Lilian Thuram, exfutbolista: “Tengamos el coraje de quitarnos las máscaras de la identidad”

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Es poco habitual que un futbolista de élite tenga, tras colgar las botas, otra carrera fuera del deporte. Lilian Thuram (Guadalupe, 49 años) fue campeón del mundo con Francia y jugó, entre otros equipos, con la Juventus y el Barça. Al frente de la Fundación Educación contra el racismo, Thuram ha publicado en francés en ensayo La pensée blanche (El pensamiento blanco, no traducido al español).

Pregunta. “No olvidéis el color de vuestra piel”, le decía usted a sus hijos. ¿Por qué?

Respuesta. ¿Usted vive en el espacio público de la misma manera si es hombre o mujer? No. ¿Lo vive de la misma manera si es válido o si va en una silla de ruedas? No. Las personas que no sufren discriminaciones, ¿son conscientes de ello? Mi idea es decirles a los niños: “Seréis discriminados y deberéis defenderos”.

P. ¿Defenderse cómo?

R. Cuando a usted le categorizan como a una persona de color negro, demasiado a menudo sufre miniagresiones o violencias. Puede ser una agresión de la mirada, gente que tiene miedo de usted, y usted no sabe por qué. Cuando usted es un joven negro, tiene más probabilidades de ser controlado por la policía en la calle. Deberá trabajar más para tener las mismas oportunidades que otras personas categorizadas como blancas. Al decir esto a mis hijos, intento hacerles tomar consciencia del racismo. Y decirles: “Atención, no permitáis que nadie os encierre en esta categoría llamada negra, y no os encerréis en ella”.

P. ¿No es paradójico? Les dice que recuerden su identidad y que la olviden.

R. No hay paradoja. Para liberarse de una identidad, hay que tomar consciencia de ella. No se trata de olvidarla, sino de cuestionarla para superarla.

P. ¿Cómo se dio cuenta usted de que era negro?

R. A los nueve años, en la clase de CM2 [quinto curso de primaria] en la región de París, unos niños me insultaban llamándome “sucio negro”. Lo recibo como una herida interior, una mordedura invisible. Se lo cuento a mi madre, que me da una respuesta muy mala: “Querido, la gente es racista. Es así y nunca cambiará”.

P. Los niños que le insultan son blancos.

R. Yo, que a los nueve años me convierto en negro, me pregunto: “¿A qué edad estos niños se volvieron blancos? ¿A qué edad asumieron un complejo de superioridad?”

P. ¿Cómo se vuelve blanco un niño?

R. Cuando mi hijo Khéphren tenía cuatro o cinco años y vivíamos en Italia, un día le dije: “¿Eres el único niño negro de tu clase?” Él me dice: “Papá, yo no soy negro. Soy marrón”. Y yo le pregunto: “Y los otros de tu clase, ¿de qué color son?” Él dice: “Rosas”. Entendí que los niños pequeños no usan las categorías de blanco o negro como los adultos. Los niños, condicionados por su entorno, acabarán reproduciendo estas categorías sin saber que están ligadas a la racialización del mundo, a la fabricación de una jerarquía en la que la raza blanca se situaba en la cumbre. Esto se enseñaba en Francia hasta los años cincuenta.

P. Como futbolista, ¿sufrió el racismo?

R. Claro, sobre todo en Italia donde jugué 10 años.

P. ¿Y en Barcelona?

R. No, en Barcelona no. Pero en el estadio del Atlético de Madrid unos hinchas me insultaron y me dijeron: “Nunca tendrían que haberte quitado los grilletes de los pies”. Hay que hablar de esto con calma y serenidad, y entender que el racismo es una herencia cultural.

P. ¿En qué sentido?

R. Cuando los hinchas comparan a los jugadores negros con simios, hay una continuidad histórica. En el siglo XVIII hubo científicos que afirmaban que los negros eran el eslabón perdido entre el simio y el hombre blanco. Los hinchas lo ignoran, pero su comportamiento es una herencia cultural. Cuestionemos nuestras identidades de color si queremos avanzar. Tengamos el coraje de quitarnos nuestras máscaras de la identidad. ¿No es hora de considerarnos todos como seres humanos?

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