Los democristianos pierden el timón tras la marcha de Merkel

La canciller saliente Angela Merkel y el presidente de la CDU y candidato conservador, Armin Laschet, se saludan tras un acto de campaña en Múnich el 24 de septiembre.
La canciller saliente Angela Merkel y el presidente de la CDU y candidato conservador, Armin Laschet, se saludan tras un acto de campaña en Múnich el 24 de septiembre.Matthias Schrader (AP)

Las elecciones alemanas del 26 de septiembre propinaron una sonora bofetada de realidad a los democristianos de Angela Merkel. El partido que gobernó 52 de los 72 años de la República Federal, que venía de ganar con la canciller cuatro comicios federales seguidos y miraba con condescendencia a los socialdemócratas y sus pobres resultados, se desplomó en las urnas hasta su peor registro histórico. La Unión Cristianodemócrata (CDU) y su partido hermano bávaro, la Unión Socialcristiana (CSU), que concurren juntos a las elecciones, obtuvieron un insólito 24,1% de los sufragios. La debacle electoral ha sumido en el caos a los conservadores. La CDU se prepara ahora para liderar la oposición, pero tiene mucho que recomponer de puertas para adentro. Sin rumbo, desunida y carente de un líder que lleve el timón, el partido de Merkel se pregunta cómo saldrá del hoyo.

La propia canciller tiene buena parte de culpa del estado ruinoso de su formación, que sigue en shock porque no concebía que su suelo electoral pudiera bajar del 30%. Tomar conciencia del tortazo le llevó varios días a su líder, Armin Laschet, que se hizo de rogar para felicitar por su victoria al candidato socialdemócrata, Olaf Scholz. En lugar de hacerlo en público, le mandó una carta por correo postal. “Merkel no ha preparado su sucesión, y ese ha sido un error terrible que proyecta una sombra muy oscura en su legado”, apunta Uwe Jun, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Trier y autor de varias monografías sobre política federal. La canciller no dio a ninguno de sus compañeros en el partido la oportunidad de construirse un perfil sólido de candidato. “En los últimos cuatro años se ha desentendido de su partido, como si ya no le interesara. Aunque siempre ha tenido una relación ambivalente con su propia formación”, añade Jun.

Merkel sí llego a amadrinar a dos figuras potentes de la CDU. La primera, Ursula von der Leyen, acabó de presidenta de la Comisión Europea. La segunda, Annegret Kramp-Karrenbauer, aupada a la presidencia del partido por la canciller a finales de 2018, cayó víctima de una parte de su propia formación solo 14 meses después. Fue incapaz de imponerse en el escándalo de las elecciones regionales de Turingia y dio una imagen de debilidad que acabó con sus oportunidades de suceder a la canciller. Desde entonces, Merkel se ha mantenido al margen de las luchas de poder internas y no ha apoyado a ninguno de los hombres –ellos son abrumadora mayoría en la cúpula y entre la cosecha de nuevas promesas– que aspiran a liderar a los conservadores alemanes.

El descalabro de la CDU tiene varias causas. Desde 2017 el partido ha obtenido resultados bastante pobres en varias elecciones regionales, recuerda Gero Neugebauer, politólogo de la Universidad Libre de Berlín especializado en maquinaria electoral, que han ido minando su imagen de “partido popular” (Volkspartei). La deficiente gestión del liderazgo interno desde la retirada de Merkel como presidenta del partido, el conflicto en Turingia y, más recientemente, varios escándalos de corrupción y la errática dirección de la pandemia por parte del ministro de Sanidad de la CDU, Jens Spahn, han ido colmando el vaso de la paciencia de los votantes conservadores, en opinión de Neugebauer: “El partido ha ido creándose una imagen de organización incapaz de actuar, algo que pudo comprobarse durante la campaña. La CDU fue incapaz de movilizar a sus seguidores”. Pero si hay algo que pone de acuerdo a todos los analistas como desencadenante del batacazo de la CDU es una decisión clave ante unas elecciones: el candidato.

