Mimi Rose: “Toco el violín desde los cinco años. Me gustaba, pero creo que llegué a detestarlo por tanta presión”


Las empresas de 2020 ya no buscan los mismos perfiles laborales que hace 30 o 40 años. Tampoco quieren ya solo a esos buenos estudiantes que se sentaban en pupitres en fila mirando a un profesor que les ofrece una lección que luego estudiaban y soltaban en los exámenes. Porque también las compañías se han transformado y esperan algo más de sus trabajadores.

Tampoco los niños de ahora son como los de finales del siglo pasado. A los valores de antes que configuraban un buen estudiante, saberse la lección, atender en clase, no molestar, ser disciplinado y hacer los deberes, se suman ahora otros nuevos: participar en clase, aprender a trabajar en equipo, dominar las nuevas tecnologías, ser autónomo y autogestionarse, proponer ideas, mirar los temas antes en casa para aprovechar las clases para resolver dudas, hacer preguntas…

Las nuevas pedagogías fomentan estos valores actuales y sacan partido de la innovación para estimular y motivar a los estudiantes. No se trata de abandonar lo que antes se hacía, se trata de actualizar aspectos positivos de hace unos años y sumarles otros. La vida se mueve. La educación también.

En el colegio privado Ramón y Cajal de Madrid (1.600 alumnos entre los 0 y los 18 años, 160 profesores) iniciaron hace 15 años un proceso de transformación educativa con la aplicación de nuevas pedagogías en un espacio que también se transformó para aplicar la mentalidad del siglo XXI.

El resultado lo resume así el director de este centro educativo, Mariano Sanz: “Mis alumnos de bachillerato son más autónomos. Ellos se autogestionan, encargándose de organizar las clases y de marcar el ritmo de aprendizaje”. Y añade un elemento más que puede tranquilizar a muchos padres que desconfían en ocasiones de estos métodos: “Las tres últimas promociones que han salido del colegio son las que mejores resultados han obtenido”.

Otro ejemplo lo aporta el CEIP La Pradera en Valsaín (Segovia), un colegio que suma ser un centro rural agregado y una comunidad de aprendizaje. Los 81 niños de 3 a 12 años que son atendidos por 11 profesores se benefician de las aportaciones de estos dos factores: por un lado la mezcla de alumnos de distintas edades en las aulas, y por otro la implicación de las familias, vecinos, asociaciones y voluntarios en el proceso de aprendizaje de los alumnos.

La directora del centro, Azucena Jiménez, explica que siguen trabajando con una agenda, hay exámenes y le dan su papel a la memoria, pero trabajan “otras herramientas para el futuro que les sirvan para aprovechar todas sus habilidades”. Y menciona el trabajo cooperativo, el desarrollo de su propia autonomía, la gestión de distintos roles y estrategias que “les ayudan a estar más motivados”.

Todo esto se lleva a cabo trabajando por proyectos y a través de diversas iniciativas. Entre ellas Jiménez apunta las tertulias literarias para “fomentar el pensamiento crítico”; los grupos interactivos, donde “se presta una especial atención a la diversidad” con la participación de los adultos; y la presencia de los padres en las diferentes comisiones que tiene el colegio.

La implicación de las familias y de voluntarios en el aula “dan otra visión y otra motivación” a los estudiantes del Colegio Miralvalle de Plasencia (Cáceres). El director de este colegio, José Sánchez (474 alumnos de 3 a 12 años, 40 profesores), está convencido de que al ser una comunidad de aprendizaje se produce un enriquecimiento añadido en los estudiantes. Este se canaliza mediante “el bagaje cultural, la experiencia, el diálogo que se establece entre la gente del barrio, las familias, jóvenes de la zona que estudian en otros centros, etc”.

Los grupos interactivos son uno de los canales que mejor funcionan para establecer un trabajo conjunto en el que todos participan. Se forman agrupaciones heterogéneas de alumnos por su nivel de aprendizaje, cultura o género. Hay la presencia de adulto, que puede ser un profesor, un familiar u otro voluntario. Los niños aprenden mediante pequeñas tareas y fundamentalmente por la interacción que se establece entre ellos.

Proyectos, trabajo colaborativo, presentaciones, actividades hechas fuera del colegio…, son algunas de las herramientas que según Sánchez refuerzan la construcción de sus alumnos “como buenos estudiantes”.

El resultado de todo este esfuerzo y de estos cambios se traduce, en palabras de Sánchez, en “impresiones positivas” y en comentarios relativos a lo “bien preparados” que salen los estudiantes del Colegio Miralvalle por parte de los profesores de los institutos donde recalan cuando terminan la ESO.

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