Masha Gessen: “Trump no va a aceptar los resultados si pierde”


La suya ha sido una de las voces más esclarecedoras en el análisis de la administración Trump, y de sus efectos en la esfera pública, desde las páginasThe New Yorkeren estos cuatro años. Pero puede que Masha Gessen (Moscú, 1967) partiera con algo de ventaja, ya que sus años como periodista en la Rusia de Putin acercaron su mirada a dinámicas que a sus colegas estadounidenses les resulta complicado identificar.

La carrera y la vida de Gessen han transcurrido entre Rusia y Estados Unidos, país al que llegó en la temprana adolescencia y donde se formó, antes de regresar a Moscú en los noventa. Su hermano es el novelista Keith Gessen y desde 2013 vive en Nueva York con su mujer y su tres hijos. Hace unos años se declaró trans no binaria. Ha escrito la biografía de Vladímir Putin El hombre sin rostro, y el ensayo El futuro es historia, Rusia y el regreso del totalitarismo —por el que recibió el National Book Award—, y ahora regresa las librerías con el sucinto e implacable Sobrevivir a la autocracia (Turner), que terminó de escribir el pasado abril.

Gessen plantea en su nuevo libro que, frente a la ya clásica idea de que para cambiar las cosas hay que estar dentro, Trump lo que ha demostrado es que para destruir el sistema también hace falta estar metido ahí. Explica con claridad y rigor, apoyándose, por ejemplo, en el trabajo del sociólogo húngaro Bálint Magyar, por qué las instituciones no son suficientemente fuertes para proteger la democracia de los abusos de Trump, ni la prensa ha resultado ser un férreo baluarte de defensa y oposición. La perversión del lenguaje y las fallas del sistema se han ido ensanchando y Gessen recuerda que los villanos son normalmente gente mediocre y mal educada, no genios del mal. Dice que se le agotó la paciencia con los que defienden que Trump es una marioneta de Rusia —“es su propia marioneta boba, no es un alienígena llegado del espacio ni un agente ruso”, zanja—.

Gessen responde por videoconferencia desde su apartamento de Nueva York, y explica que estos últimos meses de encierro los está disfrutando después de los casi 30 años que ha pasado viajando mucho, casi la mitad de su tiempo. Habla de las discusiones que tiene con sus hijos de política, cómo le rebaten con inteligencia. Y cuenta que lleva unos días intentando meterse en la cabeza del presidente para participar en un juego de rol que han montado en un podcast en el que participa y le toca hacer de Trump. “Ha sido muy inquietante”, dice.

Pregunta.¿Cómo ha afectado la pandemia las posibilidades victoria de Trump?

Respuesta. Lo que ha quedado demostrado es lo dañina que puede ser una administración agresivamente incompetente. En ciencia política se asume que las malas cifras económicas siempre perjudican al presidente que se presenta a reelección. No se cuánto de cierto hay en el caso de líderes con talante democrático, pero esta idea es 100% equivocada en el caso de un autócrata. Crisis, escasez e inestabilidad son cosas que ayudan a un líder de este tipo, la ansiedad le favorece. Realmente la pregunta a la que nos enfrentamos es hasta qué punto Trump ha sido capaz de transformar este país. La parte de EE UU que está viviendo en una autocracia va a apoyarle aún más por la ansiedad y las duras condiciones económicas, por el desempleo. La parte que vive en democracia le va a apoyar menos.

P. Ha señalado que en Trump cristalizan cuestiones que ya afectaban a la democracia en EE UU, él no ha salido de la nada.

R. La escuela de pensamiento dominante en EE UU sostiene que Trump es una anomalía total. Un número mucho más reducido de gente considera que es simplemente otro presidente republicano y que hay continuidad, porque va en línea con Reagan y siembra sobre un terreno ya abonado desde los ochenta. Creo que las dos cosas son verdad. Trump no se parece a ningún otro presidente, pero las condiciones para su victoria se remontan décadas atrás.

