Los ‘papás’ del Real Madrid intimidan a sus ‘hijos’


Cuarenta años después, los protagonistas de esta histórica final de Copa son conscientes de que ni siquiera su resultado, ni el paso del tiempo, pueden quitar brillo a lo que consiguieron por el mero hecho de estar presentes aquella tarde-noche del 4 de junio de 1980 en el estadio Santiago Bernabéu. Fue la única ocasión en la que uno de los dos finalistas era un equipo filial, el Castilla Club de Fútbol, que cumplía entonces ocho años de edad como vivero del Real Madrid, tomando el relevo del Plus Ultra.

Esa final inédita no fue fruto de la casualidad. Todo lo contrario. Fue la recompensa al trabajo de un bisoño técnico de 35 años y a un puñado de jóvenes futbolistas, de entre 18 y 24 años, que para llegar a la quimérica meta habían tenido que eliminar a cuatro clubes de Primera (Hércules, Athletic, Real Sociedad y Sporting de Gijón). Anteriormente, cayeron a doble partido el Extremadura y el Alcorcón —equipos de Tercera—, y el Racing de Santander, entonces en Segunda. Nueve meses de trabajos forzados con resultados insospechados.

Lo de menos fue que el Real Madrid les goleara en la final (6-1) porque como dice Ochotorena, el segundo jugador más joven de esa plantilla: “Si hubieran podido nos hubieran metido 12, porque querían dejar claro que ellos eran el Madrid y nosotros los chavales del filial”. De la misma opinión es Ricardo Gallego, el futbolista que más lejos llegó profesionalmente de aquella excelente nómina de canteranos. “Cuando al año siguiente subí al primer equipo me di cuenta exactamente de lo que nos había pasado. El Madrid siempre había sido un equipo ganador y no podía, ante toda su gente y ante toda España, dejar ver que el segundo equipo era mejor. Salió su orgullo y salieron a marcar la diferencia. Salió como se tiene que salir y no dejar dudas de quiénes eran”, afirma Gallego.

Aquel Castilla, que quedó séptimo en su competición de Segunda, era una plantilla formada para crear jugadores para el primer equipo. Esa final no estaba en el sumario. Fue una concatenación de circunstancias que les condujo a la gloria futbolística por brillantez y osadía.

El día de la final, con el Bernabéu medio lleno y con la afición claramente del lado del Castilla, el inferior, la realidad cayó por su peso. Ellos eran los hijos y los Camacho, Benito, Pirri, Del Bosque, Stielike, Juanito… eran los padres. Y como comenta Bernal, uno de los motores de la máquina castillista y que en cuartos de final le había marcado un gol a Acornada desde fuera del área en el Bernabéu: “Los papás no podían perder ante los niños”.

Los jugadores de aquel filial aún se sienten, tantos años después, impresionados por lo que se escuchó en el túnel de vestuarios. Aquellas largas escaleras se les hicieron eternas. Allí estaban Juanito, Benito, Camacho… gritando como descosidos. “¡Seis os vamos a meter, pero qué os pensáis! Nosotros somos el Madrid”. Medio en broma, medio en serio, era su forma de motivarse, de entrar de pleno en el partido y de paso acobardar al rival, en este caso amigo. Lo consiguieron.

Todos los componentes de esa plantilla recuerdan con admiración la figura de su entrenador, Juan José García Santos, Juanjo, fallecido siete años después de un infarto fulminante. Cuando el técnico estaba dando la charla, varios directivos entraron en la caseta. Agustín, el portero del éxito, siempre ha asegurado que ahí comenzaron a perder el partido. Ni siquiera se quedó en el césped a hacerse la foto de familia.

“Me molestó que entraran en la charla del entrenador para decir que jugásemos con tranquilidad, que era una fiesta. El Madrid salió con el cuchillo entre los dientes y nosotros fuimos muy blanditos. Al volver al vestuario rompí una puerta de la mala leche que llevaba”.

Ochotorena recuerda que el entrenador se quedó cortado cuando entraron los jefes. “Su charla fue más corta de lo normal. No tuvo nada que ver con la de otros partidos. Él era muy pasional, enfatizaba mucho… En ese momento se quedó callado, y creo que se sintió presionado. Salió del vestuario como diciendo ‘a ver si nos vamos a pasar y nos metemos en un lío”.

Bernal puntualiza que los directivos no les dijeron que tenían que perder. “Nos dejaban ver que ya habíamos hecho un gran papel. A veces no son las palabras; son las insinuaciones. La realidad es que no fuimos los mismos que en las eliminatorias, debimos pensar que estábamos en los partidillos de los jueves que jugábamos contra ellos. Muchos comentamos entonces que, aunque éramos todos madridistas, casi hubiera sido mejor para nosotros que el Atleti hubiera ganado la semifinal al Madrid”.

En lo que también coinciden es en que aquel Castilla era un buen equipo y ellos eran unos buenos peloteros. Gallego, 42 veces internacional, sabe lo que se dice. “Jugábamos bien, al ataque, con alegría. Un 4-3-3 muy equilibrado. Jugamos mucho mejor contra los equipos de Primera porque a nosotros nos costaba defender. Teníamos mucha confianza y aprovechamos que esos equipos se sentían superiores a nosotros. Con el balón no nos cortábamos”.

Vicente del Bosque marcó el cuarto gol de su equipo de cabeza y tuvo que bajar el puño de Juanito que celebraba el sexto, de penalti, contra el público, en señal de revancha. “Fue una noche muy emocionante para el madridismo. Era impensable. Ocurrió una vez y puede que no vuelva a ocurrir. Estábamos muy motivados y un poco cabreados. Ellos llenaban el estadio y nosotros no. La gente iba a verles a ellos y no a nosotros. Sirvió de acicate para que jugáramos con mucha seriedad. Ellos tenían muy buenos jugadores, tres pasaron al primer equipo al año siguiente y otros se quedaron en las puertas. De una generación que suban tres y que luego tengan un largo recorrido como Agustín y Gallego es fantástico”.

Su gran premio fue disputar la Recopa a la temporada siguiente. Perdieron en la prórroga con el West Ham inglés, después de haber ganado (3-1) en el Bernabéu. El partido de Inglaterra (5-1) bien pudo jugarse en estos tiempos: fue a puerta cerrada por los incidentes causados por los hinchas británicos en Chamartín.


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