“Ustedes se tienen que ir de México porque el presidente se enojó conmigo y no tengo manera de defenderlos”, dijo Marcelo Ebrard a todos sus hermanos en una reunión en 2015. El presidente al que hacía alusión era Enrique Peña Nieto. Para entonces, Ebrard —que había dejado de ser alcalde de Ciudad de México en 2012— ya sabía que desde la Fiscalía General de la República (FGR) se habían iniciado dos carpetas de investigación por blanqueo de activos en contra de él, sus dos exesposas, sus padres, hermanos y cuñados. El nombre clave de la operación era “Los carnales” y consistió en una investigación de 70 tomos, de alrededor de 1.000 hojas cada uno, con cientos de declaraciones rendidas por testigos, exfuncionarios públicos y parientes, según cuenta el canciller en su autobiografía El camino de México (Aguilar, 2023). “Desde la Procuraduría hasta la Unidad de Inteligencia Financiera, todos estaban revisando nuestra vida completa. La cacería de Peña Nieto y su gente duró desde finales de 2014 hasta 2018″, escribe Ebrard. “Fuera de Andrés Manuel López Obrador, dudo que haya otro político más investigado que yo en estas últimas décadas en el país”.
López Obrador suele repetir que él ha sido el presidente más perseguido y acosado por el poder de la historia, debido a su militancia en la izquierda y su respaldo a causas populares. El mandatario ha contado muchas veces que agentes lo seguían adonde fuera y que hasta revisaban en su basura, buscando algo que lo incriminase en delitos. Su familia, víctima del mismo acoso, no corría con mejor suerte. En 2005, cuando era alcalde de la capital y un claro aspirante a la Presidencia de la República, desde el Gobierno federal se armó una acusación en su contra por supuestas faltas administrativas para destituirlo y encarcelarlo. La maniobra, que fue auspiciada por el presidente Vicente Fox y tenía la intención de descarrilar sus aspiraciones, es conocida en la historia política mexicana como El desafuero. Ebrard, de 63 años, se sitúa junto a López Obrador en esa historia de persecución a los opositores. “Estuvimos durante cuatro años bajo una de las investigaciones penales y financieras más exhaustivas que se han hecho en México. En total, la indagatoria completa contra los Ebrard fue integrada por 70 tomos”, relata el canciller.
El enojo iracundo de Peña Nieto en su contra se originó en un malentendido, a decir de Ebrard. El presidente priista creía que él, que fue alcalde de la capital de 2006 a 2012, había sido responsable de filtrar al equipo de Carmen Aristegui los papeles de la Casa blanca, una poderosa investigación periodística sobre actos de corrupción que cebó un cuestionable negocio millonario con una empresa china y causó un severo daño a la imagen de Peña Nieto. Según Ebrard, al presidente lo convencieron de esa versión dos de sus hombres fuertes: sus secretarios de Hacienda, Luis Videgaray, y de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Y a estos, a su vez, los convenció Miguel Ángel Mancera, un antiguo aliado del canciller y en esos tiempos jefe de Gobierno de Ciudad de México.
Ebrard y Enrique Peña Nieto, en 2007, durante la inauguración de una obra de infraestructura entre la Ciudad y el Estado de México.Sashenka Gutiérrez (Cuartoscuro)
Aunque la Casa blanca era la razón de fondo para vengarse de Ebrard, no podía contarse así en público. La pinza en su contra vino desde dos frentes, sostiene el funcionario en su libro: por un lado, las autoridades federales lo investigaban a él y a su familia por supuesto lavado de activos; por el otro, el Gobierno de la capital, encabezado por Mancera —a quien Ebrard pasó la estafeta—, y la Cámara de Diputados —dominada por una oposición que ya había negociado con el PRI al amparo del “Pacto por México”— buscaban responsabilizarlo penalmente del cierre de la Línea 12 del Metro. La misma línea de transporte público que él inauguró en 2012, que luego clausuró Mancera en 2014 acusando su inoperatividad y de la que, finalmente, se desplomó un tramo en 2021 dejando 26 víctimas mortales.