P. ¿Cuánto atrás?

R. Hoy lo discutía con mi hija de 19 años, que estaba en desacuerdo. Yo arrancaría con el giro profundo que supuso el 11 S. El país empezó a pensar en sí mismo como una nación sitiada, rodeada de enemigos y en permanente peligro, algo que despertó una ansiedad que no estaba ahí. Mi hija lo rebatía hablando de la Guerra Fría y los escolares escondiéndose bajo los pupitres en previsión de una guerra nuclear, y no tengo mucho que decirle salvo que yo no estaba ahí. Con el 11S se produjo, además, una concentración extrema de poder en la rama ejecutiva, se instauró el estado de vigilancia y se dio poderes ilimitados al presidente para dar una respuesta militar. Arrancó la guerra al terror en la que no hay un enemigo claramente definido y, por tanto, nadie con quien firmar la tregua. Mi hija hablaba de la Guerra contra las drogas que se emprendió aquí a escala nacional y sí, hay puntos en común.

P. ¿Cómo se llega de ahí a tener a Trump en la Casa Blanca?

R. Bueno, se suman dos cosas más. Por un lado, el matrimonio entre dinero y poder ha alcanzado su versión más extrema. Las campañas son infinitamente largas, cuestan cantidades astronómicas de dinero y requieren que cualquier político esté constantemente pendiente de su fuerza financiera porque eso puede costarle el puesto. Y a esto se añade el trauma de la crisis de 2008, que la administración Obama abordó con un estilo tecnocrático, lo que consideramos buen gobierno, estimulando la economía y aprobando medidas, pero sin hablar del fracaso y de lo que había pasado. Mientras, Trump apela a esa ansiedad que generó la crisis. Todo esto le llevó a la Casa Blanca, pero su victoria pudo no haber ocurrido.

P. Retoma las ideas de Hannah Arendt en su nuevo libro, y también escribe que tendemos a mitificar el mal ¿Es Trump un ejemplo de la banalidad de los villanos?

R. Imaginamos que los villanos son más grandes, listos y tergiversadores de lo que fueron realmente, porque de alguna manera eso nos reconforta. Claramente, los payasos de hoy no pueden ser tan malos como los villanos del pasado, ¿no? Pues si lees testimonios de sus contemporáneos verás que a Hitler le veían como un payaso —era ridículo y tenía ideas bizarras— hasta que dejó de serlo. Descartar a autócratas porque son ignorantes es un gran error. Esto también lo vemos, millones de personas que prefieren no pensar. Son las bases de Trump, su ejército.

P. Cabe pensar que las autocracias se construyen con un Gobierno fuerte, y un montón de funcionarios obedientes. Pero Trump, meses después de haber sido elegido, seguía con muchísimos puestos vacíos, no se podían tomar decisiones y la idea misma de Gobierno dejó de funcionar y de tener sentido.

R. Las palabras autoritarismo o totalitarismo se refieren a modelos concretos, yo empleo autocracia porque es un término más amplio que implica que el gobernante quiere estar a cargo de todo sin límite alguno, y sin supervisión. Pero el término no lleva asociado una estructura de Estado muy grande, aunque muchas autocracias, por ejemplo, Rusia, tienen una burocracia muy hinchada y disfuncional. En EE UU hoy la administración es una fuerza destructiva que representa una exageración grotesca de la idea de que el Gobierno es algo malo.

P. Escribe que con Trump se ha borrado la posibilidad de que haya un debate político substancioso. No han faltado voces que se han alzado en defensa de la libertad de expresión. ¿Son estas pugnas parte de la dinámica autocrática?

R. La conversación política en EE UU ha estado retrocediendo desde hace mucho tiempo. Quizá en un punto dejó de ser una conversación. Obama es un orador extraordinario, pero ¿realmente mantuvo una conversación con alguien en público? No recuerdo ver a político pensando en voz alta desde hace por lo menos 30 años. Y esto es inseparable de la polarización. La polarización significa, por ejemplo, que no discutir sobre las políticas adoptadas para controlar la pandemia. Sabemos cuáles son las líneas: los de Trump sin máscara, los demócratas con. Pero ¿y la política? ¿Cómo organizamos los colegios? ¿Cómo proteger nuestra vida en el espacio público? ¿Podemos discutir de esto como sociedad y no como individuos atomizados? Esto parece fuera de nuestro alcance.

