Mark Bray: “No hay ni de lejos suficientes grupos Antifa para llevar a cabo lo que estamos viendo”



Dos días ha tardado Santiago Abascal en adaptar su vocabulario al de Donald Trump. “El Gobierno de socialistas y comunistas, y los hipócritas pijiprogres, alientan a las turbas antifas y de ilegales que atacan a la policía”, escribía en Twitter este martes el líder de Vox, en un mensaje que acompaña a un vídeo supuestamente grabado en Zaragoza, donde se ve a un grupo de personas saltando y andando por una carretera mientras entonan cánticos en contra dhe los abusos policiales. El 31 de mayo, el presidente de Estados Unidos había anunciado por el mismo canal, su habitual medio de comunicación, que “los Estados Unidos de América designarán a ANTIFA como organización terrorista”, (una advertencia a la que Abascal respondió asegurando que “en España el PSOE los sientan (sic) en el Consejo de Ministros y en el CNI”). De costa a costa, el país norteamericano lleva nueve días sumido en la que podría considerarse la mayor revuelta social de su último medio siglo de historia: una oleada de protestas por la enésima muerte de un ciudadano negro a manos de la policía –el vigilante de seguridad George Floyd, asesinado en Minnesota–, que sigue aumentando en intensidad a pesar de la imposición del toque de queda y la amenaza de Trump de desplegar el ejército. Según el politico y magnate estadounidense, los culpables de la situación –siempre hay que buscarlos– estarían meridianamente definidos.

“Muchos de los que participan en las manifestaciones no pertenecen a ningún movimiento ni ningún partido”

Por lo que se deduce de sus palabras, para Donald Trump, Antifa vendría a ser algo así como un grupo unificado, prácticamente una asociación política con sus militantes, su sede y sus estatutos. Una serie de personas que estarían detrás no solo de las protestas que están incendiando Estados Unidos, sino también de las réplicas que están brotando en otros países, desde España hasta el Reino Unido. Sin embargo, la siempre compleja realidad dista de tener una explicación tan sencilla. En 2017, el historiador Mark Bray escribió Antifa. El manual antifascista (publicado en España por Capitán Swing), un libro que se ha convertido en referencia donde recoge y analiza la historia del movimiento antifascista desde principios del siglo XX hasta nuestros días, y en el que incluye los testimonios de más de 60 antifas contemporáneos de 17 países, desde sus Estados Unidos natales a diversos estados europeos, España incluida. “Aunque la historia del antifascismo se remonta a hace 100 años, con Hitler, Mussolini… la palabra Antifa surge después de la Segunda Guerra Mundial en Europa y después en los Estados Unidos, y ha pasado a designar una tendencia dentro del amplio movimiento antifascista en la que distintas personas se unen en la lucha común contra la extrema derecha a través de la acción directa, evitando recurrir a la policía, al Estado o a los cuerpos de seguridad”, explica Bray en conversación telefónica desde su casa de Nueva York, donde se encuentra confinado para proteger a su familia del coronavirus.
Como subraya el autor, “Antifa no es un grupo unitario, como ha afirmado Trump”, sino que se trata de un “tipo de política” que se estructura a través de distintos círculos “autónomos y descentralizados”, de los que existe un número indefinido no solo en Estados Unidos y Europa, sino también en otras partes del mundo. “Resulta complicado concretar hasta qué punto están involucrados en las protestas, porque no publicitan sus actividades y es difícil conocer cuántos miembros los componen”, apunta. La conclusión más lógica que se puede extraer es que la mayor parte de las personas que marchan por las calles de decenas de ciudades de Estados Unidos son individuos sin una adscripción política unívoca que, simplemente, “están enfadados” por el racismo sistémico en Estados Unidos. “Hablando en términos generales, esto se ha etiquetado como una protesta de Black Lives Matter [las vidas negras importan] que es una organización específica pero también un término que se aplica más ampliamente para describir el movimiento relativamente reciente en contra de que la policía mate a gente negra”, agrega Bray. “Pero muchos de los que participan en las manifestaciones no pertenecen a ningún movimiento ni ningún partido”.

