Los muertos parecen más muertos en colores

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Los muertos parecen más muertos en colores, pero los besos (el famoso del marinero y la enfermera en Time Square en el día de la victoria sobre Japón) también son más reales, y los nazis, y el general Custer, y Darwin, y ni digamos Rasputín. Doscientas fotografías en blanco y negro, muchas de ellas muy famosas, icónicas, coloreadas ahora digitalmente, componen el libro El color del tiempo, una historia visual del mundo 1850-1960 (Desperta Ferro, 2021), obra de la artista brasileña especialista en coloreado digital Marina Amaral y el historiador Dan Jones, un gran divulgador autor de, entre otros títulos, el notable Los templarios: auge y caída de los guerreros de Dios (Ático de los Libros, 2018).

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Aquí las fotos no se remontan hasta tan atrás como los caballeros del Temple —aunque sería fascinante ver una, coloreada o no, de Jacques de Molay en la hoguera (1314)—, y las más antiguas son de mediados del siglo XIX, con sendos retratos de Napoleón III y la Reina Victoria, que también coloreados parecen más personas reales y mucho más cercanos. Otras dos fotos nos llevan a uno de los episodios señeros de la época, la Guerra de Crimea (1853-1856). Una, la cara de la historia, es un célebre retrato del capitán de Artillería Real Thomas Longworth Dames, que luchó en Alma, Inkermann y Sebastopol, fotografiado en 1855 por Roger Fenton: posa muy elegante, y más en colores, en su uniforme con dolmán, gorro alto de piel, guantes, sable y muchos alamares y cordones. El reverso de esa foto, la cruz, es, al pasar la página la impresionante panorámica, también de Fenton, del valle de Balaclava donde, en esa misma guerra, tuvo lugar el 25 de octubre de 1854 la famosa última carga de la Brigada Ligera británica contra los cañones rusos inmortalizada por Tenysson. El color hace que tengas la sensación de adentrarte en ese paraje en el que no hay nada, ni caballos, ni jinetes, ni pólvora ni gloria sino solo decenas de balas de cañón rusas desperdigadas en el suelo.

“La fotografía operó durante su primer siglo de existencia casi en exclusiva en blanco y negro”, justifican su trabajo los autores, “y debido a ello nuestra perspectiva del pasado es parcial y apagada”. Así, el libro (que algunos puristas de la fotografía pueden considerar un atentado a su arte, un debate abierto por las nuevas tecnologías que permiten coloreados casi mágicos), “constituye un intento de retornar el brillo a un mundo desaturado”, para “permitirnos contemplar con una nueva luz una época sensacional y transformadora de la historia humana”. El minucioso coloreado digital de algunas imágenes ha requerido hasta un mes de trabajo, verificando cada detalle. Los autores reconocen pese a todo su entusiasmo que “puede que algunas cosas deban permanecer para siempre en blanco y negro”.

En las más de cuatrocientas páginas del libro, con mucha información interesantísima sobre la historia de la fotografía, se suceden las fotos, seleccionadas entre más de diez mil, en un recorrido cronológico en que las imágenes famosas se alternan con las inesperadas. Ahí está, por ejemplo, la del hipopótamo Obaysch regalado por el virrey de Egipto y convertido en estrella del zoo de Regent’s Park, en Londres. Las informaciones que acompañan las fotos coloreadas las contextualizan estupendamente y siempre son jugosas (la mano amena de Dan Jones señala por ejemplo en un retrato de Alejandro II su romance de alto voltaje con la princesa Dolgorukaya y cita la carta del zar: “Ya te estoy viendo ante mis ojos, en la cama, sin bragas”). Aquí se recuerda que la fotografía la tomó desde dentro de la jaula, jugándose el pellejo, pues el hipopótamo era bastante quisquilloso, Juan Carlos María Isidro de Borbón y Braganza, pretendiente carlista al trono de España.

