Los alarmistas y el perdón de la deuda estudiantil

Los alarmistas y el perdón de la deuda estudiantil

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El miércoles, el presidente Biden anunciaba un plan para reducir en 10.000 dólares la deuda de la mayoría de los estudiantes, que da la posibilidad a los que tengan ingresos bajos de acceder al doble de esta cifra. La condonación de la deuda ha sido mucho menos generosa de lo que un buen número de progresistas querían, pero más de lo que muchos esperaban. Suponiendo que sobreviva a los obstáculos legales, será bueno para millones de estadounidenses, aunque, como explicaré a continuación, su impacto en la economía en general será limitado.

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En relación con este plan, surgen dos grandes interrogantes. El primero es si va aumentar la inflación de manera significativa, como afirman sus detractores. La respuesta, si se hacen cuentas, es claramente que no. El segundo es si se trata de una buena medida. La respuesta debería ser: ¿en comparación con qué?

Con respecto a las cuentas, hay que prestar atención a la escala. Si a uno le preocupa la inflación, la cifra relevante no es el coste final para los contribuyentes, que puede ascender a varios cientos de miles de millones de dólares, sino el efecto sobre el gasto privado. Y la verdad es que yo no veo manera de sostener que vaya a ser importante.

Consideremos el hecho de que, antes de la pandemia de covid —es decir, antes de que el Gobierno suspendiera los requerimientos de pago de la deuda estudiantil federal— la factura total del programa federal de préstamos era de unos 70.000 millones de dólares al año. Puesto que la mayor parte de la deuda estudiantil corresponde a grandes créditos, muy superiores a 10.000 dólares, los pagos se reducirán en mucho menos que ese total. Por lo tanto, estamos hablando como máximo de decenas de miles de millones al año en una economía de 25 billones de dólares.

O, si lo prefieren, comparen la propuesta con el Plan de Rescate Estadounidense de 2021, del que sí puede decirse que alimentó la inflación. Ese plan gastó 1,9 millones en un solo año. Es improbable que el nuevo programa de Biden aumente el gasto anual ni siquiera en una cuadragésima parte de esa cifra.

No soy el único que llega a esta conclusión. Un análisis preliminar de Goldman Sachs calcula que los pagos de los préstamos estudiantiles se reducirán de un 0,4% a un 0,3% de la renta personal. ¿Se supone que eso va a alimentar la hoguera de la inflación?

Un momento, que aún hay más. El plan de Biden también quiere que se ponga fin a la suspensión de los pagos por la pandemia, lo cual extraerá mucho más efectivo de la economía de lo que el alivio de la deuda le devolverá.

Por lo tanto, incluso los pesimistas están hablando de añadir, como máximo, una pequeña fracción de un punto porcentual a la inflación. A mí, incluso eso me parece mucho.

Si a esto le sumamos que la Reserva Federal está ahora más que alerta frente a los riesgos del alza de los precios, veremos que las advertencias de que el perdón de la deuda será peligrosamente inflacionario son grotescas, tan grotescas que no puedo evitar sospechar que, en muchos casos, provienen de personas que prefieren dar un golpe bajo a exponer sus verdaderos motivos para oponerse al programa.

Ahora bien, ¿es bueno el programa?

La derecha reniega de la reducción de la deuda por razones morales. “Si pides un préstamo, lo devuelves, y punto”, tuitearon los republicanos del Comité Judicial de la Cámara de Representantes. ¿En qué planeta? En Estados Unidos, los procedimientos concursales regularizados existen desde el siglo XIX. La idea es dar una segunda oportunidad a las personas y las empresas con deudas agobiantes.

Y mucha gente se ha beneficiado de estos procesos. Por ejemplo, las empresas propiedad de cierto magnate del sector inmobiliario llamado Donald Trump se declararon en quiebra en seis ocasiones. Durante la pandemia, muchos propietarios de negocios recibieron préstamos del Gobierno que luego fueron condonados.

Ahora bien, se podría argumentar que los estudiantes que habían solicitado un préstamo no pasaban por las dificultades de enfrentarse a una pandemia. Es cierto. Pero muchos habían sido engañados por la publicidad fraudulenta de las facultades con ánimo de lucro, y millones se endeudaron pero nunca recibieron un título. Otros tantos millones contrajeron deudas que solo les sirvieron para obtener un certificado que les dio acceso a un mercado laboral devastado por la crisis financiera global que tardó muchos años en recuperarse.

Así que no pensemos que se trata de un regalo al azar. Aunque no todos, muchos de los que se beneficiarán de la condonación de la deuda son, de hecho, víctimas de circunstancias que escapan a su control.

¿Dará este alivio de la deuda una segunda oportunidad a esas víctimas? Por lo menos en cierta medida, sí. Hay pruebas concluyentes de que liberar a los exestudiantes de las deudas pendientes facilita que se cambien a empleos mejores y aumenten sus ingresos. Y como unos ingresos más altos significan más impuestos recaudados en el futuro, el verdadero coste fiscal de la reducción de la deuda probablemente sea inferior a las cifras que estamos escuchando.

Aun así, habrá algún coste fiscal. ¿Es esta la mejor manera de gastar ese dinero?

Como ya he dicho, la pregunta es: ¿en comparación con qué? Si pudiera elegir, gastaría el dinero en los niños antes que en los adultos. De hecho, la ayuda a las familias con niños representaba una parte importante de los planes de gasto originales de Biden. El presidente no pudo conseguir que esos planes fueran aprobados por el Congreso, pero el perdón de la deuda es algo que probablemente logre llevar a cabo mediante un decreto presidencial.

Y una pregunta para los republicanos que se quejan de que el plan no hace nada por los obreros estadounidenses que no fueron a la universidad: ¿qué proponen hacer por esas personas, aparte de recortar impuestos a los ricos y afirmar que los beneficios se filtrarán a los de abajo?

Por lo tanto, harían bien en hacer caso omiso de los alarmistas de la inflación, cuyas cifras no cuadran. También harían bien en evaluar el plan de Biden en función de la realidad política, es decir, de lo que el presidente puede hacer realmente. Desde esa perspectiva, parece bastante bueno.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.

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