Lord Byron a su hermana: “Espero que Dios me ayude a escapar de la peor de las lacras sociales: el matrimonio”

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De Lord Byron a Augusta Leigh

Newstead Abbey, 14 de diciembre de 1808

Mi querida Augusta:

Lo que te dije en mi última carta es cierto, es el trato con el mundo lo que ha endurecido mi corazón. Pero te engañas en lo que respecta a los detalles, entre las decepciones mundanas no debes incluir el descalabro de ningún proyecto matrimonial; soy responsable de incontables absurdos, pero espero que Dios siga ayudándome a escapar de la peor de las lacras sociales: el matrimonio.

No tengo la menor duda de que existen excepciones, y no tengo el menor reparo, faltaría más, en incluir tu matrimonio entre ellas, pero seguro que conoces el dicho ese de que «la excepción confirma la regla». Y en este caso, como en tantos otros, es cierto.

Aquí vivo a mi manera, y mi manera es la soledad. Ahora mismo no podría soportar ni la compañía de mi mejor amigo si se prolongase más de un mes. Todos los humanos comparten la misma característica deplorable: cada día que pasan a tu lado se vuelven más y más desagradables. Así que he llegado a la siguiente convicción: de no ser por el periódico retorno de mis ambiciones, y la obligación regular de cumplir con mis obligaciones, me entregaría a una vida invariablemente retirada y solitaria.

'Lord Byron contemplando el Coliseo de Roma', grabado de James Tibbitts-Arthur Willmore.
‘Lord Byron contemplando el Coliseo de Roma’, grabado de James Tibbitts-Arthur Willmore. DE AGOSTINI (GETTY IMAGES)

Me ha visitado toda la nobleza y también la alta burgesía, pero me he impuesto un principio casi moral: ¡no devuelvo visitas! Al frente de la casa he puesto a Joseph Murray, no hay duda de que era un bruto y que lo seguiría siendo de no haber moldeado sus sentimientos y sus emociones hasta ponerlos en sintonía con los míos, aunque en otro grado. Tengo varios caballos y un precioso establo, y pese a la extensión del terreno y la cantidad de animales que vagan por él no logro aficionarme a la caza, me aburren los disparos. Odio los deportes, la época en que me convertí en un boxeador competente ha quedado atrás. Mi biblioteca es bastante extensa, y la sociedad (estoy seguro de que ya lo sabes) me considera un notable escritor. Me siento orgulloso de las pequeñas reparaciones y de las mejoras que he introducido en Newstead. Vivo con independencia, y la independencia me pone muy alegre. ¿Si soy feliz? Si pasas por alto la desgracia de haber nacido en un mundo como este, creo que me siento capaz de responderte que así es.

Te ruego que me creas cuando te digo que estaré encantado de recibir noticias tuyas siempre que lo consideres conveniente.

Sincerísimamente tuyo,

Byron

De John Keats a Fanny Brawne

Mortimer Terrace, agosto de 1820

John Keats, dibujado por William Hilton.
John Keats, dibujado por William Hilton.

Mi querida niña,

Ojalá pudieras inventar alguna manera de hacerme feliz sin ti. Cada hora que pasa concentro más y más mi pensamiento en ti. El resto de cosas que me ofrece la vida saben a paja en mi boca. Ahora mismo me siento prácticamente incapaz de ir a Italia. No puedo separarme de ti, es un hecho, como también sé que no voy a poder saborear un solo minuto que no esté integrado en una vida pensada para pasarla juntos, para siempre. Pero no voy a seguir insistiendo. Eres una persona sana, y una persona sana nunca tendrá una idea cabal de los nervios que torturan a un carácter como el mío, sometido a estas circunstancias. ¿A qué isla me has dicho que se proponen retirarse tus amigos? Debería sentirme feliz de que puedas permitirte ese viaje que tanto anhelabas, pero al irte tú en compañía de otros mi mente no deja de suministrarme objeciones, los celos y sus trasfondos se han apoderado del escenario y transforman la anticipación de tus alegrías y diversiones en una perspectiva insoportable. El señor Dilke vino aquí en viaje de placer. Nunca podré soportar de nuevo, aunque me recobre, a las personas que se reunían en Elm Cottage y Wentworth Place.

Detesto esa sociedad. Los dos últimos años le saben a bronce a mi paladar. Si no logro vivir contigo me las arreglaré para vivir solo. Tampoco creo que mi salud mejore mientras me obliguen a estar separado de ti. Y aún así me resisto a visitarte: imagino que disfrutar de los destellos de tu luz me arrojará a una tiniebla más cruel. Vivo en la miseria, pero soy menos infeliz que si te hubiese visto ayer. ¡Es imposible ser feliz amándote! ¡Solo será feliz amándote quien disfrute de una estrella más afortunada que la mía! Y quién sabe, quizás nunca lo sea nadie. Adjunto un pasaje de tus cartas que me gustaría que alterases un poco antes de llevármelo conmigo a Italia. Me gustaría (si logro convencerte) que expreses lo mismo de una manera menos fría para mí. Si mi salud soportase el trance de la escritura, me gustaría componer un poema sobre cómo se atraviesa una situación como la mía. Le demostraría al mundo que mi amor y mi libertad son tan grandes como la tuya.

