Banderas de la UE y de la campaña de Emmanuel Macron, el 2 de abril en Nanterre tras un mitin electoral del presidente.

Macron se queda solo como garante del sistema, de la actual Unión Europea y de la OTAN

Banderas de la UE y de la campaña de Emmanuel Macron, el 2 de abril en Nanterre tras un mitin electoral del presidente.
Banderas de la UE y de la campaña de Emmanuel Macron, el 2 de abril en Nanterre tras un mitin electoral del presidente.SARAH MEYSSONNIER (REUTERS)

Emmanuel Macron se ha quedado solo. Es el último garante del sistema. Tanto del sistema francés como del europeo y el internacional. Tras haber absorbido y destruido al partido de centroizquierda (socialista) y al partido de centroderecha (Los Republicanos), Macron es el sistema.

Su adversaria en la segunda vuelta del 24 de abril, Marine Le Pen, propugna una reforma profunda de la Unión Europea para convertirla en una “sociedad de naciones”, con mucho de naciones y poco de sociedad. Jean-Luc Mélenchon, líder indiscutible de la izquierda, eliminado por un margen escaso en la primera vuelta, también quiere otra Unión Europea, volcada en lo popular y lo ecológico.

Tanto Le Pen como Mélenchon, las dos alternativas a Macron, exigen que Francia salga de la OTAN.

Es muy posible, aunque en absoluto seguro, que Macron logre un segundo mandato como presidente. Demos por supuesta esa hipótesis, que implica continuidad y ausencia de rupturas nacionales e internacionales. ¿Qué hay más allá de Macron y de La République en Marche?

Si no alcanza la presidencia en su tercer intento, Marine Le Pen podría (lo ha sugerido, pero nadie lo cree) ceder el liderazgo de su movimiento a otra persona. Incluso en ese caso, los resultados del pasado domingo hacen evidente que la nueva derecha ultra, con Le Pen o sin Le Pen (o con otra persona de la familia Le Pen, como sugiere la tradición) se articulará en el futuro en torno a unos cuantos postulados radicales: nacionalismo antieuropeo, nacionalismo anti-atlantista, autoritarismo y rechazo frontal a los principios liberales y garantistas de los derechos humanos sobre los que se ha articulado Francia en las últimas décadas.

Jean-Luc Mélenchon también ha expuesto la hipótesis de una retirada: tiene ya 70 años. Con él o sin él, se hace inconcebible una izquierda que no dependa de la hegemónica Francia Insumisa, el partido que Mélenchon, antiguo ministro socialista, levantó de la nada. Los electores de Mélenchon, es decir, los votantes de lo que queda de la izquierda, rechazan frontalmente la OTAN y la “Europa de los mercaderes”, que ven, no sin cierta razón, como un exoesqueleto de Alemania. En ese sentido, la izquierda superviviente se muestra tan proclive al soberanismo como la derecha extrema, la única que queda fuera del macronismo.

Una victoria de Le Pen el día 24 precipitaría los acontecimientos. Una vez más, y van ya unas cuantas, Francia daría un vuelco a la historia de Europa. Una victoria de Macron mantendría el statu quo, pero abriría un quinquenio bastante parecido a los últimos años del general Charles de Gaulle como presidente. En cuanto un De Gaulle achacoso ganó las elecciones de 1965, ya con 75 años, no se habló de otra cosa que del futuro de Francia sin De Gaulle. Aquel último mandato del general fue turbulento y Mayo del 68 acabó con su legitimidad. Macron es joven todavía. Pero en caso de que siga viviendo en el palacio del Elíseo, sobre su segundo y último mandato flotará también la gran pregunta: y después, ¿qué?

El que fue primer ministro de Macron entre 2017 y 2020, Édouard Philippe, intenta perfilarse como sucesor y guardián del sistema. Extramuros, no aparecen otras alternativas que una derecha extrema y una izquierda radical. Ni una ni otra son alternativas convencionales, sino opciones de cambio profundo. Para Francia y para Occidente.

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