Manifestantes antifascistas en Portland (Estados Unidos). SCOTT OLSON GETTY/AFP

Que no se pueda cuantificar la implicación de los Antifa en las revueltas de Estados Unidos no significa, en todo caso, que no estén presentes ente los manifestantes. “Creo que es razonable pensar que algunos de ellos están participando con distintas formas de protestas y actividades de resistencia, pero simplemente no hay ni de lejos suficientes miembros o grupos Antifa en Estados Unidos para llevar a cabo lo que estamos viendo”, indica Bray, que nunca ha formado parte de ninguno de esos grupos, pero sí fue uno de los organizadores de Occupy Wall Street en Nueva York en 2011, una etapa de activismo en la que trabó muchos de los contactos necesarios para llevar a cabo las entrevistas que recoge en su libro. Organizados por medio de reuniones presenciales y en línea, algunos de estos grupúsculos comparten información y tácticas, pero nunca se resguardan bajo el paraguas de una estructura jerárquica. Sí que existe una web que aúna a una docena de grupos, The Torch Network, pero la cuenta de Twitter que se ha dado a conocer estos días, ANTIFA America, es en realidad obra de supremacistas blancos con ganas de meter ruido. “A mi entender, los grupos Antifa que existen en una ciudad como Nueva York sí que están en contacto entre ellos. Pero la membresía suele ser reducida, porque no quieren ser infiltrados por la policía. Cuando te unes a uno de estos grupos lo haces con un fuerte compromiso, así que no es algo que esté diseñado para ser una política de masas”, señala Bray. “Y hay algunos grupos que, para evitar ser infiltrados, no aceptan nuevos miembros”.

“No puedes comparar dos tipos de políticas basándote  en las tácticas, sino en las razones por las que llevan a cabo esas tácticas. No es lo mismo ser misógino que feminista, antirracista o racista, imperialista o antiimperialista”

En las páginas de Antifa, el autor delimita tres periodos diferenciados de la lucha antifascista: el primero hasta 1945, el segundo hasta 2003 y, el tercero, en la actualidad. Bray cree que el antifascismo tiende a surgir como una reacción al fascismo, algo que comprobó cuando se documentaba para escribir el libro. “Cuando preguntas cuándo empezó un grupo, te responden: ‘Fue hace tres años, porque fue cuando el grupo neonazi local se organizó’. Y cuando preguntas cuándo se disolvió, te dicen: ‘Un par de años después, cuando el líder del grupo neonazi local se mudó a otro Estado, y nosotros cambiamos nuestros objetivos para luchar en contra de la construcción de un oleoducto”. “Así ha sido en los últimos años, cuando ha habido una especie de explosión del interés por Antifa y por organizar una reacción a la campaña electoral y la victoria de Donald Trump”, añade el autor, que advierte de los peligros de la equidistancia, una tendencia a equiparar los polos opuestos que en inglés denominan “teoría de la herradura”, porque en ella los dos extremos se juntan. “Lo que la extrema izquierda y la extrema derecha tienen en común es que ninguno de los dos son liberales, y ninguno de los dos juega con las reglas de la, entre comillas, estabilidad discursiva, o las políticas que se sitúan en el centro del espectro”, indica. “Por ejemplo, históricamente, los fascistas han interrumpido discursos de sus oponentes, y los antifascistas han hecho lo mismo. Por eso hay gente que dice: ‘Tienen algo en común’. Pero para mí no puedes comparar dos tipos de políticas basándote exclusivamente en las tácticas, sino en las razones por las que llevan a cabo esas tácticas. No es lo mismo ser misógino que feminista, antirracista o racista, imperialista o antiimperialista”.



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