“La idea es meterte al reclusorio y la primera denuncia la hará ni más ni menos que Aristóteles Núñez desde el SAT a pedido del secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Vas a ser defenestrado en la Cámara de Diputados. Yo te defiendo probono. Estás solo contra un atraco”, le dijo Gonzalo Aguilar Zinser, amigo suyo —ya fallecido— que fue su asesor jurídico en el Gobierno capitalino y ahora hacía de su abogado. “¿Y yo qué tengo que ver con la Casa blanca?”, preguntaba Ebrard sin entender lo que pasaba, relata.
En la operación gubernamental, según se enteró Ebrard a través de contactos, colaboraron Jesús Murillo Karam, titular de la FGR (acusado hoy de tortura y fabricación de pruebas en el caso Ayotzinapa); Alberto Bazbaz, jefe de la UIF, la unidad antilavado del Gobierno, y Aristóteles Nuñez, titular del SAT, la entidad recaudadora de impuestos facultada para perseguir la evasión. También estaban involucrados los jefes de cuatro áreas de la Fiscalía: Tomás Zerón, de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) y que hoy se encuentra prófugo en Israel por acusaciones de tortura en el caso Ayotzinapa; Crisógono Quicho Díaz Cervantes, de la Unidad de Análisis Financiero y quien posteriormente sería denunciado por corrupción; Jesús Muñoz Vázquez, de la subprocuraduría de Delincuencia Organizada (SEIDO), y José Guadalupe Medina Romero, de la unidad de Combate a la Corrupción de funcionarios públicos.
Chivo expiatorio
Mancera era el alcalde capitalino cuando el equipo de Aristegui obtuvo documentos de la ciudad que probaban que la familia presidencial vivía en una casa pagada por Grupo Higa, una empresa constructora muy favorecida en el peñismo. “Fue cuando un par de grandes amigos, Miguel Ángel Osorio Chong y Miguel Ángel Mancera, inventaron la trama de que quien había entregado toda la información para esta investigación había sido ni más ni menos que yo, y lograron convencer al presidente y a Luis Videgaray, a quien luego le encontraron otra propiedad entregada por Grupo Higa”, narra Ebrard. “Mancera, Chong y Videgaray armaron su propia versión de la fuga de esos datos y la acompañaron de una lista negra donde estaba mi nombre en primer lugar y luego el de toda mi familia y de relaciones más cercanas”.
El canciller relata que las autoridades hacendarias comenzaron en 2015 a hacer auditorías contra sus hermanos Enrique, Fabián y Eugenio; sus exesposas Francesca Ramos y Mariagna Prats, una cuñada y a una hermana de esta. En total hubo 26 auditorías del SAT “supervisadas personalmente por Luis Videgaray”. Llegaron al extremo —añade— de investigar a su madre y un hermano muertos. Los parientes también eran vigilados afuera de sus casas por agentes de la AIC que dirigía Tomás Zerón. A uno de los hermanos que vivía en Francia, Francisco, le incautaron contenedores de vinos exportados a México, que era a lo que se dedicaba. El abogado de Ebrard, Aguilar Zinser, obtuvo varias capturas de pantalla de ordenadores de la UIF que testimoniaban la cantidad y naturaleza de las indagatorias: carpetas, tablas y documentos de texto con las relaciones familiares, inmuebles, empresas y cruces de información. La primera denuncia por lavado vino de la UIF, en mayo de 2015; la segunda fue “anónima” y llegó en junio, ambas en la Fiscalía. “La autoridad empleó sin cortapisas todas sus facultades y poderes”, narra el funcionario.
Ebrard sugirió a sus hermanos irse del país, preferiblemente a Francia, donde ya vivía uno de ellos, Francisco, desde el año 2000, y de donde eran los ancestros de la familia. Se fueron Enrique, Eugenio y Fabián junto con parejas e hijos. Para el canciller, que tenía dos hijos de apenas un año y medio con su tercera y actual esposa, Rosalinda Bueso, las puertas también se estaban cerrando precipitadamente. A inicios de febrero de 2015 se presentó a la Cámara de Diputados a una comparecencia para rendir cuentas por el cierre de la Línea 12 del Metro. Desde entonces y hasta la fecha —sobre todo tras el colapso de un tramo en la alcaldía de Tláhuac—, Ebrard ha sostenido que no hubo deficiencias en la construcción de la obra, sino en su mantenimiento, algo que debieron hacer las Administraciones posteriores a la suya, tanto la de Mancera como la de Claudia Sheinbaum, la actual gobernante de la capital y principal rival en la contienda de Morena por la candidatura presidencial.
