Lo que la ciencia debe a Steven Spielberg


Hace unos días, la ciencia volvió a entrar en acción con el hallazgo de un embrión fosilizado de dinosaurio. El descubrimiento tuvo lugar en China y los científicos lo han bautizado como Baby Yingliang.

Se trata de un oviraptosaurio, o lo que es lo mismo, un dinosaurio emplumado que ha aparecido con la misma disposición de un polluelo en su cascarón. El hallazgo viene a confirmar la relación de estos vertebrados con las aves, aunque el hallazgo no ha sido confirmado aún en revistas científicas. De hecho, gran parte de los taxónomos consideran a las aves como un subgrupo de los dinosaurios. Por decirlo de otra manera, cada vez son más certeras las valoraciones que nos llevan a ver a las aves como los dinosaurios actuales.

Hay que recordar que las primeras noticias acerca de los dinosaurios vienen de la época victoriana, de cuando el anatomista Richard Owen (1804-1892) los bautizó así. Según cuentan, Owen fue un viejo cascarrabias que hablaba mal de todo el mundo, Darwin incluido, y que al final de su vida firmaba como propios los trabajos de otros. Con todo, sus sombras no consiguieron eclipsar su aportación a la ciencia. Con ayuda del príncipe Alberto de Sajonia, creó en Londres el Museo de Historia Natural, donde exhibió su variada colección de fósiles de dinosaurios.

Pero tuvo que pasar algo más de un siglo para que los descubrimientos y las investigaciones acerca de los dinosaurios tuvieran la dimensión que merecen. Y eso se debió, en buena parte, a Steven Spielberg y a su película Parque Jurásico. Este detalle lleva a darle la vuelta a la Poética de Aristóteles y a su principio, según el cual, las artes imitan a la naturaleza. Aquí pasó al contrario, pues, gracias a que Spielberg llevó la novela de Michael Crichton a la gran pantalla, en 1993, las investigaciones acerca de las especies que hace millones de años dominaban el planeta, empezaron a conseguir financiación. Fue entonces cuando numerosos equipos de científicos entraron en acción como nunca antes había sucedido. La ficción, en este caso, condicionó la realidad.

Hoy, los dinosaurios se han convertido en un icono pop, y cada nuevo hallazgo da la vuelta al mundo en forma de noticia. El Yingliang es el ejemplo; lo más parecido a un polluelo, con todas las características más significativas de las actuales aves, incluidas las plumas. Pero hay otro asunto del que poco o nada se habla cada vez que hay un nuevo hallazgo fosilizado de dinosaurio, y es la relación de los dinosaurios con las aves debido a la similitud de la glándula pituitaria.

El pasado año, un equipo de investigadores brasileños reconstruyó el cerebro del Buriolestes schultzi, un dinosaurio del Triásico tardío cuya glándula pituitaria era relativamente pequeña, semejante a la de las aves. Volviendo a Aristóteles, hay que recordar que fue el estagirita, y no otro, quien primero investigó acerca de esta glándula del tamaño de un guisante. Según su creencia, la pituitaria era el órgano causante de la mucosidad de nuestra nariz. Pero Aristóteles estaba equivocado. En otra ocasión dedicaremos una pieza a esta glándula maestra, responsable de regular buena parte de las funciones de nuestro cuerpo.

Para terminar, una recomendación lectora. Se trata de un relato acerca de dinosaurios, tal vez una de las mejores ficciones donde el viaje al pasado adelanta el efecto mariposa. Se titula El ruido de un trueno, y fue publicado a principios de los años cincuenta por Ray Bradbury. En dicho relato, el escritor estadounidense nos traslada hasta el año 2055, donde una empresa de viajes ofrece safaris a la época en que los dinosaurios dominaban la tierra. Un relato que, sin duda, sirvió de inspiración a Michael Crichton para escribir su Parque Jurásico.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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