La nueva novela de Michel Houellebecq mezcla el ‘thriller’ esotérico con la crónica electoral


La nueva novela de Michel Houellebecq despista. No es lo que aparenta. Parece por momentos un thriller geopolítico con atentados, espías y un trasfondo esotérico. Al mismo tiempo es un melodrama familiar con un patriarca ingresado en una residencia en el corazón de la campiña francesa. Y en paralelo se presenta como el relato de una campaña electoral para la presidencia de Francia visto desde la maquinaria del poder.

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Anéantir (”Aniquilar”), que la editorial Flammarion publica en francés el 7 de enero y que Anagrama tiene previsto publicar en castellano y catalán a finales de agosto, no es exactamente eso. O es mucho más. Es una novela sobre la fragilidad de la existencia y la soledad del hombre contemporáneo en un mundo sin dios. Trata del amor y la devoción matrimonial. Houellebecq (La Reunión, 65 años) ha escrito una balada desesperada sobre la vida y las razones para vivirla o renunciar a ella, un libro sobre la enfermedad y la entropía y la destrucción con un giro que deja en el aire todo lo anterior antes del conmovedor clímax que la remata.

“Algunos lunes del final de noviembre, o de principios de diciembre, sobre todo si uno es soltero, tiene la sensación de estar en corredor de la muerte”, arranca Anéantir y así atrapa al lector, con una frase que parece una parodia del estilo y los temas del propio Houellebecq. El libro se cierra con un capítulo de agradecimientos en el que el autor, tras explicar lo útil que le ha resultado documentarse con médicos y jugando con la fama de pesimista sin remedio, concluye con ironía: “Acabo de llegar por casualidad a una conclusión positiva; es hora de parar”.

En medio, las 734 páginas más esperadas de la temporada literaria: la octava novela, tres años después de Serotonina, de un escritor con un estatus de icono pop (incluso figura como personaje en el último álbum de Astérix) y elogiado por su capacidad de diseccionar las angustias inconfesas de nuestra civilización, y de ser el oráculo de su ocaso.

Todos los manierismos del autor de Las partículas elementales se encuentran en Anéantir. El estilo rápido y eficaz, pero con altibajos y a ratos deslavazado. Las sentencias de barra de bar mezcladas con otras de claridad dolorosa. La mirada sociológica sobre el mundo actual, lo más parecido en el siglo XXI a los naturalistas del XIX. El sexo. La ácida burla de los progres y sus hipocresías. También, en las opiniones de algunos personajes sobre los musulmanes o las mujeres, una versión literaria de lo que en política sería Éric Zemmour, candidato ultra a las presidenciales de 2022. “Había árabes, muchos árabes en las calles”, se observa, “y esto ciertamente era una innovación respecto al ambiente general del Beaujolais y de Francia entera”.

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SuscríbeteMichel Houellebecq, en París en abril de 2019.LIONEL BONAVENTURE (AFP)

Anéantir son tres historias entrelazadas que se desarrollan durante cerca de un año. Una es la de Bruno Juge, ministro de Economía y Finanzas que se presenta a las elecciones presidenciales de 2027 como número dos de Benjamin Sarfati, estrella de un talk show. Ambos han sido designados por un presidente a punto de agotar su segundo mandato. Aunque no se le nombra es Emmanuel Macron. Sarfati podría ser un trasunto de Cyril Hanouna, celebridad televisiva en Francia; Juge se inspira en el verdadero ministro de Economía y Finanzas, Bruno Le Maire.

Primera sorpresa: la Francia que deja Macron en 2027 es, en contra de lo que aseguran “los profetas de la desdicha” (léase Houellebecq), una potencia en la industria y en la innovación. “Y todo esto”, se lee, “sin contestaciones, sin huelgas, en un ambiente de aprobación sorprendente”.

Un protagonista ‘macroniano’

El protagonista de Anéantir se llama Paul Raison. A punto de cumplir los 50, hombre de confianza del ministro Juge, se trata de un personaje houellebecquiano, cínico y solitario. Además, es un auténtico homo macronensis formado, como Macron, en la Escuela Nacional de Administración, vivero de la clase dirigente francesa, e inmerso en la burbuja de la alta administración francesa. Paul no cree en nada y todo le es indiferente; como su apellido indica, todo lo fía a la razón.

“¿Era él responsable de este mundo?”, se pregunta el narrador, que adopta en punto de vista de Paul. “En cierta medida sí, pertenecía al aparato del Estado, sin embargo, no amaba este mundo”.

Otra trama paralela comienza con el infarto cerebral que deja en coma al padre de Paul, un espía jubilado, y más tarde en un estado de inmovilidad y dependencia total en un pueblo de la región vinícola del Beaujolais. La enfermedad propicia el reencuentro entre los hijos: la hermana católica y simpatizante de Marine Le Pen, una cuñada que es una periodista sin escrúpulos, la segunda esposa del enfermo consagrada a cuidarlo… Houellebecq, contrario a la eutanasia, hace decir a un personaje: “La verdadera razón de la eutanasia, en realidad, es que ya no soportamos a los viejos, ni siquiera queremos saber que existen. Es por eso que les aparcamos en lugares especializados, fuera de la vista de otros humanos”.

La tercera trama narra los atentados contra un buque de contenedores frente a la costa de A Coruña, un banco de esperma en Dinamarca y un barco con migrantes en las costas de Ibiza y Formentera. Paul descubre en casa de su padre unos enigmáticos documentos con indicios sobre la autoría. Las pistas apuntan a los “anarcoprimitivistas” cuyo proyecto “consiste en devolver a la humanidad al nivel paleolítico medio”, o a grupos de “ecolofascistas” con influencias satánicas. “Lo peor”, piensa Paul, “es que si el objetivo de los terroristas era aniquilar el mundo tal como él lo conocía, el mundo moderno, no podía quitarles del todo la razón”.

En Paul confluyen estas historias que, a unas 130 páginas del final, se interrumpen. A partir de entonces Paul —y Prudence, su devota esposa, con la que reconecta tras años viviendo en habitaciones separadas— ocupan todo el espacio. No revelaremos qué ocurre. Diremos que se cita El colgajo, el libro del periodista Philippe Lançon cuyo rostro quedó desfigurado por los disparos por los islamistas que atentaron contra el semanario Charlie Hebdo en 2015. También hay referencias al pensador reaccionario Joseph de Maistre y al poeta romántico Alfred de Musset, quien escribió: “He llegado demasiado tarde a un mundo demasiado viejo”. Y al sabio Pascal: “El último acto es sangriento, por muy bella que la comedia haya sido en todo el resto: finalmente se echa la tierra encima, y se acabó para siempre”.

Houellebecq, que a menudo pasa por ser un nihilista, tiene algo de escritor cristiano. En esta y en sus novelas recientes hay una nostalgia de dios y la religión, y una creencia en el amor como redención. Y es un moralista: un observador a veces arbitrario y superficial, otras lúcido, de este mundo y sus gentes, de nuestras costumbres.

Bruno Le Maire, modelo de Bruno Juge, declaró hace unas semanas a EL PAÍS: “Considero que Michel Houellebecq, que es un amigo y un escritor por quien siento una admiración profunda, es uno de los mejores espejos no de la sociedad francesa, sino de las angustias, las inquietudes de la sociedad francesa”. Podría haber añadido: de la sociedad occidental. En Anéantir lo ha vuelto a demostrar.


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