Ebrard (derecha) cuando era jefe de gobierno, durante un recorrido de la obra del tramo subterráneo de la Línea 12, el 5 de noviembre de 2009.Rodolfo Angulo
El canciller intentó, días después de su comparecencia, registrarse como candidato a diputado plurinominal por el que aún era su partido, el PRD. Haberlo logrado le habría dado un respiro ante la andanada gubernamental, pues en México los legisladores adquieren una protección adicional —el fuero constitucional— que dificulta que sean detenidos a contentillo de las autoridades. Pero el PRD le cerró las puertas. Ebrard cuenta que, según supo, se trataba de una instrucción del secretario de Gobernación, Osorio Chong, a la dirigencia del partido, que entonces estaba entregada al PRI y al “Pacto por México”. Mancera, que había ganado un gran peso en el PRD, también se había opuesto a su postulación. “Todo se cocinó en una reunión del Comité Ejecutivo Nacional con una veintena de integrantes del partido, donde me dijeron claramente que si quería ser diputado buscara a Miguel Ángel Mancera. El veto a mi candidatura ya tenía nombre y apellido”, dice en su libro.
El canciller intentó suerte en Movimiento Ciudadano (MC), apoyado por su dirigente, Dante Delgado, pero el PRD y otros partidos impugnaron su candidatura. Finalmente, el Tribunal Electoral falló en su contra, con un proyecto elaborado por la magistrada María del Carmen Alanís, afín al Gobierno de Peña Nieto. “Como me dijeron en ese momento en el tribunal: Osorio Chong no quiere que seas candidato”, recuerda.
Caída y redención
El mensaje fue claro para Ebrard: no había lugar para él en México. López Obrador, que había fundado un nuevo partido, Morena, le tendió la mano, pero para entonces ya había vencido el periodo de registro de candidaturas al Legislativo. No había nada más que hacer. Ebrard habló con su esposa y tomaron la decisión de irse a vivir a Francia, primero cerca de Biarritz, a la casa de su hermano Francisco, y luego al departamento de un amigo en París, ciudad en la que aceptó un trabajo para la ONU en la Red Global de Ciudades Seguras. Ebrard intercaló su vida en Francia con visitas a Estados Unidos, donde promovió la candidatura presidencial de Hillary Clinton. Estando en el exilio, el 5 de junio de 2015, ocurrió la muerte de Manuel Camacho Solís, a quien el canciller considera su mentor político y a cuyo funeral no pudo asistir.
Ebrard volvió a México a finales de 2017 y se reunió con López Obrador. “En la dura persecución de la que fui objeto por los gobiernos de Peña Nieto y Mancera, Andrés siempre me demostró estar atento y cercano”, anota. Por esos tiempos, en diciembre de ese año, la Fiscalía cerró uno de los expedientes en su contra por falta de pruebas. Un año después, en noviembre de 2018, la autoridad concluyó lo mismo respecto de la segunda investigación y también ordenó su cierre. Cuando se encontró en México con López Obrador, que ya era candidato presidencial, este le pidió coordinar su campaña en los Estados del noroeste, una zona reacia a votar por la izquierda. Ebrard volvía a la operación político-electoral directa.
A su regreso del exilio, el futuro canciller apareció en público hasta febrero de 2018, acompañado de López Obrador y su equipo de campaña. “¡Estoy encantadísimo de estar en la Ciudad de México!”, dijo el exalcalde a los medios.
—¿En algún momento te sentiste perseguido?, le preguntaron los periodistas, pero él no respondió. —¿Hubo persecución política contra ti? —le insistieron.
—Ustedes dirán —dijo entonces—. Yo soy de los pocos políticos mexicanos que han tenido fuego amigo y fuego enemigo al mismo tiempo. Y aquí estamos.
Ejemplares de la autobiografía de Marcelo Ebrard, ‘El camino de México’, en el Palacio de Minería, donde presentó el libro.Marco Ugarte (AP)
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