Los 21.333 kilómetros que recorrió un niño africano hasta llegar a Barcelona


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Hoy Rita, de siete años, tiene previsto un plan especial. Aunque ella no lo entiende muy bien, el paseo por el Tibidabo (Barcelona) que lleva toda la semana esperando hacer junto a su madre, Laura Munné, es diferente a los demás. Munné llevará en su mochila el libro autobiográfico de Ousman Umar e irá leyendo pedazos del durísimo periplo del migrante ghanés que dejó su casa cuando era solo un niño en busca de respuestas y oportunidades. ”Mi idea es mostrarle las fotos y contarle lo difícil que lo tienen otros niños. Será como volver a vivir el relato de Ousman a través de los ojos de mi hija”, cuenta. Mientras pasean, su móvil registrará los kilómetros andados y, por cada uno, la fundación de Umar, NASCO Feeding Minds, recibirá una donación mínima de 0,5 euros para continuar la labor educativa que lleva a cabo en Ghana. Rita andará parte de los 21.333 kilómetros que hizo Umar cuando tenía prácticamente su misma edad y su único objetivo era llegar al “país de los blancos”.

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Cada uno decide cómo participar: andando, corriendo, nadando o en bicicleta. De este modo, se irán sumando tanto los tramos que Umar hizo por vía terrestre como por vía marítima. Las inscripciones ya están abiertas en la página web de la organización y permanecerán activas en todos los rincones del mundo hasta completar el periplo, con el que esperan recaudar entre 10 y 11.000 euros gracias a la contribución de los participantes y también de algunas empresas colaboradoras. Sergio Millet, de 47 años, aún no ha decidido cuántos kilómetros hará. Solo sabe que llamará a todos sus amigos para pasar un día en bicicleta, nadar y correr. “Me gusta mucho el deporte y más si es para este tipo de iniciativas tan chulas”, cuenta.

“Para mí también es especial porque es como si volviera a caminar, pero ya no tan solo”, cuenta por teléfono el activista. A medida que se avance en el camino, que se podrá seguir en redes sociales bajo la etiqueta #CorrealPaísdelosBlancos, se irán descubriendo anécdotas, personas y realidades que encontró el joven durante su trayecto.

Aunque la iniciativa pretenda cambiar de zapatos por un rato, nada se compara con el infierno que pasó Umar hasta llegar a España. Salió de Ghana siendo un niño, cruzó el Sáhara a pie en manos de las mafias ―que le abandonaron a mitad de camino―, el mar en patera y vio morir a la mayoría de sus compañeros de viaje, entre ellos a Musa, su mejor amigo. Recorrió 21.333 kilómetros hasta Barcelona, donde hoy reside, cruzando ocho países en más de cinco años. Llegó a España siendo un menor extranjero no acompañado y, en cuanto cumplió los 18 años, pasó a ser una persona sin hogar. “Dejé de existir para la gente. Nadie me miraba a los ojos”, recuerda.

Llegó a España siendo un menor extranjero no acompañado y, en cuanto cumplió los 18 años, pasó a ser una persona sin hogar

De todas las experiencias que revive al contar, una se le sigue haciendo nudo en la garganta: el cariño de Montserrat Roura, quien ahora es su madre adoptiva. “Aún no entiendo por qué sentí que tenía que hablarle cuando la vi en la calle, pero cuando lo hice, me agarró de las manos y me miró a los ojos”, dice antes de parar unos segundos, emocionado. “Me llevó a su casa y me acogió”.

La primera noche le ubicó en un cuarto, le dio mantas y comida caliente y un beso en la frente antes de dormir. Ese gesto de amor le derrumbó: “Pasé toda la noche llorando, tenía 18 años y lo había pasado tan mal… En ese momento entendí que tenía que ser la voz de los que no llegan con vida; tenía que contar que lo normal es morir intentando llegar a Europa y encontrar la forma de mejorar las oportunidades en mi país para que los jóvenes no se expusieran a todo esto”.

Siento que la ayuda humanitaria que está solo enfocada en dar alimentos está mal enfocada. Tenemos que alimentar mentes, para que tengan oportunidades allá y no intenten venir. Es la clave

Ousman Umar

Así surgió NASCO Feeding Minds, una entidad sin ánimo de lucro que pretende mejorar la calidad de la educación en Ghana a través de la capacitación digital y la creación de aulas informáticas con ordenadores al servicio de las escuelas públicas. Más de 20.000 niños han pasado ya por estas aulas. “Siento que la ayuda humanitaria que solo se centra en dar alimentos está mal enfocada. Tenemos que alimentar mentes, para que tengan oportunidades allá y no intenten venir. Es la clave”, incide crítico, “Si se convierten en programadores, por ejemplo, podrán ejercer desde Ghana para cualquier parte del mundo y con un sueldo digno. No huirán pensando que todo aquí es mejor”.

Él sí lo creía. Con nueve años se preguntaba por qué los aviones conseguían volar y los juguetes que se hacían entre los vecinos de Fiaso, no. Preguntó y la respuesta era siempre la misma: “Los aviones los hacen los blancos”. “Solo sabía que los blancos eran unos genios; eran médicos, ingenieros… Pensaba que todos eran inteligentes”, cuenta ahora entre risas, “No sabía que la inteligencia no dependía del color de piel. Soñaba con ser blanco”. Hoy, desde España, quiere ser quien le explique a los más pequeños de su comunidad que los “inteligentes son los que estudian”.

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