Putin ha sido derrotado en la batalla de Kiev pero ha conseguido declararse vencedor en la batalla de Mariupol, un asedio que ha durado 56 días y le permite conectar las zonas ocupadas de Donetsk y Lugansk con la Crimea anexionada por Rusia en 2014. Queda todavía un nutrido grupo de militares ucranios y de civiles atrincherados en la acería de Azof, a los que el Kremlin pretende vencer por hambre y sed. Sobreviven todavía dentro de la ciudad unos 100.000 civiles, sometidos a las exacciones y a la violencia de las tropas rusas.
Llegan noticias muy inquietantes de Mariupol, que pueden empequeñecer la matanza de Bucha, donde se produjeron ejecuciones sumarias de civiles, torturas, violaciones y todo tipo de desmanes. En el caso de la ciudad marítima hay fotos satelitales de fosas comunes con un número todavía indeterminado de cadáveres civiles, víctimas de los bombardeos o ejecutados por el ejército ruso. Rescatar a los supervivientes a través de pasillos humanitarios es una tarea urgente que ha llevado a reaccionar a António Guterres con sus próximos encuentros con Putin y Zelenski, en la primera acción destacada del secretario general de unas Naciones Unidas demasiado ausentes desde hace semanas en esta enorme crisis.
Tras la caída de Mariupol, el Kremlin ha concentrado todas sus fuerzas en el Donbás, donde pretende conquistar la parte que todavía está en manos de Ucrania de las dos provincias declaradas repúblicas independientes. En las llanuras de la cuenca minera ha empezado una batalla que puede ser decisiva para el rumbo de la guerra: si Rusia arrolla al ejército ucranio, podrá regresar a su propósito inicial de intentar la conquista de Ucrania entera; por el contrario, si se estanca en su avance, el Kremlin tendría a mano la posibilidad de ofrecer un alto el fuego para retener el territorio conquistado. De la llegada de armamento y munición al ejército ucranio depende en buena parte el desenlace e incluso que se acerque la posibilidad de que callen las armas.
La consolidación de la ocupación desde el Donbás hasta Crimea abriría la puerta a una operación sobre Odessa y luego Transnistria, la región secesionista pro rusa de Moldavia, donde la seguridad del territorio no reconocido internacionalmente está ya a cargo de una fuerza rusa estimada de 2.000 soldados. Un éxito militar ruso comprometería el futuro de la pequeña y débil Moldavia como estado actualmente independiente. Ayer Rusia desencadenó una ofensiva con misiles sobre Odesa, lo que permite la inquietante conjetura de que, efectivamente, Putin pretenda como mínimo todo el sur de Ucrania.
Hasta ahora solo ha conseguido avanzar gracias a la destrucción de las ciudades y a las matanzas de civiles. De ahí el interés que tiene la investigación de los crímenes de guerra, de lesa humanidad e incluso de genocidio. La cooperación europea en la administración de la justicia a los responsables de esta guerra es tan importante como las sanciones, la ayuda humanitaria y el suministro de armas. Conseguir que se haga justicia es también restaurar el orden internacional basado en el derecho que Putin está intentando destruir.
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