Más allá del sonido latino


Hubo un tiempo en el que dentro del pop y el rock esperabas el nuevo disco de… en gran parte por ver cómo había evolucionado su sonido. Llegó el punk, luego el grunge y después —horror— los teléfonos móviles con sus altavocillos de transistor de posguerra, y todo se fue al garete. Por eso hoy pasma que un intérprete se haya tirado cuatro años para conformar un disco en el que precisamente prima ese cuidado del sonido. Se llama Sergio Vallín, es el guitarrista de Maná y su obra en solitario se titula Microsinfonías.

Pues sí, hablamos de un trabajo instrumental grabado y mezclado con el sistema Dolby Atmos en el que Vallín, aparte de su búsqueda más allá de las barreras del sonido propias, ha involucrado a un gran elenco de figuras de la música latina e internacional: de Carlos Santana a Juan Luis Guerra, de Alejandro Sanz a Fher Olvera —su cuate vocalista de Maná— o del violinista Ara Malikian al guitarrista Steve Vai junto a la Sinfónica de Praga…

Pero en Microsinfonías no solo cuentan esos cameos de lujo: pese a tratarse de un trabajo en solitario, resulta una obra conjunta en la que, a la altura de los músicos, destacan un coproductor y arreglista como Edy Lan y un ingeniero de sonido como Mikel Krutzaga, que elevó la propuesta más allá del punto de partida original.

Fue este último quien al ir comprobando la riqueza de matices sonoros del disco dijo: “¿Por qué no lo grabamos y mezclamos en Dolby Atmos?”. No andaba Vallín muy enterado de dicho sistema antes de recibir la propuesta. Hasta no hace mucho, el sonido envolvente era más propio del cine que de la música grabada. “Pero a partir de ahora se irá imponiendo”, cree el guitarrista mexicano.

El material con el que trabajaba resultaba propicio para experimentar. Aparte de sus propias composiciones, se empeñó en arreglar temas conocidos que en su disco adquieren otra atmósfera, como Vivir sin aire, de Olvera; Cuando nadie me ve, de Sanz, o Bachata rosa, de Guerra. Además, les invitó a participar tocando instrumentos con los que habitualmente no se presentan, caso de la guitarra flamenca para Sanz o la armónica para el cantante de Maná.

Vallín, perfeccionista, discreto e imaginativo, fue llamando a cada una de sus puertas y nadie se negó. Viajó para ir grabando cachito a cachito las partituras: de Miami a Praga, para las sesiones sinfónicas; de Aguascalientes, donde vive en México, a Amezketa, cerca de Tolosa, en Gipuzkoa, para encerrarse en el estudio de grabación con sesiones interminables junto a Krutzaga y Lan, o a Madrid, ciudad que adora y donde se deja caer a menudo para ver a sus amigos y, de paso, comprar guitarras en sus tiendas y talleres de referencia.

En ellas hace sonar sus propias creaciones, como Desnudo o Don Sergio, dedicada a su padre: “Lo escribí cuando él vivía. Venimos de familias muy humildes. De chico, él cuidaba ovejas. De ahí que se me ocurriera algo tan bucólico pero a la vez homenaje a un hombre sacrificado que lo mismo fue pastor que vendía cacharros y cobre o se ganaba la vida de contador en una jabonera”.

Recuerda acompañarlo en sus trabajos. De ahí, probablemente, y de su madre, le vengan la sensibilidad, la cortesía y el empeño. Elementos clave, cree, en la formación de un guitarrista. En eso también influyó su tío Ciro, músico vocacional. Si el sobrino se dejaba seducir por el heavy y el rock, su tío le enriquecía con música clásica y repertorio de guitarra tradicional. Así fue como Sergio Vallín, entre Santana —hoy amigo suyo— y Angus Young, se entrometió en terrenos más virtuosos con Paco de Lucía, Andrés Segovia y Narciso Yepes. Muchos de estos elementos resuenan en Microsinfonías, la obra de un autor ecléctico y artísticamente ambicioso, envuelta en un sonido de lujo.


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