Masca, por el barranco más antiguo de Tenerife

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Un grupo de cuervos canarios recibe el amanecer sobre los acantilados del noroeste de Tenerife. Posados sobre los restos de una antigua edificación, custodian la estrecha y sinuosa carretera de acceso al parque rural de Teno, un terreno abrupto y cortado que desciende hacia el océano y en el que emergen roques de una salvaje y desafiante belleza. Esta es una las partes más antiguas de la isla: se formó millones de años antes que el Teide, cuyo origen data de hace unos 170.000 años. El paso del tiempo, el mar y la erosión han creado una arquitectura natural única: “Es un paraje genuino, con una fisionomía totalmente diferente al resto de la isla”, apunta Judith Fernández, directora del parque.

Aunque varios barrancos comunican la zona con el mar, el de Masca es un icono. Conecta el caserío del mismo nombre, a unos 650 metros de altitud y bien de interés cultural (BIC), con el Atlántico a través de un exigente recorrido de cinco kilómetros entre antiguos apilamientos de lava y añejas columnas basálticas. Un camino que fue abierto hace siglos por los guanches, habitantes de la isla hasta el siglo XV, cuando fue conquistada por los españoles. Los aborígenes se instalaron en esta abrupta zona debido a la presencia de agua. De hecho, muy cerca del caserío de Masca hay un potente yacimiento arqueológico indígena: la zona de Pico Yeje, también BIC.

Para aprovechar la fertilidad de los terrenos más bajos y menos escarpados, primero los guanches y luego los canarios descendían el barranco. Bajaban, cultivaban y subían casi a diario con sus animales. También realizaban el descenso para beneficiarse del mar: tanto de sus peces y mariscos como del comercio y el trueque que realizaban con los botes que llegaban a la zona. Su finalidad, como el de otras antiguas y serpenteantes vías que recorren el Teno, era la de la comunicación y la supervivencia. Un uso que decayó con la apertura de la carreterita TF-436 que vertebra el parque y que se construyó entre los años sesenta y ochenta.

Los bellos caseríos que desafían la verticalidad de la zona atrajeron primero a escaladores y aficionados al senderismo. “El turismo fuerte arrancó en torno al año 2000. De ser una zona poco conocida se convirtió en el segundo enclave más visitado de la isla solo por detrás del Teide”, explica Manuel García, agente medioambiental del Teno. De recibir un puñado de caminantes y aficionados a la montaña, Masca pasó a acoger a casi un millón de visitantes al año. “Una presión muy alta para un ecosistema como este”, apunta. También un riesgo para los que se aventuraban a surcar el escarpado recorrido que concentraba rescates e incidentes. El barranco cerró al público. Tres años después de la clausura, y una inversión que roza el millón de euros para acondicionar el itinerario, el pasado 27 de marzo el barranco de Masca recibió a sus primeros visitantes. El paseo arranca con una empinada bajada de unos 200 metros (a la vuelta se convierte en uno de los tramos más exigentes) que desemboca en el lecho del cortado por el que corre un fresco aire matutino. Si desde lo alto se avista el perfil de La Gomera sobre el mar, una vez dentro del barranco las imponentes paredes verticales le dan a uno la sensación de haber menguado hasta convertirse en un ser minúsculo.

El croar de una rana, que chapotea en un pequeño remanso de agua, pone hilo musical a esos primeros pasos. En lo alto, los cuervos canarios vigilan la zona. Más difícil de ver, y más codiciado por los ornitólogos, es el guincho o águila pescadora. En las islas habitan siete parejas, según el último censo elaborado en 2018, y una de ellas nidifica en esta parte del Teno. “Estamos haciendo seguimiento dentro del plan de recuperación del guincho. El turismo masivo y sin control por el acantilado también era un problema pues pasa justo por su zona de nidificación”, explican los responsables del parque rural.

Los pasos, las voces y el aroma de los bocadillos de los paseantes despiertan la curiosidad de las cabras salvajes. Encaramadas en lugares imposibles o apostadas a la sombra de alguna oquedad, observan con cierta indiferencia los bajos del barranco. Sus balidos, que en los tramos más estrechos resuenan por el eco, dan pistas de las zonas que hay que evitar: las cabras se mueven con gracejo sobre las rocas, provocando que caigan restos de piedras al camino (de ahí la obligatoriedad de utilizar casco).

Tímidamente, y a medida que el camino se acerca al mar, las paredes del barranco se van abriendo. A mitad de la excursión (que cuenta con nueva señalética, hay un poste cada cien metros, así como con balizas protectoras y cadenas de agarre en algunos tramos), empiezan a aparecer antiguas huertas, como la de Los Gorrines. En ellas se cultivaban almendras, papas, cereales o chícharos. Este último, una leguminosa propia de Canarias que se usaba en la rotación de cultivos para favorecer la recuperación del suelo durante el barbecho. Ha estado a punto de desaparecer, pero ha resistido gracias al empeño de algunos agricultores locales. También resistió la cebolla de Los Carrizales, una hortaliza propia del Teno de sabor dulce y textura crujiente y jugosa.

Un impresionante arco pétreo, que hará las delicias de los adeptos a las redes sociales, anuncia el último tramo. El mar no solo se atisba entre los cortados, sino que empieza a sentirse: a olerse y casi a oírse. Poco antes de llegar a la playa de Masca, una cueva de enormes dimensiones obliga a parar. Bajo sus paredes se han refugiado piratas y hippies, según la época. Tras cinco kilómetros de descenso, el océano recibe salvaje y embravecido. Se puede medir su fuerza acercándose al embarcadero. También aprovechar para refrescarse con las gotas saladas en las que estallan las olas al golpear la estructura. Hay que recuperar fuerzas para la subida, ardua en algunos momentos. Pero el camino de vuelta ofrece una cara completamente diferente del barranco y de una gran belleza, con el mar a la espalda y las montañas en las que comenzó el paseo como nueva meta.

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