Armin Laschet, presidente del Estado más poblado de Alemania, Renania del Norte-Westfalia, nunca ha conectado con los votantes. Su valoración en las encuestas fue mala durante toda la campaña. Empezó con mal pie. Elegido presidente de la CDU en enero, cuando venció frente al halcón Friedrich Merz, inició su liderazgo cuestionado por parte de su propia formación. Merz, eterno rival de Merkel que proponía un giro a la derecha, era mucho más popular que él entre las bases, pero la directiva prefirió el centrismo y la continuidad del legado de la canciller que representaba Laschet. En marzo la CDU sufrió un duro revés en dos elecciones regionales, en Baden-Württemberg y Renania-Palatinado, que también le dejó tocado. Otros comicios exitosos en Sajonia-Anhalt en junio le dieron un respiro. Muy breve. En julio, cuando el oeste de Alemania vivió sus peores inundaciones en medio siglo, Laschet fue grabado en segundo plano riéndose a carcajadas mientras el presidente, Frank-Walter Steinmeier, daba el pésame por las víctimas. Esa imagen le costó la campaña, sostienen no pocos analistas.

“Nombrarle candidato fue una mala decisión”, asegura, contundente, Jun. Laschet, un político resistente que durante su carrera ha superado obstáculos que parecían insalvables, consiguió que la Unión, como se conoce al tándem que forman la CDU y la CSU, le apoyara a él frente al carismático Markus Söder, líder de la formación bávara. Una vez más, la preferencia de las bases y de los ciudadanos –Söder se coló entre los candidatos mejor valorados sin serlo– se decantaba por su rival. Pero Laschet prevaleció. Por el bien de los democristianos, no debería haber sido así. “A los votantes no les gustan los partidos que no actúan unidos. Eso dio una ventaja tremenda a los socialdemócratas que por primera vez en lo que va de siglo tenían a un candidato más popular que el conservador. A Laschet no lo querían ni los suyos, y eso lo perciben los electores”, opina Jun.

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La primera tarea de la derrotada CDU será reconciliar el partido. También deberá cerrar la brecha que separa a los 400.000 afiliados que forman las bases y la cúpula después de que esta tomara demasiadas decisiones sin escuchar a la militancia. Por último, los democristianos tienen pendiente definir qué valores representan. Entre una parte de las bases cunde la idea de que Merkel convirtió la formación en “un partido atrapalotodo, en el mal sentido”, dice Jun. Creen que en la búsqueda del voto de centro, ese que decide las elecciones, se diluyó el ideario conservador. Otros le afean que al escorarse al centro dio alas a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD). Está por ver si la CDU post-Merkel vuelve a virar a la derecha de Merkel.

Renovación total

En una Alemania que ha visto cómo se quiebra el sistema tradicional de partidos –con democristianos y socialdemócratas como las formaciones mayoritarias que arrastraban entre el 30 y el 40% de los votos y que ahora rondan el 25%– los conservadores han entendido que las viejas fórmulas no les van a sacar del agujero. Mientras Olaf Scholz, el líder del SPD (25,7% de los votos), negocia una coalición de Gobierno con los verdes (14,8%) y los liberales del FDP (11,5%), el partido que todavía lidera Armin Laschet se prepara para una renovación total. Eso anunció la dirección del partido en el congreso de su organización (Junge Union), celebrado hace unos días en Münster y en el que Laschet asumió su culpa sin paños calientes. “La responsabilidad de la campaña electoral y de este resultado es mía, y de nadie más”, aseguró.

La salida de Laschet es un hecho, pero no se concretará hasta principios del año que viene, cuando se convoque el próximo congreso federal. Las bases del partido reclaman más participación directa frente al sistema de voto actual, en el que 1.001 delegados eligen al presidente de la formación. Lo que ha empezado ya es la lucha por encaramarse a lo más alto del partido. El congreso de las juventudes sirvió para que algunos posibles candidatos empezaran a dejarse ver. Nadie descarta para la carrera a Friedrich Merz, pese a que con 65 años difícilmente encarna una renovación generacional. Norbert Röttgen, exministro de Exteriores, de 56 años, también está en las quinielas. Entre las jóvenes promesas destaca el ministro de Sanidad, Jens Spahn, de 41 años. El secretario general, Paul Ziemiak, de 36 años; el presidente de la Junge Union, Tilman Kuban, de 34 años, y el presidente del Sarre, Tobias Hans, de 43 años, son otros de los jóvenes pesos pesados del partido. Entre los nombres que suenan para liderarlo no se escucha el de ninguna mujer.

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