Lo que nunca sucedió


Corría el minuto 78 de partido cuando Martin
Odegaard levantó la cabeza y vio campo abierto. Por delante, una nueva contra. El 0-1 empezaba a rumiarse tras 5 minutos en los que la Real se habían acercado con peligro hasta en tres ocasiones. Las botas del noruego estaban meciendo la cuarta.



El genio de Drammen conectó con Oyarzabal, que estaba matando al Barcelona entre líneas. Saltó al césped en el 58’ y tras algunos minutos desaparecido en banda derecha, Imanol encontró la tecla. Rombo y el ‘10’ en punta. El peligro empezó a brotar a la espalda de los centrocampistas culés.

Oyarzabal recibió y el abanico de posibilidades se abrió. El eibarrés eligió izquierda. Llegaba un tren llamado Nacho
Monreal, imponente, en su enésima aparición por el carril zurdo. Recibió y mandó un cuero raso, cruzado. Si la tocaba alguien, era gol.

O no. Porque los tres párrafos anteriores nunca sucedieron. Al menos, no figurarán en las actas del juicio. Y es que mientras el balón se paseaba por las inmediaciones de la meta de Ter
Stegen sin que nadie empujase el 0-1, el taquígrafo hizo retroceder el carro de su máquina de escribir para que todo aquello no constase.

Una llamada de Melero
López, una decisión de Martínez
Munuera, y el cuarto contragolpe realista en cinco minutos terminaba con el cuero en el punto de penalti y Leo
Messi con los brazos en jarra. El VAR, ideado para que el fútbol fuese más justo, alertaba de una mano, a todas luces involuntaria, de Le
Normand, que terminó dictando sentencia.

No fue un caso aislado, sino una injusticia endémica que semana a semana siembra el pánico en cada balón parado, en cada centro al área. Con la llegada del VAR, los penaltis por manos se han multiplicado en la Liga. No hay espacio a la voluntariedad, ni al sentido común. Mano, y punto.

Riesgo y orden

Un penalti que dejó sin efecto un partido sólido de una Real que se plantó delante del Barça con seis cambios en su ‘once’. En una exhibición de profundidad de plantilla, Imanol refrescó el equipo para salir a buscar a los azulgrana uno contra uno, en una presión tan arriesgada como ordenada que permitió a la Real plantar cara de principio a fin e, incluso, ir creciendo con el paso de los minutos.

Tras el descanso, y cuando el Barça parecía adueñarse del partido, el rombo permitió a la Real meter el dedo en la llaga, pinchar a los culés donde más le dolía. Los espacios empezaron a descubrirse y las contras, a florecer. La Real estaba a un punto de paciencia, a una buena decisión del premio.

En el 73’, Isak, en una de sus carreras pone un balón de gol que Lenglet aborta estirándose. En el 74’, Oyarzabal dispara fuera desde la frontal. En el 76’, Odegaard la deja a Isak pero este, en lugar de devolver, dispara fuera. En el 78’ recibe Monreal… Y sonó el pinganillo de Martínez
Munuera. El dominio realista quedó sin efecto.


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