Marcelino, un estratega de dotes camaleónicos



Pocas debían ser las casas de apuestas que habrían vaticinado un final de temporada para el Valencia así. Menos, no obstante, habrían acertado que el artífice de todo esto en el banquillo habría sido Marcelino García Toral.

No por su falta de talento, altamente demostrado a lo largo de su dilatada carrera, sino por como empezó la historia del centenario los ‘che’. El equipo terminó la primera vuelta decimoprimero en la clasificación con solo 23 puntos, a dos de los puestos de descenso, y la ha terminado la segunda con 61 puntos. Y no, no es casualidad. Una cifra habla muy bien de dos partes. La primera la directiva, que supo no perder el norte y, a pesar de los malos resultados confió en el proyecto. Mantuvo a Marcelino, que es la segunda parte. Analítico, se armó de paciencia, mantuvo su idea y al final los resultados han hablado por si mismos.

El gran mérito de esta temporada, más allá del esfuerzo de los jugadores, está en su entrenador. No solo porque como estratega lleva destacando años, sino por no elucubrar y seguir con un mensaje esperanzador que ha servido para que su plantilla no perdiera la fe en la idea de juego y en él. El mensaje antes de la final era claro, el Valencia sonreía si Marcelino se lo pedía.

Un día antes, en la rueda de prensa previa al partido, el técnico asturiano trababa de quitar hierro a la final explicando que esa semana era como cualquier otra. Qué ese partido, donde Marcelino se jugaba su primer título, era simplemente el más importante porque era el inmediato. Una respuesta políticamente correcta que rompió al levantar la Copa del Rey, “el mejor día” de su carrera.



Jaque mate desde el banquillo

Como si de un tablero de ajedrez se tratara, Marcelino ha resaltado siempre por dos cosas. La primera, como se adapta a las necesidades y jugadores de los que dispone y, la siguiente, a saber explotar las debilidades del rival sin hacer que su juego condicione en exceso al que él plantea. Quien venga siguiendo de lejos sus etapas en el banquillo no puede afirmar que ese Villarreal que jugaba y gustaba se parece a este Valencia. No se escondió en la previa. La hoja de ruta iba a ser la misma. El Valencia se replegó y confió en su velocidad y forma de atacar espacios como carta del triunfo. Sea en contragolpes o no. De hecho, la primera prueba fue cuando Semedo cayó en la trampa de Guedes y Roberto no siguió a Gayà. Tan buena como la transición trazada por Carlos Soler para matar el partido.

No obstante, no por su capacidad de llegar triunfó el Valencia. Justamente por lo contrario. Marcelino ganó en su planteamiento de contención. Puso a Coquelin cuando todos pensaban en Kondogbia y a Wass por Piccini. Dos aciertos. El primero cerró todos los carriles interiores por donde podía hacer daño Messi, al que frenó casi de forma constante. Un trabajó que Kondogbia, por sus características, hubiera sufrido más. Wass, por su parte, mucho más inteligente que Piccini, pudo controlar sin grandes alardes las subidas de Alba y de Coutinho.

Marcelino tuvo la frialdad incluso de, en pleno partido y con la irrupción de un dañino Malcom, tomar cartas en el asunto y actuar de forma brillante. Cambió a Wass de interior izquierdo para hacer ayudas a Gayà, y allí el brasileño se vio más exigido. Lo mismo que Messi cuando empezó a agotarse Coquelin y se marchó Parejo. El papel de Garay y Gabriel en los saltos al centro y las coberturas es digno de estudio.

Marcelino dio con la tecla. Un técnico camaleónico y trabajador. De poco ruido y muchas nueces. Un triunfo merecido. Toca disfrutar


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