Shakespeare siempre condensa los asuntos humanos de manera suprema. Mi corazón está ahogado de la misma miseria emocional que el de Hamlet cuando le dice a Ofelia: «¡Vete a un convento!». Me gustaría morir. Me deprime la existencia de ese mundo brutal por el que te paseas sonriente. Y todavía más que al mundo odio a los hombres y a las mujeres. Cuando imagino el invierno que me espera en Italia solo veo espinas; en tanto la distancia me retenga lejos, Brown tendrá el camino libre para acercarse a ti y tentarte con sus indecencias. No sé cómo voy a descansar. Supongamos que me instalo en Roma; la única perspectiva que me ofrece algún reposo es que me concedan un espejo mágico con el que saber dónde y con quién se mueve tu corazón a todas horas. Ojalá alguien o algo insufle a mi ánimo un poco de confianza en la humanidad.

No puedo reunir ninguna clase de esperanza, el mundo es demasiado brutal para mí, solo me alegra la existencia de algo tan inequívoco como una tumba. Sé que no voy a conocer el menor descanso hasta que me sumerja en una. De todos modos, me impondré el alivio de que jamás volveré a ver a Dilke ni a Brown ni a ningún otro de tus amigos. Ojalá estuviera abrazado a la fe de tu cuerpo, y si no puede ser, ojalá mañana me destruya un rayo.

Dios te bendiga,

J. Keats

De Mary a Percy Shelley

3 de noviembre de 1814

Mary Shelley, retratada por Richard Rothwell en 1840.
Mary Shelley, retratada por Richard Rothwell en 1840.

Querido amor:

Estoy tan desanimada, me siento tan sola… Pero nos veremos mañana; no puede ser de otra manera, así que intentaré mantenerme alegre y de buen ánimo. Los jardines de Gray son un emplazamiento peligroso, me temo; seguro que puedes pensar en un sitio alternativo.

Esta noche he recibido tu carta con tristeza. La anhelaba muchísimo porque hacía dos días que no recibía ninguna. No me lo tengas en cuenta, amor, no sé muy bien qué significan estos apremios. Sé que ayer tuviste que dar una larga caminata, de manera que no pudiste ni sentarte a escribir; pero yo, que estoy aquí en casa, quieta, que no salgo ni a caminar, y para quien todas las horas son igual de solitarias, podría pasarme el día entero escribiéndote, amor.

Otra circunstancia me ha empujado a sentirme más solitaria, y es el efecto que me ha suscitado la lectura de tu carta.

¿Cómo razonar y filosofar sobre el amor? El caso es que me di cuenta de que, si me pidieran una razón a favor de tu manera de amarme, no encontraría ninguna. Y ello pese a que tengo una opinión igual de favorable que tú sobre la exaltación amorosa, y espero sinceramente que la experiencia de nuestro tierno amor se prolongue y termine decantando la balanza de nuestro lado. Sea como sea, han tocado las ocho y tengo que despedirme, te deseo buenas noches.

Bueno, ahora sí que tengo que despedirme. Buenas noches.

Escribo «buenas noches» con el mismo ánimo con el que se relee un capítulo muy querido de una vieja historia. Sí, mi amor ya es como una vieja historia, y espero que este tramo de separación llegue mañana a su último capítulo y podamos reunirnos de una vez. Pero te repito que es muy importante que consigas dinero, amor, pues el desafío sigue inamovible: no solo debemos desafiar a nuestros enemigos, sino también hacer frente a las embestidas de nuestros amigos (porque en ocasiones no tengo claro que los enemigos sean más nocivos que nuestros supuestos apoyos), si es que de veras no queremos volver a separarnos. Suena tan encantadora la idea de estar siempre juntos… Las fantasías que tejo sobre este plan cumplido alegran siempre mis sueños.

Todavía no ha llegado ninguna respuesta de Hooper. Me gustaría tanto que nos escribiera… Ah, pero hay algo que todavía me gusta más: la idea de estar ya en un hogar nuestro, propio, querido por los dos, donde nadie pueda venir a molestarnos: ni los enemigos ni los dichosos amigos. No te enfades conmigo por estas reservas, mi amor, sabes tan bien como yo que amigos y enemigos constituyen un mal conjunto. Y tú también eres malo, y contribuyes a la maldad de este conjunto maligno, cuando no te conformas en quedarte aquí, en tu casa, al lado de tu querida Mary que te adora, estudiando, saliendo a pasear, y entregados ambos a otras amables actividades. Oh, vamos, estoy seguro de que en el fondo estás de acuerdo conmigo: busquemos un hogar donde podamos ver la luz del sol crecer y decrecer sobre las montañas, en lugar de una casa estrecha que solo dejar pasar la claridad por sus rendijas.

Tengo otro reproche: en tu carta no dices ni una palabra sobre Lambert Harriet, ni sobre la señora Stuart, ni sobre el dinero, ni sobre ninguna otra de mis preocupaciones. Eres tan negligente cuando se trata de proporcionarte serenidad. Aunque reconozco que te manejaste con gran habilidad para tranquilizar al señor Peacock, en eso me sentí orgullosa de ti. Lo que pasa es que, cuando estás lejos, a mi amor le gusta hablarte de esta manera, regañándote, engarzando reproches. Pero la culpa también es tuya, ya sabes que quedarme horas esperando a que llegue una carta tuya me tensa los nervios y me acelera la sangre, así que intenta que no pase tanto tiempo entre una y otra.

Tu Mary, que te ama tiernamente.

‘El mundo roto’

Autores: Mary & Percy Shelley, Lord Byron, John Keats

Traducción: Gonzalo Torné

Editorial: Alpha Decay

Formato: Tapa blanda o bolsillo. 336 páginas

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