Los reyes de la Copa


La emoción se hizo de rogar. Es normal. Era un miércoles de marzo y lo primero para una inmensa mayoría fue cumplir con sus cometidos profesionales. De ahí que el grueso de la hinchada fuera entrando en Miranda de Ebro según avanzaba la tarde. El resto no escatimó un minuto: desde ocho horas antes, al corazón de la ciudad. La semifinal de Copa comenzó antes de la hora de comer.



Las principales calles de Miranda rinden culto a las más prestigiosas plumas y firmas de la historia: Juan
Ramón
Jiménez, Ramón y Cajal, Cervantes… Son las arterias mollares del municipio, las plazas donde se congrega la gente. La afición de la Real no quiso ser menos: se citó en una esquina. Entre Arenal y, por supuesto, el Cid.

El patrimonio de la Real es su gente, como volvió a comprobarse en la calle del ilustre campeador. Un nutrido y ruidoso grupo de incondicionales, cerca de un millar, hizo fuerza de una unión en los aledaños del Café Donald. Como las citas a ciegas que permanecen en la memoria para toda la vida. Un momento inolvidable: los prolegómenos de una semifinal de Copa.

En el campo entraron los 1.048 con entrada, pero el ambiente fue caldeado casi por el doble: alrededor de 2.000 se presentaron en Miranda sin billete para entrar en Anduva. Muchos desde primera hora de la tarde. Otros, esparcidos por la zona urbana más céntrica, desde la mañana. Miembros de la ‘Bizkaia Txuri Urdin’, matrimonios felices por ver a la Real a las puertas de una final… Y rostros legendarios como Agustín
Gajate. Un campeón de la última Copa del Rey, que hace 33 años conquistaba el título en La Romareda, defendiendo el escudo como una parte de su piel, y que en Miranda paseaba su orgullo con la bufanda bien atada al cuello.

Pirotecnia y recibimiento

Se respiró un clima extraordinario. La parroquia de la Real no tuvo el más mínimo en mezclarse con la entusiasmada gente del Mirandés, que no había “vivido algo así en la vida”. Cánticos, reencuentros, ‘Erreala ale, irabazi arte’ de una acera a la de enfrente e ilusión imparable, a raudales, más grande que todo Burgos.

Fue anocheciendo y llegaba la hora del partido. Momento de recibir al equipo en los aledaños. También fue apasionante. Pirotecnia desde minutos antes y el último aliento previo a la hora de la verdad. Por lo que pudiera suceder luego, la afición de la Real se encargó de adelantarse en el marcador antes de que el balón comenzara a rodar. Y, como dijo un oriundo, “lo que pasa en Miranda se queda en Miranda”.


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