Nunca hubo una “Oficina de Formación para la Instalación de Dispositivos de Escucha en los Muros” ni un “Reglamento en contra de las Demoras Civiles de los Funcionarios Municipales”, pero ambos existieron, en cierto sentido: según la periodista alemana Charlotte Beradt (1907-1986), los soñó un alemán de aproximadamente 50 años en torno a 1934, poco antes de que el político nacionalsocialista Robert Ley afirmara que “el único hombre en Alemania que tiene aún vida privada es aquel que duerme”. Beradt recopiló y analizó clandestinamente ese y otros más de 300 testimonios entre 1933 y 1939, cuando se vio obligada a huir de Alemania. Un material que después organizó en el libro El Tercer Reich de los sueños, que ahora ve la luz en español de la mano de la editorial Pepitas de Calabaza.
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Beradt tenía menos de 30 años cuando su marido y ella fueron detenidos junto a decenas de opositores políticos tras el incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933; poco después, la joven descubrió en su círculo una necesidad cada vez más pronunciada de relatar sueños, así como algo aún más importante: que esos sueños tenían todos un contenido muy similar y que el avance del nacionalsocialismo sobre la sociedad alemana estaba condicionando la producción onírica de sus integrantes.
El Tercer Reich de los sueños solo pudo ver la luz en 1966 gracias al apoyo, primero, de Hannah Arendt, y después de Reinhart Koselleck, el principal representante de la variante alemana de la historia de las ideas. Provocó un escándalo, puesto que demostraba que el carácter totalitario del nacionalsocialismo, la existencia de los campos de concentración y la persecución y asesinato de judíos (de los que muchos alemanes aseguraron después de 1945 “no haber sabido nada”) eran bien conocidos desde 1933 y se manifestaban claramente en los sueños, lo que significaba que no existieron inocentes en la sociedad del Tercer Reich, en particular entre aquellos de sus integrantes que se habían limitado a “ir con la corriente”.
Beradt reunió las pruebas corriendo un enorme riesgo personal, preguntando entre sus amistades, pidiendo protocolos oníricos y apoyada por un médico que los obtenía de sus pacientes. Desde el principio de su investigación, se había propuesto rehusar los testimonios de miembros del Partido o de los integrantes de la Resistencia, pues consideraba que el recuerdo de sus sueños podía verse condicionado por la ideología. Se centró en preguntar al proverbial “ciudadano de a pie”, y sus informantes fueron un oficinista, el dueño de una fábrica, un verdulero, un obrero de la construcción, amas de casa, escolares, un funcionario municipal, un oftalmólogo, una mujer de la limpieza: el tipo de personas que por lo general prefiere “no meterse en política” y que creía no tener nada que temer del Partido Nacionalsocialista, que hasta entonces “solo” había sido una fracción de extrema derecha que saboteaba los actos de los candidatos de izquierda y atribuía a los extranjeros y a las minorías el origen del “problema” alemán.
Lo que los sueños reunidos por Beradt ponen de manifiesto es que toda sociedad puede ser destruida por sus elementos más extremos y que los riesgos del pensamiento totalitario son evidentes incluso para quienes cierran los ojos. Lo escribe la autora: “Desde sus inicios, las personas de todos los grupos de la población podían reconocer mientras dormían los principios y las metas del Estado totalitario, así como sus consecuencias a largo plazo”. Un desmentido en todo regla del mito de la inocencia de los alemanes, a quienes Beradt no puede dejar de ver como personas aisladas, desarraigadas, despreciadas, aterrorizadas, rotas.
Un hombre humillado no puede alzar el brazo izquierdo en presencia de Joseph Goebbels. Otro descubre que las paredes de su vivienda han desaparecido y que ya no hay forma de ocultarse. Una mujer sueña con una pizarra en la que aparecen las palabras que han sido prohibidas, desde “señor” hasta “yo”. La boca de una estufa revela a las autoridades, “con voz ronca y penetrante”, las conversaciones de los habitantes de la casa. Una profesora de matemáticas desafía la prohibición de ejercer su oficio anotando con tinta invisible unas ecuaciones, en uno de los pocos sueños en los que el durmiente se permite un acto de resistencia. Un judío se mete en una papelera del Tiergarten como si fuese basura. Otra mujer descose cada noche la esvástica de la bandera alemana solo para ver que sigue allí al día siguiente.
“De ningún modo se trata aquí de profecías, aunque a menudo se asemejen a ellas”, afirma Beradt. “Sus metáforas llegan a ser verdaderas porque nuestros soñadores, con la sensibilidad aguzada por la angustia y el asco [aprecian] síntomas que apenas son perceptibles. Es probable que sus sueños se asemejen a un mosaico a menudo confeccionado de modo surrealista, pero todas sus piezas provienen de la realidad del Tercer Reich”. Son, dice, prueba del “impacto directo de la dominación total sobre cada uno de los dominados”, que “se insertaban como ruedecitas en el mecanismo totalitario” sin ser del todo conscientes de que estaban siendo destruidos por ese mecanismo, que avanzaba sobre ellos bajo la forma de nuevas leyes raciales, vigilancia estricta, restricciones, la invasión de la intimidad y el terror.
A El Tercer Reich de los sueños, que Pepitas de Calabaza publica por primera vez en España en una edición que mejora la de Suhrkamp de 2016, se le considera un clásico de la bibliografía sobre el Holocausto, algo que su autora jamás imaginó siquiera mientras encriptaba sus notas (“familia” por “Partido”, “Tío Hans”, “Gustav” o “Gerhard” en lugar de, respectivamente, Hitler, Göring y Goebbels, “gripe” para “detención”) y las ocultaba en sus libros. En 1938 pudo sacarlas del país enviándolas a corresponsales en el extranjero que más tarde se las devolverían y, como La lengua del Tercer Reich de Victor Klemperer (Minúscula), el Diario de Hélène Berr (Anagrama) o el recientemente publicado en Alemania Denken ist heute überhaupt nicht mehr Mode (Pensar hoy no está en absoluto de moda), de Anna Haag (Reclam), son un testimonio a menudo incómodo de lo que Beradt llama “una realidad que se disponía a transformarse en pesadilla”. Uno de sus informantes le contó que cada noche se despertaba “baleado, torturado, con el cuero cabelludo arrancado, bañado en sangre, con los dientes quebrados, en frenética huida, siempre con la SA [sección de asalto del Reich] pisándome los talones”, pero el más iluminador de los testimonios de su libro es el del teólogo Paul Tillich, quien afirmó, acerca de sus sueños: “En la vigilia consciente creía que podríamos escapar a lo peor, pero mi subconsciente sabía más”.
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