P. Con Trump el movimiento de protesta ha tomado distintas formas. ¿Qué ha pasado este verano?

R. Levantamiento, me parece una palabra más exacta para hablar de lo ocurrido. En el universo de Trump la protesta se ha vuelto ilegítima, y esto es un giro autocrático enorme. Es algo insólito porque, si ves cómo los estadounidenses aprenden su historia en la escuela estudiando desde el Tea Party de Boston hasta el movimiento de los Derechos Civiles, las protestas son presentadas como gloriosas. Trump ha abandonado totalmente este relato. Por otro lado, en el frente democrático ha habido una extraordinaria cantidad de cambios en un periodo muy corto de tiempo. Ideas que eran muy marginales en mayo, pasaron al mainstream en junio. Temas como recortar radicalmente los fondos a la policía forman parte de la conversación.

P. Ha criticado a los medios. Ahora, en campaña, ¿aprecia que han aprendido algo?

R. No. La cobertura del único debate electoral, que ha estado infestada de la llamada falsa equivalencia, que viene a decir que los dos candidatos están gritando e interrumpiéndose. Y esto no es así, porque un candidato estaba ahí para reventar el formato y, otro, quería decir algo. Pero mis críticas a los medios y a The New York Times, que es quien marca el tono, son compasivas. Entiendo que romper las convenciones tiene unos costes enormes, y esa manera de hacer las cosas hace que el periódico sea lo que es; desprenderse de esa cultura institucional y renunciar a su posición de supuesto árbitro neutral, sería desprenderse de su identidad. Además, han hecho unos trabajos de investigación impresionantes.

P. ¿Desde la prensa se predica a los conversos?

R. No creo que el fallo haya sido no haber logrado llegar a las bases de Trump o a los supremacistas blancos, porque nadie va a hacer que cambien. El problema es la falta de visibilidad de quien no sea de clase media alta, blanco y rico. La mayoría de votantes estadounidenses —es decir los que no viven en un apartamento como el mío en NY y para quienes el NYT no es su periódico local— no ven reflejados sus problemas en ningún medio de comunicación. Hace no tanto había periódicos locales que hablaban del accidente de coche, o el problema con la basura, temas sobre tu comunidad, pero eso ha desparecido. Y es con medios locales como llegas a los que están al otro lado, no mandando a alguien a Montana a que escriba sobre una milicia. Llegas a la gente haciendo tu trabajo como periodista y ayudándoles a crear una comunidad política. Esto es algo que tenemos que atajarlo entre todos y empezar a pensar en los medios como un bien público, sin confiar en que las cosas vayan bien si depositamos una de las partes más importantes de nuestra democracia a unas pocas corporaciones.

P. Trump amenaza con rechazar los resultados si pierde. ¿Qué va a pasar?

R. No va a aceptar los resultados si pierde. Va a intentar que a nivel estatal los republicanos impugnen y pleiteen y va a intentar meter al Departamento de Justicia. También va a intentar controlar la conversación diciendo que ha ganado y que Biden se niega a aceptarlo. Está en manos de los medios el no repetir esto y enmarcar la cuestión así, porque será muy fácil caer: Trump mandará 450 tuits el 3 de noviembre diciendo que ha ganado, señalando traidores y denunciando fraude porque hay Estados que dan por buenos votos con el matasellos del 3 de noviembre.

P. ¿Entonces?

R. Todo dependerá de por cuánto pierde. Si pierde por mucho no va a poder resistir, pero si los resultados no están claros durante un tiempo, entonces, nos encontraremos con un escenario que da miedo, con mucha violencia política y dios sabe qué más.


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