Moisés Naím conoce el poder. Y por eso nos advierte de sus degeneraciones. Así lo ha hecho en sus dos últimos libros: El fin del poder y La revancha de los poderosos (Debate) o en novelas como Dos espías en Caracas. Lo ha tenido en sus manos como antiguo ministro de Fomento en Venezuela con Carlos Andrés Pérez y hoy lo estudia, observa y analiza desde un organismo como el Carnegie Endowment for Peace, con sede en Washington, donde vive este venezolano de 69 años, o en su programa de televisión Efecto Naím y sus columnas en . No deja de alarmarse por el secuestro que sufre la democracia a nivel mundial, sobre todo a manos de estados mafiosos disfrazados de lo que no son.
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Pregunta. Trump y todos estos: los del Brexit con Boris Johnson, a la cabeza, los Bolsonaro, Orban, Salvini, Le Pen, Maduro y los de Vox, ¿son todos empleados de Putin?
Respuesta. Incluyendo los oligarcas, que también trabajan para él… Pues sí, son algunos de los que en la década pasada se cargaron la democracia y no nos dimos cuenta.
P. En el libro hay un capítulo que se titula Estados mafiosos. ¿Acabaremos así?
R. Es una mutación perversa y peligrosísima de la corrupción. De esta pasamos a la cleptocracia y de ahí a una tercera variante, la que Putin encarna: el estado criminalizado. Esto implica que los delincuentes no están fuera del gobierno tratando de influir en él, sino que el criminal es el propio gobierno.
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P. Defíname las tres ‘p’ que son la clave de nuestra desdicha: posverdad, polarización y populismo…
R. Las tres han existido siempre, lo que sucede es que ahora han sido potenciadas por una situación de cambio tecnológico, social y transformaciones económicas y geopolíticas.
P. ¿En qué sentidos?
R. Cada uno de ellos está conectado: el pupulismo, primero, no es una ideología. Sino una herramienta. Es el divide y vencerás de siempre. Este tiene como consecuencia una polarización que aumenta en identidades fracturadas. Y todo esto, en parte se produce por la posverdad, otra cepa de la propaganda, la narración de un cuento alternativo a la realidad. Así es cómo ellos inventan. Las tres ‘p’, que se potencian por la tecnología.
P. Por no recordar lo que usted escribe: “Pon a un agente de la KGB en Twitter y es como dejar a un niño en una tienda de caramelos”.
R. Desde luego…
P. ¿Cómo a nadie se le ocurrió que esos juguetes tecnológicos caerían también en manos de lo peor y le sacaría partido para conquistar el poder?
R. Al principio de internet, los responsables de las tecnológicas nos contaban que sus inventos iban a ser herramientas de liberación. Con el tiempo, en gran parte, se han convertido en elementos de represión. Los servicios de inteligencia de las tiranías vieron que ahí podían identificar opositores activistas. Ahora coexisten. Ayudan a fomentar la democracia y la represión.
P. Pero los precursores de las empresas tecnológicas, al ver cómo sus inventos llevaban a eso, ¿de qué pecaron? ¿De candidez e inmadurez o de avaricia?
R. De ingenuidad política. Nada en su pasado les había preparado para entender que puedes prescindir de la política. Yo he asistido a reuniones en las que algunos de ellos creían que serían capaces de desmontar la política, que los partidos no serían necesarios porque la gente acabaría escogiendo sus líderes. Que no necesitaría ir a Washington.
Los servicios de inteligencia de las tiranías vieron que ahí [en internet] podían identificar opositores activistas. Ahora coexisten. Ayudan a fomentar la democracia y la represión
P. ¿Hasta que se convirtieron en poderes fácticos?
R. Hasta que hoy, los mayores lobistas son ellos. La realidad se ha encargado de dejarles claro que la política existe e importa.
P. De eso se dieron cuenta y sacaron tajada en la era anterior a Trump. Al pedir millones de dólares al Gobierno de Estados Unidos para desarrollar programas de control de la NSA, como contaba el agente Snowden. ¿Obama es inocente?
R. Hay tendencias que trascienden a los líderes. Es lo que cuento en mi anterior libro, El fin del poder, cuya tesis es que resulta fácil de obtener, difícil de usar y fácil de perder. Ese caso en el que pidieron 150.000 millones de dólares por ese servicio lo ilustra. Pero las tecnológicas ahora se enfrentan a varias leyes en Estados Unidos y otra en Europa, la Ley de Servicios Digitales, que será clave e indispensable en su liderazgo, fundamental para controlarlos.
P. Escribiendo estos libros sobre el poder, concretamente el último, nunca habrá lamentado suficiente haber tenido razón.
R. Lo que lamento es no haber sido más estridente y más claro en los ataques que sufre la democracia en el mundo.
P. ¿Quiere decir más radical, usted que es un paradigma de la moderación?
R. No tanto. Simplemente debemos hacer un trabajo a conciencia para desenmascarar autócratas disfrazados de demócratas. Complicado, porque, además estos actúan con sigilo. Hasta ahora no he tenido éxito.
Putin, con su guerra, se ha equivocado. Profundamente
P. ¿Siente impotencia? O, más bien, ¿vencerá la impotencia a quienes defienden verdaderamente la democracia?
R. Hay que conservar la esperanza. Por ejemplo, creo que Putin, con su guerra, se ha equivocado. Profundamente.
P. ¿Por desesperación o por egolatría?
R. No debemos especular. Pero se equivocó. No hay forma de entenderlo, ni siquiera en base a sus propios intereses. Se equivocó en la forma de invadir, se equivocó sobre las capacidades de su ejército, en la capacidad de resistencia de los ucranios, que nos asombra a todos y no nos debería asombrar. Por otra parte, Rusia es pobre, además se está aislando del mundo. Sufre una crisis demográfica y va a lamentar una fuga de cerebros importante. Cualquier joven de allí tiene el mundo por delante y no ve la necesidad de sacrificar su futuro en una sociedad con códigos medievales. Muchos se van a ir.
P. Este contexto está produciendo una crisis que afecta a los bolsillos. Y algo resulta históricamente cierto, que la inflación produce, como en los años treinta, fascismo.
R. El término fascismo se ha convertido en un insulto fácil y por tanto se le ha desprovisto de fuerza y significado a la palabra. Prefiero autocracia: lo capta mejor.
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