Me asombro de estar contento

Protesta en Glasgow contra el cambio climático, durante la COP26, el 3 de noviembre.
Protesta en Glasgow contra el cambio climático, durante la COP26, el 3 de noviembre.Alastair Grant (AP)

Hay un dicho medieval anónimo y sublime que resume bien cómo se puede sentir uno cualquier día del año si se para a pensarlo: “No sé de dónde vengo, no sé quién soy, moriré no sé cuándo, no sé a dónde voy, me asombro de estar contento”. Esto es algo maravillosamente humano, pero siempre he sospechado que en nuestro caso se debía en buena parte a esta época en que el mundo está bien a pesar de sus desgracias, y mira qué inventos, el lavaplatos, la epidural, la aceituna rellena. Y no sé si notan que este optimismo de fondo está tocado, pues desde luego no sabemos a dónde vamos. Hablo del clima, naturalmente, otra vez.

Sobre esto los políticos ya no nos mienten tanto, pero no dicen toda la verdad, que es una manera de mentir mucho más sutil. Mientras, muchos ciudadanos se lo montan por su cuenta desde hace años. Uno se hace vegano porque no podemos seguir comiendo tanta carne, el otro no compra nada con plástico y el de más allá va en bici. Pero todos nos preguntamos si sirve de algo esmerarse en tirar la basura en cinco contenedores distintos, cuando solo los jets personales de los asistentes a la cumbre del clima de Glasgow anulan un mes de desvelos. Además, si tiras de golpe todas las botellas tienes que ir a escondidas para que no te tomen por alcohólico. Es más, todo está mal visto por una parte de la sociedad, la más reacia a los cambios. Es decir, conservadora. Porque después de reírse de la gente rarita muchos sienten la amenaza de que, glups, ¡también les pueden obligar a hacer lo mismo! Y eso jamás, quieren ir con su coche a la puerta del restaurante. Esperan seguir librándose por selección natural, es decir, por la pasta, porque lo cierto es que ya compran fruta y verdura bío, más cara, más rica y que no te metes porquerías en el cuerpo. Pagando tienes lo premium, te sigues salvando. Ahora bien, los sacrificios colectivos ya les suenan a rojo. Es entonces cuando se saca el comodín de la libertad. Es una carta muy válida, y ahí está el debate, porque más tarde o más temprano habrá que empezar a prohibir cosas, pero cualquiera se atreve a decirlo. Siguen ganando tiempo, un tiempo que no tenemos. Nadie, ya ni pagando más.

Yo estoy superconcienciado, y aquí estoy pontificando, pero la verdad es que si no me prohíben las cosas, ni caso. Por ejemplo, tengo un coche diésel, que ahora es anatema, pero es el que tengo. O me imponen dejarlo o nada, lo sé. Y lo asumiré, así que por favor, empiecen. Pero nuestros líderes se arriesgan a un choque anafiláctico, pues deben afrontar lo que más alergia produce a un político: pedir renuncias, que es lo contrario de lo que suelen hacer, promesas. Si la brújula debe ser ahora el bien común se viola algo sagrado, no es la de los últimos tiempos precisamente. Hay algo casi religioso en esto, y es interesante: la izquierda se comporta de forma trascendente (pensando en lo que pasará después de que hayamos muerto), quizá porque cree que este mundo es el único que hay; mientras que la derecha actúa de forma nihilista, no sé si porque realmente creen en otra vida. Y en esto no hacen caso ni al Papa, lo tienen por otro cantamañanas. Más que una crisis política es filosófica, de una idea del mundo, y a estos gobernantes que tenemos les queda muy grande, la mayoría ha crecido compitiendo por ver quién era más listo, con eso valía. De ahí el despiste general, no hay autoridades morales a la vista (ahora que caigo hace años que no sabemos nada del Dalai Lama). Es un momento ideal para el populismo. Yo me asombro de estar contento, pero mucho más de que algunos estén tan contentos.

Si quieres apoyar la elaboración de noticias como esta, suscríbete a EL PAÍS

Suscríbete

Suscríbete aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Inicia sesión para seguir leyendo

Sólo con tener una cuenta ya puedes leer este artículo, es gratis

Gracias por leer EL PAÍS


Source link