El confederado Lewis Powell, uno de los conjurados para asesinar a Lincoln, en la cárcel. Coloreado de la fotografía de Alexander Gardner realizada antes de su ahorcamiento en 1865.
El confederado Lewis Powell, uno de los conjurados para asesinar a Lincoln, en la cárcel. Coloreado de la fotografía de Alexander Gardner realizada antes de su ahorcamiento en 1865.

De los retratos que jalonan en el recorrido por los siglos XIX y XX (Dreyfus, Marx, Edison, el rey Faisal, Einstein, Howard Carter con el, ahora sí, dorado Tutankamón, la valiente y hermosa aviadora Amelia Earhart, Michael Collins con uniforme verde Irlanda, Pancho Villa con corbata roja, Churchill empuñando la ametralladora Thompson) destacan el de Darwin, cuyo semblante coloreado nos lo aproxima hasta parecer que fue hecha ayer, como sucede con el célebre de Lincoln por Alexander Hesler; o el del káiser Giuillermo II, arrogante hasta decir basta; sensacionales el de Sarah Bernhardt con vistosa indumentaria teatral, y el de la espía Mata Hari: ambas fotos parecían estar pidiendo a gritos el color. Custer en colores está tal y como lo vieron por última vez vivo aquel sangriento día en Little Bighorne; veinte páginas después, su némesis, Toro Sentado, parece emerger de su propio retrato en color para lanzarle una última mirada de estrábico desafío.

Pero si hay que destacar dos retratos que con el color adquieren un nuevo dramatismo cercano excepcional son el de la jornalera desesperada Florence Owen, la famosa foto emblemática de la gran depresión tomada por en California por Dorothea Lange, y la Alexander Gardner del confederado Lewis Powell, uno de los asesinos de la conjura contra Lincoln, en la cárcel (luego lo ahorcarían) y que parece un guapísimo miembro del Actor’s Studio. Fotos de grupo también: en la de la partida de bandidos de Butch Cassidy y Sundance Kid, el coloreado permite apreciar el gran parecido de Cassidy no con Paul Newman sino con Val Kilmer…

El archiduque Francisco Fernando, herederos del imperio austrohúngaro asesinado en Sarajevo, en un retrato coloreado del libro 'El color del tiempo'.
El archiduque Francisco Fernando, herederos del imperio austrohúngaro asesinado en Sarajevo, en un retrato coloreado del libro ‘El color del tiempo’.

Muchas fotos capturan momentos históricos. Coloreada, la de las tropas ANZAC cargando en Galípoli es sensacional, terrible la de los decapitados en una calle de China en 1911, y la del barco de la expedición de Scott a la Antártida vista desde una cueva de hielo adquiere unas tonalidades mágicas que nos recuerdan que en el gran blanco también había color. Como lo había en la Torre Eiffel en construcción: ¡era inicialmente de un rojo vivo! La selección incluye contrastes estupendos como la del polícromo infierno de Pearl Harbour seguida de un insólito plácido, casi erótico, baño de decenas de soldados estadounidenses desnudos en un río de Guadalcanal, los cuerpos tostados con marcas blancas enmarcados por el verde de la jungla. A señalar también, por oportuna, la de la enfermera con mascarilla durante la Gripe Española de 1918: un primer plano de una actualidad estremecedora.

Muchos muertos en este recorrido gráfico por la historia: los del campo de batalla de Gettysburg, ahora tan próximos, los de la Comuna de París numerados en sus ataúdes, el soldado alemán en jirones en una trinchera, los cadáveres de Mussolini y Clara Petacci desfigurados a todo color. Impactante también cómo de peligrosos y actuales se ven los nazis en color. La famosa foto del levantamiento del gueto de Varsovia nos mete en el drama del Holocausto de una manera exactamente inversa a como lo hizo Spielberg en La lista de Schindler.

El trabajo de coloreado es en general extraordinario, aunque, por criticar, la famosa condecoración del Barón Rojo, la Blue Max, tiene en el pecho del as de caza un tono demasiado pálido…


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