Pacífico con verduras y miel de la Casa Blanca y un postre dulce de limón, vainilla, crema chantillí y bayas.

En la cena, Biden recordó que le decía al presidente Barack Obama que “todo en política es personal”, en el sentido de que conocerse mejor marca la diferencia. Pero durante los días de la Cumbre, apenas ha mostrado complicidad con Iván Duque, presidente casi saliente de Colombia, a quien tuvo a su lado en varios eventos de los tres días que compartieron en California. Muchos otros dirigentes han marcado distancias. Con Jair Bolsonaro la frialdad marcó la primera reunión bilateral con Brasil desde que Biden llegó a la Casa Blanca. Un día después, ante las cámaras para la foto de familia, ambos aparecieron riéndose. Muchos se preguntaron cuál habría sido el chiste porque el brasileño no habla inglés.

Tras la tempestuosa presidencia de Donald Trump, que levantó muros y derribó puentes con muchos países de Latinoamérica, Biden tenía la oportunidad de estrechar lazos con la región. “A esta misma Cumbre, hace cuatro años, el presidente de Estados Unidos no fue porque no la consideraba importante. Ahora en Los Ángeles están el presidente, la vicepresidenta, la líder de la Cámara de Representantes, el secretario de Estado, otros miembros del Gabinete… Estamos presentes”, dijo el viernes el senador demócrata Tim Kaine, quien fue candidato a la vicepresidencia con Hillary Clinton.

La Cumbre de las Américas suele reunir a los jefes de Estado y de Gobierno de toda América cada tres años, aproximadamente. Esta edición, la novena, se mostraba en el horizonte como el escaparate perfecto para sanar las relaciones. “Creo que Trump abusó mucho de las relaciones con algunos de estos países, dañándolas de formas difíciles de describir, pero esta reunión puede ayudar a retomar esos vínculos”, ha dicho el congresista de origen latino Joaquín Castro.

En el recuerdo estaba la primera de las cumbres, celebrada en Miami en 1994 con Bill Clinton como anfitrión y a la que solo faltó Cuba. Sin embargo, la organización del evento, en parte por torpeza, se convirtió esta vez en una pesadilla diplomática y el foco se puso en una lista de invitados que no terminó de estar clara hasta la misma semana de la cita.

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El Departamento de Estado hizo esfuerzos denodados para evitar un fiasco. Logró convencer a Bolsonaro ofreciéndole una reunión bilateral que parecía gélida y que luego el presidente brasileño, que tenía una gran sintonía con Donald Trump, calificó de fantástica. Atrajo también a Alberto Fernández a cambio de una visita el mes próximo a la Casa Blanca, que no ha evitado que el presidente argentino fuera muy duro con Biden y cuestionase “el derecho de admisión” como prerrogativa del anfitrión de la Cumbre. Pero los esfuerzos fueron vanos para atraer a López Obrador.

Biden aseguraba esta semana ante el resto de presidentes: “No importa lo que ocurra en el mundo, las Américas siempre serán una prioridad para los Estados Unidos de América”. Lo cierto, sin embargo, es que Washington ha estado muy pendiente de la guerra de Ucrania y de la política asiática y ha perdido peso e influencia en una región en la que abundan Gobiernos populistas, izquierdistas o antidemocráticos.

Al final de la Cumbre, Biden puede exhibir un puñado de acuerdos en su mayoría genéricos y una declaración sobre migración a la que se han sumado 20 de los participantes. Propuestas para la cooperación económica, planes para reforzar el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), programas de formación sanitaria y ayudas para el medio ambiente están entre esos acuerdos. “Es un paso en la dirección correcta, pero tendremos que esperar a la próxima cumbre para medir nuestro progreso. Debía haber principios más claros sobre el trato de los migrantes y de prohibir la separación familiar y evitar los largos periodos de detención. Esto es solo el inicio”, añadió el congresista Castro, parte del caucus latino de los demócratas.

El Gobierno estadounidense se juega ahora, en la puesta en marcha de esas propuestas, la oportunidad de recuperar peso e influencia en una región de la que es el líder natural. “Seguimos siendo la potencia más grande para organizar una respuesta hemisférica a retos compartidos en el tema de la pandemia, la inseguridad alimentaria o en temas de cambio climático”, señalaba esta semana Juan González, director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional y asesor principal de Biden para Latinoamérica.

Eso es cierto, pero también lo es que la lista de presidentes que han excusado su asistencia a la Cumbre por el veto a Venezuela, Cuba y Nicaragua, más las críticas vertidas por algunos de los asistentes, se interpretan como un cierto desafío a ese liderazgo. Pero los vetos, los boicots y la división entre países también siembran dudas sobre la relevancia de la Cumbre para impulsar una verdadera cooperación regional. “A pesar de las polémicas, Latinoamérica sale más unida de esta Cumbre”, dijo Gabriel Boric, presidente de Chile. Pero parece más una frase bienintencionada que un hecho.

La declaración sobre migración, pese a ser suscrita solo por 20 de los países participantes en la Cumbre, es quizá el resultado más importante de esta semana. Formalmente, la suscriben jefes de Estado, incluido el ausente López Obrador. Viene acompañada de una serie de compromisos concretos de regularización de inmigrantes, acogida de refugiados y cuotas de migración temporal que en parte son nuevos y en parte, un empaquetado de anuncios anteriores.

Biden, criticado internamente por los republicanos, que le acusan de ser blando en temas migratorios, ha logrado que la declaración incluya una referencia a facilitar la devolución de inmigrantes sin papeles a cambio de financiación para otros países de destino, de compromisos de acogida de refugiados y de abrir vías para la regularización, la inmigración legal y la de trabajadores temporales. Pero eso no va a aflojar a corto plazo la presión de una crisis migratoria sin precedentes. La cuestión es si de verdad lo acordado se traduce en esa “responsabilidad compartida” que proclama la declaración. En palabras de Biden: “Esto es solo el principio. Queda mucho más trabajo, por decir algo obvio”.

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