Los cuatro pasos para fomentar la disciplina en los niños desde el primer año de vida

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Cuando hablas con los padres y madres de familias con hijos siempre dicen que cada uno de sus retoños es un mundo, que son diferentes, que tienen gustos opuestos, caracteres dispares, personalidades distintas. Y aseguran que no entienden cómo pueden ser tan diferentes si “se han criado bajo el mismo techo, con el mismo modelo educativo, los mismos valores y la misma filosofía de vida”. Pese a todo ello, son desemejantes. Entonces, ¿qué hace que los hermanos sean tan diferentes entre sí? ¿En qué medida el orden en el nacimiento influye en su personalidad?
Cristina Noriega García, doctora en Psicología y profesora del departamento de Psicología Universidad CEU San Pablo, además de Terapeuta Familiar Instituto CEU de Estudios de la Familia, considera que, en el desarrollo cognitivo, emocional, social o educativo de los hijos, “el comportamiento de los padres, así como sus expectativas, miedos o inseguridades, proyecciones e identificaciones, son distintos con cada hijo”. Dado que el desarrollo infantil tiene lugar en interacción con el medio, el cual tiene una función estimuladora y reguladora, “no es sorprendente encontrar diferencias a nivel cognitivo, emocional y social entre hermanos”. Esta terapeuta familiar considera que “el orden de nacimiento no afecta a todas las familias por igual y es importante tener también en cuenta otros factores como el tamaño de la familia, el sexo de los hermanos, los años que se llevan, las diferencias físicas, cognitivas y emocionales, proyecciones de los padres, fallecimientos o abortos previos, etcétera”. Noriega García apunta que “se podría decir que el orden del nacimiento puede afectar a la personalidad y desarrollo del niño, pero hay que evitar realizar generalizaciones y reconocer la singularidad de cada persona y familia”.
La familia es el primer grupo social en el que nos criamos y desarrollamos. La psicóloga Ana de Lucas destaca la importancia que tiene el lugar que ocupamos en ese entorno social y que, en su opinión, “nos influirá toda la vida”. El desarrollo del niño, según de Lucas, “se ve influido por las primeras relaciones de apego, que normalmente se dan con los progenitores y que dependen de la vinculación que generen los padres hacia el hijo y de su temperamento. Está formando su idea de cómo es y cómo funciona el mundo y las relaciones”. Esta psicóloga mantiene, además, que los padres cuando son primerizos “prestan mucha atención y también cometen muchos errores por la inexperiencia. Sin embargo, con el segundo o tercer bebé, los progenitores saben más, tienen más experiencia, están más relajados y seguramente tienen menos tiempo para dedicar al bebé. De esto, se deduce que no educamos igual a los hijos, porque no sabemos lo mismo con el primero que con el tercero”. También, Ana de Lucas dice que los padres tampoco se relacionan igual con los hijos, “cada uno tiene su propia personalidad y las relaciones bidireccionales dependen de cómo los niños se relacionan con los padres. A los hijos se les quiere igual, pero las relaciones son diferentes, aunque tratemos de educarles con los mismos valores y con las mismas reglas para todos los que viven en casa”.
Sobre la personalidad que cada hijo desarrolla en el entorno familiar se han llevado a cabo distintos estudios. La doctora en Psicología apunta que algunos de esos estudios sostienen que los hermanos mayores tienden a ser más responsables, confiados y exigentes, debido a las mayores expectativas de sus padres y el hecho de no tener que compartir las atenciones de los padres con los hermanos:  “A veces, asumen el papel de padres sustitutos cuidando de sus hermanos menores, tendiendo a sentirse cómodos en roles de liderazgo. Los hermanos medianos, al estar atrapados entre dos frentes, suelen asumir roles de conciliación, cooperativos y comprensivos. Con el hijo menor, los padres suelen mostrarse más confiados, relajados e indulgentes, lo que le permite disfrutar de mayor libertad y, como resultado, suelen ser descritos como más independientes, abiertos, creativos y tienen a asumir menos responsabilidades”.
En familias con un solo hijo, Cristina García Noriega considera que el comportamiento de los padres con hijos únicos es similar al que se tiene con los hijos mayores “en cuanto al hecho de no tener que repartir las atenciones con otros hijos y unas mayores expectativas y exigencias”. Sin embargo, esta situación varía, en su opinión, a medida que el número de hijos aumenta: “los padres ganan en experiencia y confianza en sí mismos, tienden a rebajar las expectativas y exigencias y aumentan su flexibilidad. Ahora el tiempo hay que dividirlo entre los cuidados de más de un hijo, de manera que no queda otra que priorizar, simplificar la vida y las relaciones y fomentar la autonomía de los hijos. No quiere decir que estén menos implicados, pero sí parece que se vuelven más flexibles, sobre todo con los hijos más pequeños, y se castigan menos a sí mismos”.
¿Se puede hablar de tipificación del carácter de los niños dependiendo de su colocación por orden de nacimiento en la familia? La doctora en psicología apunta que “los estudios muestran resultados contradictorios acerca de la relación entre rasgos de personalidad y orden de nacimiento. Este último puede explicar las tendencias de algunas personas, pero hay que atender a la singularidad de cada caso y se debe considerar todo lo que sucede en la vida de una persona. Como padres, es importante atender a las necesidades particulares de cada hijo y proporcionar un entorno favorable, para que reciban las oportunidades y estímulos que les permitan desarrollar su potencial, independientemente del orden en el que nacieron”.
Ana de Lucas concluye que “podemos decir que el orden de nacimiento influye en variables como la independencia, la responsabilidad o el perfeccionismo. Pero el carácter y la personalidad son mucho más complejos y se desarrollan a lo largo de los años y las experiencias”.
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